Jon Fosse: sus obras teatrales, entre rezos y susurros
En la médula de producción teatral del reciente Nobel de Literatura están la espera, la soledad y una sensación de vacío reconocibles para cualquier hombre urbano europeo
¿Servirá el Premio Nobel para que a Jon Fosse se le abra la puerta de alguno de los teatros públicos españoles? Cuando escribió Alguien vendrá, su primera obra dramática, el autor noruego tenía 33 años y una trayectoria reconocida como novelista y poeta. El teatro no estaba entre sus prioridades, pero Kai Johnsen le invitó a escribir un texto para la Escena Nacional de Bergen, que él mismo montó en 1994: Fosse confiesa que aceptó el encargo porque estaba “muy bien pagado”. El caso es que en los años siguientes y hasta 2007 escribió 25 obras, que le convirtieron en el dramaturgo noruego más representado fuera de su país.
Claude Régy le dio el primer empujón internacional, con la puesta en escena de Alguien vendrá para el Centro Dramático Nacional de Nanterre, en la banlieu parisina. Al año siguiente, la Schaubühne de Berlín escenificó El nombre en el Festival de Salzburgo y, sorpresa, tan solo un año después, la entonces joven directora catalana Carlota Subirós montó en el Malic, un teatro de bolsillo barcelonés tristemente desaparecido, I mai no ens separarem (Y nunca nos separaremos). Su puesta en escena mostraba con límpida sencillez la espera de una mujer, encarnada sutilmente por Marta Calvó, y el desencuentro de otra fémina con el hombre al que aquella aguarda. Durante la representación, realista pero entreverada de una extrañeza fatídica, se mezclaban a veces los sonidos de la escena con otros que se filtraban del exterior, como el ulular de una ambulancia a su paso por la calle Fusina, donde estaba situado el umbroso nidito de sesenta butacas que era el Malic.
Aquel efímero primer encuentro del teatro de Jon Fosse con España, al que asistí en dos días consecutivos, preludió una relación esquiva, intermitente, parca y precaria. En 2002, Antonio Simón dirigió Alguien vendrá en la Beckett de Barcelona, donde volvieron a saber del noruego en 2011, merced al primer montaje dirigido en inglés por Patrice Chéreau: en I am the Wind (Soy el viento) dos camaradas se embarcan en una travesía por la inmensidad oceánica. Es el suyo un viaje simbólico, dialéctico, donde pasado y porvenir se entreveran con el pálpito incierto, el aliento poético y la desazón característicos de los dramas de Fosse. Para él, el argumento es siempre un pretexto, de ahí su delgadez. Fosse dice escribir con la misma actitud con la que de jovencito se ponía a tocar la guitarra o el violín. La música de las palabras, la fuerza de los silencios y el peso de las pausas le importan más que la anécdota o que el dibujo de sus personajes. Es un retratista de la espera, de la angustia que produce la resolución del choque entre la realidad y el deseo.
Una década después del montaje de Chéreau, Marc Chornet se animó a poner en escena Sóc el vent, con Hans Richter y el dúctil veterano Manel Barceló, en la sala Frégoli del barcelonés La Seca Espai Brossa, cuya feliz querencia por lo tangente es proverbial. En todas partes la singladura del Uno y el Otro que se sucede en esta obra recordó las confluencias y desavenencias de los protagonistas de Esperando a Godot. También se le ha comparado con Kafka, aunque su escritura tiene la musicalidad de la de Bernhard.
Entremedias de las versiones francobritánica y catalana de Soy el viento, Ester Roma estrenó Hivern (Invierno) en Barcelona, ciudad habitualmente más permeable que Madrid a las novedades teatrales europeas. En el primer tiempo de la pieza (es más apropiado hablar de tiempos que de actos en el teatro de Fosse) un hombre casado en viaje laboral se encuentra con una mujer y se la lleva a su hotel. En el tiempo segundo, el viajero espera en vano a la mujer ausente. El periplo de Hivern transcurrió por las salas Versus Glòries y La Seca Espai Brossa, donde suele darse cauce a autores que no lo encuentran en la corriente principal. En 2014, Salva Bolta dirigió en el Teatro Español una lectura dramatizada de Soy el viento.
En la médula de estas obras suyas, y de otras compuestas también para dos o tres actores, están la espera, la soledad y una sensación de vacío (o de muerte en vida) propias tal vez de un clima y de un tiempo, pero reconocibles para cualquier hombre urbano europeo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.