Elena Martín Gimeno: “Cuando un hombre dice estar liberado sexualmente por ser europeo, ¿se refiere a los ‘ilustrados’ que van a burdeles?”
La directora, guionista e intérprete estrena ‘Creatura’, una película sobre la castración del deseo femenino ganadora del premio a la mejor película europea en la Quincena de Cineastas de Cannes
Una fila de hombres esperaba a Elena Martín Gimeno tras uno de los pases de Creatura en la Quincena de Cineastas de Cannes. Necesitaban hablar con la directora, intérprete y coguionista de la película que acababan de ver. “Me chocó. Pensé que serían mujeres, que es lo habitual, pero ahí estaban, y de edades distintas. Recuerdo a un chaval, muy emocionado, contándome que su novia estaba pasando por un proceso muy parecido al de la protagonista, recordando también momentos de su infancia. Viendo Creatura se había dado cuenta de que si le había costado acompañarla en el proceso era porque no se había atrevido a mirar sus propias heridas”, rememora esta barcelonesa el último jueves de agosto en una cafetería cerca de plaza de Espanya de la capital catalana, plagada de nómadas digitales a la caza de wifi con sus portátiles. ¿Cómo se reacciona cuando un desconocido te revela una intimidad como esa en un pasillo? “Pues emocionándose muchísimo. En Cannes, cada vez que alguien me contaba su historia, me echaba a llorar. La gente debía de pensar: ‘Pero ¿y esta tía?”.
Aquellas no serían las únicas personas que la pararon en los bares o paseando por La Croisette de Cannes para compartir el poso emocional de su película, que ha coescrito junto a Clara Roquet (ganadora del Goya a la mejor dirección novel en 2022 por Libertad) y en la que despliegan sin pudor las capas en la castración del deseo femenino. “También nos contaban que se estaba hablando mucho de la peli, pero desde nuestra inocencia aterrada no imaginábamos que eso era una señal”, dice. Las alertas no eran infundadas. El largometraje, que se estrena este viernes en las salas españolas, acabaría ganando el premio a la mejor película europea de ese certamen paralelo al Festival de Cannes. Es la primera producción española que lo consigue.
Ya sea por entrevistas o tras los pases en cine a la fresca —clausuró el Atlantida Film Fest en Mallorca y se proyectó en el parque de la Bombilla de Madrid con Claudia Costafreda, Elena López Riera, los Javis (Javier Calvo y Javier Ambrossi), Isabel Peña o Rodrigo Sorogoyen entre los espectadores—, Martín Gimeno no ha dejado de recibir mensajes de WhatsApp o Instagram con más historias personales. Empieza a hacerse a la idea de que esa película que nació desde un contexto muy concreto (“el de una familia catalana con su idiosincrasia del pudor y la corrección de lo físico”) ha hurgado en un tabú de forma mucho transversal. “Cuando desde el comité del premio me contaron que una mujer de Singapur estaba muy emocionada porque sentía que la película le había abierto puertas que ella no se había atrevido a traspasar, empecé a asimilar que lo que Clara y yo habíamos trabajado tanto a nivel político en el guion durante todos estos años había conseguido universalizarse”, explica.
Estructurada con saltos temporales a través de dos flashbacks secuenciales que regresan a su adolescencia e infancia, Creatura indaga en por qué Mila (Elena Martín Gimeno), una treintañera autónoma que se muda a la casa familiar de veraneo en la Costa Brava, no disfruta del sexo con su pareja, Marcel (Oriol Pla). Esa finca sobre acantilados bañados por aguas cristalinas (una metáfora agreste del placer y terror que despierta el sexo en las mujeres) es la misma en la que de adolescente desarrolló una reacción invasiva en su piel por la vergüenza y el estrés de experimentar sexualmente y ser juzgada por hacerlo. Con su regreso, las ronchas, como esos traumas sin cerrar, reaparecen.
“Está siendo muy interesante ver qué clichés está rompiendo la película”, apunta sobre las reacciones y por qué la crítica la etiqueta como “valiente” por explorar esas zonas pringosas del deseo de las que no se habla en voz alta. “Nos contamos este relato europeo de que somos gente muy sofisticada y avanzada, que no tiene miedo a romper tabús porque somos una sociedad muy familiarizada con los conceptos freudianos y es mentira. Yo he tenido a medios franceses haciéndome preguntas desde el juicio y el recato y, de repente, estar hablando con un medio mexicano que entiende perfectamente la película. Desde Europa, nos llenamos la boca con que somos más feministas que otros territorios. No es verdad”, sostiene.
Su ficción también pone la lupa a la figura del padre protector, cohibido con su afecto y evasivo por el terror al fantasma del incesto. O a la del adolescente que se cree impune para disponer de los cuerpos a su antojo pero llamar guarra a su amiga a la primera de cambio. “El ideal de la ilustración europea es profundamente patriarcal. Cuando un hombre dice estar liberado sexualmente porque es europeo, ¿se refiere a esos hombres ilustrados que tradicionalmente van a burdeles? Esto igual era progresista hace cien años. Hoy, falta una revisión feminista a muchos ámbitos”, resume, a propósito de ciertas reacciones violentadas por determinadas secuencias de la película, que también las ha habido. “Si crees que hay perversión al tratar la sexualidad en la infancia o la violencia sexual de la adolescencia, eso habla más de ti que de lo que has visto”, zanja.
Creatura es su segunda película tras estrenar en 2017 Júlia Ist, la mirada agridulce a la generación Erasmus rodada entre Berlín y Barcelona que escribió a ocho manos con tres de sus compañeros de Comunicación Audiovisual de la Pompeu Fabra (Maria Castellví, Marta Cruañas y Pol Rebaque). A sus 31 años, Martín Gimeno forma parte de la generación prodigiosa de cineastas de esa facultad barcelonesa, cuyos proyectos de final de carrera coordinados por Gonzalo de Lucas se han convertido en debuts muy apreciados en festivales como el de Málaga o el D’A barcelonés. De esa universidad también han salido Ojos negros (2019), el documental Sobre la marxa (2014) o Les amigues de l’Àgata (2015), que protagonizó Martín y la puso en el mapa indie catalán. Una película dirigida por varias compañeras de la promoción anterior a la suya (Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen), que revolucionó la escena barcelonesa y en la que también aparecía Carla Linares (la madre de la Mila niña de Creatura).
Aunque ha protagonizado, escrito y dirigido sus dos películas, Creatura, dice Martín, es muy distinta a Júlia Ist. “La primera era una mirilla a un momento de la vida de una joven, Creatura tiene una tesis muy politizada detrás”. El proyecto empezó hace seis años, cuando envió un email a Clara Roquet “con ideas desordenadas”, impactada por las historias de niñez que había escuchado en un taller de performance teatral sobre el descubrimiento del cuerpo. No se conocían apenas (“Ella me había hecho una tutoría de guion de Júlia Ist y casi ni hablamos en persona”), pero el flechazo creativo fue instantáneo.
Si algo tenían claro como guionistas es que debían asesorarse en ese texto que fue cocinándose a fuego lento mientras cada una seguía con su vida laboral por separado (Martín fue guionista de Veneno, dirigió capítulos de Vida perfecta y uno de los episodios de En casa, la antología del confinamiento vista por cineastas españoles; