Cristina Fuentes: “Hemos contribuido a los cambios en América Latina”
La coordinadora internacional del Hay Festival explica que han introducido “nuevas temáticas para un nuevo públicos sin que tenga que venir a un teatro del centro histórico”
Hace 36 años, en Hay on Wye, un pueblo de Gales, nació un festival con el propósito de juntar al mundo de la cultura a conversar. Poco a poco aquel festival fue creciendo y cada vez acudían más escritores, músicos o filósofos para charlar frente a los vecinos del pueblo. Aquella idea es hoy uno de los encuentros culturales más potentes del mundo que se celebra cada año en Gales, Arequipa (Perú), Cartagena (Colombia), Querétaro (México) o Segovia, donde comienza este jueves y donde EL PAÍS estará presente con una serie de charlas y el espectáculo Historias de una guerra, que une el oficio de corresponsal de guerra con el teatro. En 2020 el Hay Festival recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, que recogió Cristina Fuentes La Roche (Madrid, 1973). Formada en Administración de Empresas y Gestión Cultural y vinculada al Hay desde 2005, desde este puesto absorbe de México, Perú y Colombia, lo que le permite una mirada privilegiada, casi de dron, sobre lo que se cuece en la cultura latinoamericana. En el Hay Festival lo mismo hablaban de paz los negociadores colombianos con las FARC, de racismo Chimamanda Ngozi Adichie, de feminismo Lydia Cacho, de poesía Patti Smith o de música cubana Santiago Auserón. El éxito del Hay en América Latina, parafraseando a Philip Roth una vez que viajó a Europa del Este desde Nueva York, “es que aquí todo funciona, pero nada importa y allí nada funciona, pero todo importa”. Reconocida con la Orden del Imperio Británico, la entrevista a Fuentes se realiza una mañana de verano en una plaza del barrio madrileño de Malasaña.
Pregunta. “Hay”, “Hey”, “Jey”, “Ay”… ¿Todos lo pronunciamos mal?.
Respuesta. El festival es el nombre de un pueblo de Gales, así que todas valen. Cada uno lo dice como quiere (risas).
P. ¿Qué aporta al mundo un festival salido de un pueblo de Gales?
R. De aquí salió un modelo que no había antes al crear conexiones y conversaciones donde hay silencio. A Cartagena llegamos cuando Colombia comenzaba a abrirse al mundo. A México, cuando la violencia comenzó de forma más sangrienta y eran necesarios espacios para conversar. Y en el caso de Perú, ayudamos a descentralizar la cultura al llevarnos el festival a Arequipa. El año pasado, después de la crisis de gobierno con la salida de Pedro Castillo, el festival fue un refugio para la discusión y el debate. Aunque seamos una pequeña gota, hemos contribuimos a los cambios en América Latina.
P. ¿Es contar lo mismo de forma distinta?
R. Abordamos temas locales de forma global y tratamos de inyectar cierto optimismo. Nosotros no señalamos con el dedo. Esa es la tarea del periodismo o de la política, pero no de los festivales de ideas. Por ejemplo, para hablar de impunidad en México invitamos a Salman Rushdie o a Wole Soyinka porque queremos introducir puntos de vista distintos.
P. ¿Son ustedes el festival pijo de la cultura?
R. Tenemos una parte con escritores y temas muy conocidos, pero cada vez llevamos más eventos sobre racismo, podcast, gente joven o pueblos originarios a los barrios de Medellín o de Querétaro. Hemos reunido a 40.000 personas en Colombia, 27.000 en México o 25.000 en Perú porque hemos introducido nuevas temáticas a nuevos públicos sin que tengan que venir a un teatro del centro histórico. Luchamos contra una mirada elitista del festival y de la lectura en sí misma.
P. ¿Están funcionando los puentes culturales entre América Latina y Europa?
R. Sí, pero mucho más en América Latina. Por ejemplo, en 2007 hicimos Bogotá 39, una selección de escritores jóvenes y talentosos de todo el continente. La mayoría no se habían leído entre ellos y eran publicados por editoriales españolas. Diez años después, repetimos el proyecto y el panorama era totalmente distinto. Se conocían entre todos y las editoriales que los publicaban eran latinoamericanas.
P. Operativamente, ¿cuál es el secreto para que funcione un festival con tantas sedes y fechas?
R. Echar raíces donde estamos. Trabajamos con equipos locales pequeños, ágiles y muy volcados en lo que pasa en el país. También lo ha sido el evolucionar, en América Latina éramos muy literarios y poco a poco fuimos abriéndonos a más ideas. Y, por otra parte, no queremos ser un festival boutique y movemos cada año a más de 180 escritores de todo el mundo. Eso implica tejer alianzas con patrocinadores, empresas públicas, privadas, grandes medios…
P. ¿Por qué otros festivales de este tipo agonizan o desaparecen?
R. Es curioso que el mundo sajón, que tradicionalmente mira a la Commonwealth, haya tenido tanta acogida en América Latina. Creo que fue el momento en que llegamos, hace 15 años. Nos encontramos un continente que se abría al mundo con ganas de reflexionar sobre sus problemas. En Colombia, por ejemplo, los negociadores de paz con las FARC [reunidos en 2014 en Cuba] hicieron su primera salida de La Habana para volar al Hay de Cartagena. Y aquello fue importante en el país.
P. ¿Qué significó el Premio Princesa de Asturias?
R. Fue en un reconocimiento que llegó después de la pandemia tras una época muy dura para todos. Fue un premio compartido con la Feria del Libro de Guadalajara, por lo que sentimos que fue un premio para todo el mundo de la cultura. Nosotros solo somos la plataforma para el encuentro de escritores, editores, filósofos, científicos, público…
P. ¿Tres momentos imborrables que ha vivido en el Hay?
R. Chimamanda Ngozi Adichie en los barrios negros de Cartagena, Patti Smith en Querétaro y una charla maravillosa entre Salman Rushdie, Mario Vargas Llosa y Leila Guerriero sobre el poder de la lectura en México.
P. ¿Qué autoras la tienen loca y no quieren que falten?
R. Aroa Moreno autora de La Bajamar; Greta García de Solo quería bailar. De México, Aurora Garcia-Junco, de Mar de piedra, y Dahlia de la Cerda, de Perras de reserva, que es brutal.
Babelia
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