¡El gran petardo!
Una anovillada, fea, mansa, descastada y blanda corrida de El Pilar protagonizó una de las tardes más nefastas de la temporada
Una prueba irrefutable del peligroso momento que atraviesa la fiesta de los toros es que ya casi ni se protesta.
El bochornoso espectáculo que se ha celebrado esta tarde en Madrid ha podido ser de lío gordo; es decir, ha habido motivo suficiente para un motín a bordo, para que el público en masa hubiera invadido el ruedo, y, a renglón seguido, hubiera corrido a gorrazos, calle de Alcalá arriba, a medio taurinismo andante.
A saber, a los ganaderos, a los empresarios de la plaza, al equipo gubernativo, a los veedores de los toreros y a los tres toreros (bueno, habría que absolver a Castaño, que llegaba como sustituto y no ha tenido arte ni parte en el engaño).
Un petardo, el gran petardo de la temporada venteña es el que han fraguado entre unos y otros, y han acabado por desesperar a los tendidos.
¿Desesperar? No tanto, porque es que ya ni se protesta. Unos cuantos, muy pocos, levantaron su voz cuando salió al ruedo la primera sardina de la tarde. Pero es que los demás fueron del mismo tenor, y solo al final, en la lidia del sexto, arreciaron más voces discordantes pidiendo ‘toro, toro’, la dimisión de Plaza 1, empresa de Las Ventas, o mofándose del trapío de la corrida ‘miau, miau’… Pero pocas, muy pocas protestas para el petardo acaecido.
No se entiende lo sucedido. Si El Pilar no tiene toros para Madrid, ¿por qué se la contrata? Si la corrida carece del trapío necesario, ¿por qué se la aprueba? ¿Creían los toreros, sus apoderados y veedores que podrían triunfar con seis gatos impropios de plaza de segunda? No se entiende, la verdad.
Es fácil imaginar, en consecuencia, que nada relevante sucedió en el ruedo. Algún detalle perdido en la decepción que todo lo oscurece y poco más. Cuatro verónicas y una media muy templadas de Damián Castaño en los primeros compases ante el que abrió plaza; dos verónicas a cámara lenta y una media de cartel en un quite de Juan Ortega a ese mismo toro, y nada más. Muy escaso bagaje para tantas ilusiones como había depositadas en este festejo.
Damián Castaño entró en sustitución de Daniel Luque y no encontró el sitio ni se sintió ante el noble bobalicón que abrió plaza, que acudió con cierta dulzura y buen son a una muleta que no acabó de creerse torera. El animal era un artista en declive, y el torero se vio, quizá, desbordado por la situación. Castaño es un jabato con clase, pero no está familiarizado con pinceles tan exquisitos. El cuarto, desfondado y moribundo, no le permitió más que trazar muletazos insulsos.
Ortega buscó y no halló la manera de darle sentido al desbordamiento ilusionado que había supuesto su anuncio en Madrid. Pero no hubo forma. Imposible. No perdió la compostura, pero nada pudo decir ante el carretón segundo de la tarde ni ante el inválido quinto.
Y Aguado lo intentó también, claro que sí, pero lo que no puede ser, es imposible. Quede, no obstante, constancia que los dos toreros sevillanos también son responsables del gran petardo.
Qué pena que ya ni se proteste… Lo de hoy merecía algo más que cuatro voces aisladas. Sin duda.
El Pilar/Castaño, Ortega, Aguado
Toros de El Pilar, anovillados, mansos, a excepción de los dos últimos que cumplieron a medias en los caballos, blandos, desfondados, sosos y descastados.
Damián Castaño: estocada perpendicular y un descabello (silencio); estocada atravesada (silencio).
Juan Ortega: estocada (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Pablo Aguado: pinchazo hondo _aviso_ y dos descabellos (silencio); más de media baja (silencio).
Plaza de Las Ventas. 7 de octubre. Tercera corrida de la Feria de Otoño. Casi lleno (21.436 espectadores, según la empresa).
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.