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Cuando la literatura y el documental alertan sobre los abusos sexuales incestuosos

El libro ‘Triste tigre’, de Neige Sinno, una de las sensaciones de la ‘rentrée’ literaria en Francia, y un documental televisivo de Emmanuel Béart dan un nuevo impulso a las denuncias de violaciones a menores en la familia

Emmanuelle Beart
La actriz francesa Emmanuelle Béart, en la ceremonia de apertura de la 76ª edición del Festival de Cannes, el pasado mayo.VALERY HACHE (AFP)
Marc Bassets

Hay un momento, en el documental de la actriz Emmanuelle Béart sobre los abusos incestuosos a menores, en el que una mujer llamada Norma explica que de niña su abuelo la violaba. Y con sus confesiones aboca a la propia actriz y al espectador a un abismo vertiginoso, similar al que en los últimos años han planteado en Francia testimonios literarios como los de Christine Angot y Camille Kouchner.

Recuerda Norma en el documental Un silence si bruyant (Un silencio tan ruidoso), estrenado este domingo en la cadena privada francesa M6, los abusos de su abuelo a lo largo de los años. Y entonces dice con espanto: “Un día, tengo 12 años. Y siento placer. Sexual”. Béart se pregunta: “¿Cómo es posible sentir placer sexual durante la violación? Yo no recuerdo haber sentido nada. Yo estaba como anestesiada”.

El documental mezcla el testimonio de Béart con el de tres mujeres y un hombre que hablan a cara descubierta sobre los abusos perpetrados por adultos en familia. La actriz de películas como Manon des sources explica que fue víctima de incesto entre los 11 y los 15 años. En el documental no ofrece pistas sobre quién la agredió. En todo caso, deja claro que no fue su padre, el cantautor Guy Béart. Prefiere dar voz a otras víctimas, a las que entrevista junto a la cineasta Anastasia Mikova.

La fuerza del testimonio Norma viene de su capacidad para afrontar el pasado sin escudo, de un modo que recuerda a lo que cuentan Kouchner en La familia grande o Angot en El viaje al Este, ambos publicados en francés en 2021, o El consentimiento, de Vanessa Springora, editado el año anterior. Con el documental y el recién publicado Triste tigre, de la escritora francesa afincada en México Neige Sinno, Francia vive una nueva ola de documentos autobiográficos sobre los abusos incestuosos después de una primera ola, hace dos o tres años. Si en Estados Unidos el movimiento Me Too avanzó a golpe de investigaciones periodísticas, en Francia las denuncias han encontrado su principal plataforma en los libros, algunos de alta calidad literaria. Han servido para sacar a la luz las violencias sexuales contra niños y niñas: 160.000 víctimas cada año en este país, según la Comisión Independiente sobre el Incesto y las Violencias Sexuales a Menores (Ciivise).

Es el caso de Triste tigre, aplaudida por la crítica más exigente y seleccionada en la primera ronda del Premio Goncourt, una obra que da un giro a anteriores aproximaciones al incesto. Un giro, primero, en el escenario, el ambiente social, distinto de Springora o Kouchner.

“Excepto en el caso de los artistas, solo en el de los curas hemos asistido a tal impunidad”, lamentaba Springora en El consentimiento, donde relataba cómo fue seducida por el escritor Gabriel Matzneff. Ella tenía 14 años; él, 50. El ambiente era el mundo literario de Saint-Germain-des-Près, próximo también al de La familia grande, donde Kouchner exponía los abusos a su hermano mellizo por parte de su padrastro, el famoso constitucionalista y antiguo eurodiputado socialista Olivier Duhamel.

Neige Sinno, en cambio, vivía en la Francia rural –un pueblo en los Alpes– y en una familia con medios económicos escasos. Su padrastro era fan de Johnny Hallyday, el rockero de la Francia popular que la autora acabó detestando por ver en él un reflejo de su verdugo: “Todo este teatro del hombre valiente con el corazón puro, un tipo duro que en el fondo es tierno, un macho que sufre...”.

