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Feria de San Isidro
Crónica
Texto informativo con interpretación

Engañabobos

Tomás Rufo cortó una generosa oreja; Castella pasó de puntillas y Manzanares naufragó ante una corrida de Victoriano del Río desigual de presentación, noble y con escaso fondo

Un momento de la voltereta que sufrió Tomás Rufo en su primer toro.
Un momento de la voltereta que sufrió Tomás Rufo en su primer toro.Borja Sánchez Trillo Efe
Antonio Lorca

El espectáculo vivido en Las Ventas, colgado el cartel de ‘no hay billetes’ y ante un público ávido de diversión y triunfalismo barato, ha sido un engañabobos, un camelo, un timo…

La tarde comenzó a naufragar en el primer toro, con el hierro de Toros de Cortés, de la misma casa que los demás; era evidente que no tenía trapío para esta plaza y muchos novillos se han lidiado aquí con más presencia que ese. Lo extraño es que muchos espectadores se percataran de ello nada más aparecer el animal en el ruedo y no hubiera captado tan importante detalle el equipo veterinario que mira y remira a los toros en los reconocimientos. Incomprensible, pero cierto. Ese toro, novillo, mejor dicho, era impresentable. Hubo protestas, sí, pero pocas, y de liviano ruido, lo que da a entender que cada vez son menos los aficionados exigentes de otras épocas.

Fue una engañifa la corrida entera, de muy desigual trapío, que cumplió en los caballos, es verdad, y derrochó nobleza y sosería y muy corta duración en el tercio final.

Y un engañabobos fue la actuación de la terna de figuras.

Muy preocupante el caso de José María Manzanares, que conserva su singular elegancia, pero ofrece una imagen de desánimo, desconfianza, incapacidad y oscuridad de ideas que distorsiona su carrera. No le cortó la oreja a su primero, un bendito de dulce embestida, porque no pudo, pero no porque el animal no se la ofreciera con mucho gusto y respeto. Embistió con ritmo, con buen son, humillado, y el torero se empeñó en dar pases y más pases acompañando el viaje, siempre al hilo del pitón y muy despegado. Y así no es posible el toreo. No hubo entrega y sí excesiva superficialidad.

Noble y bondadoso era también el quinto, de corta duración, como todos, pero un bendito, y Manzanares se mostró como un pegapases vulgar que sorprendió, incluso, a los muchos partidarios que buscaron afanosos, y no encontraron, una razón para la alegría.

De puntillas pasó Castella, el triunfador de la feria del año pasado. Pasó desapercibido ante el birrioso y sosísimo primero, pero brindó al respetable el cuarto, confiado, se supone, en que era posible el triunfo. Comenzó entusiasta, bien plantado en el tercio, por alto, primero, un par de derechazos, un cambio de manos, una trincherilla y un pase de pecho, después, presididos por el buen gusto. Y toreó con prestancia a continuación con un pase de las flores, y un elegante y muy templado cambio de manos. Y se acabó la fiesta. Tomó la muleta con la zurda, abusó del pico del engaño, y toda la ilusión inicial se desdibujó. También el animal se comportó como un boxeador noqueado, y Castella optó por un arrimón que no interesó a casi nadie.

Y Tomás Rufo salió a matar al sexto con la convicción de que podría abrir la Puerta Grande. Público fogoso había para eso y más. Había cortado una oreja en su primero tras una espectacular voltereta que lo dejó maltrecho y una tanda de naturales bien trazados a un toro moribundo. No se le niega su disposición -comenzó de rodillas entre las dos rayas con cinco derechazos emocionantes-, pero contó con el beneplácito de unos tendidos bullangueros, conmovidos ante la paliza que recibió el torero en la paliza.

Por estatuarios comenzó ante el sexto, pero toro tenía escaso recorrido y Rufo prefirió el toreo despegado y aquello fue de más a menos.

Lo verdaderamente torero de la tarde lo protagonizaron los subalternos; por un lado, los picadores Manuel José Bernal y Paco María, y, por otro, Fernando Sánchez, Rafael Viotti, Juan José Trujillo, Sergio Blasco y Daniel Duarte, con las banderillas, a quienes acompañó José Chacón, con los palos, también, y en la lidia del primer toro.

Del Río/Castella, Manzanares, Rufo

Cinco toros de Victoriano del Río, desiguales de presentación, cumplidores en los caballos, nobles, sosos y blandos; el primero, de Toros de Cortés, anovillado y sosísimo.

Sebastián Castella: pinchazo y estocada corta y caída (silencio); _aviso_ estocada (ovación).

José María Manzanares: media estocada en la suerte de recibir (ovación); tres pinchazos y estocada que provoca derrame (silencio).

Tomás Rufo: media estocada que provoca derrame (oreja); dos pinchazos y estocada caída (silencio).

Plaza de Las Ventas. 16 de mayo. Sexta corrida de la Feria de San Isidro. Lleno de ‘no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).

Se guardó un minuto de silencio en homenaje a Joselito 'el Gallo'.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.
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