Neige Sinno
La escritora francesa Neige Sinno, el pasado día 23 en una presentación en el sur de Francia. JOEL SAGET (AFP)

El segundo giro de Sinno es literario. Triste tigre no es solo una descripción de los abusos a los que la sometió el padrastro siendo ella niña, y por los que fue condenado a nueve años de prisión. También es un ensayo sobre obras como Lolita, de Vladímir Nabokov: “Lo que me gusta en esta novela, al tiempo que me perturba profundamente, es jugar a entrar en la cabeza de alguien que hace el mal deliberadamente, que sabe que está destruyendo otro ser e igualmente continúa.” Y es una reflexión sobre la utilidad de la literatura. Porque escribir de los abusos es difícil: “No porque me devuelva episodios dolorosos (...), sino porque esta realización, en la que pone todo su esfuerzo, su buena voluntad, sus años de lecturas, su corazón y su alma, es de nuevo un proyecto del agresor, en cuyo centro se encuentra, que casi ha predicho y deseado”.

Hay un capítulo titulado Mis razones para no querer escribir este libro: “1) No especializarse en la escritura sobre la violación; 2) A priori, desconfío de los libros con temas, y aquí es difícil escapar a ellos. ¿Cómo escribir algo nuevo, estéticamente válido si el tema te aplasta?; 3) Me gustaría hacer otra cosa, me gustaría pensar en otra cosa, tener otra vida con otro centro”. Y así continúa hasta el punto 7: “No creo en la escritura como terapia. Y si existiese, la idea de curarme con el libro me asquea”.

Sinno se debate entre la ambición literaria y el reconocimiento de que lo suyo es un testimonio. “Estoy de acuerdo con los críticos exigentes que rechazan ceder al sensacionalismo, a la emoción, al relato compasivo”, escribe. “De otro lado, hacer arte con mi historia me asquea”. Unas líneas más adelante, afirma: “Al abandonar el terreno protegido de la ficción, temo que lo único que vaya a ocurrirme con este libro sea que me inviten a programas de radio sobre el incesto, en el que se me pedirá resumir en un lenguaje todavía más simple que el del libro lo que en él se dice para que los auditores distraídos y desganados no tengan que esforzarse en leerlo”.

Triste tigre tiene en común, con los antecedentes literarios y el documental, una actitud: el coraje de lanzarse a examinar y contar “este amor que forzosamente uno ha sentido, de esta atracción que uno mismo ha suscitado”, como escribe Springora. “Para mí era evidente que nunca consentí, en ningún momento, y mi padrastro lo ha confirmado”, dice Sinno. “De otro lado, él no paraba hasta que yo tenía un orgasmo (...). Al darme placer me hacía cómplice de mi violación”. Apunta Kouchner: “Cuando un adolescente dice sí a quien le educa, es incesto. Dice sí en el momento en que nace su deseo. Dice sí porque confía en ti y en tu estúpido aprendizaje. La violencia consiste en aprovecharse, ¿comprendes?”

Y aquí los libros, y los testimonios de Un silencio tan ruidoso, tocan el núcleo de la cuestión: el consentimiento. Desde 2021, en parte gracias a los libros de Springora y Kouchner, ya no es necesario en Francia dirimir si hubo o no consentimiento cuando la víctima es un menor de 15 años, o de 18 en caso de incesto; la ley dice que por debajo de estas edades, no existe el consentimiento.

Pero quedan techo por recorrer, según Emmanuelle Béart. Ella lamenta no haber denunciado a su agresor. “Yo no habría soportado asumir el riesgo de escuchar que no había sucedido nada”, dice. “Si no se escucha al niño, puede encerrarse en un silencio eterno, con todos los desastres que esto provoca”. El mensaje del documental, y el de los libros: hablar antes de que sea tarde, y escuchar al menor. Protegerlo.



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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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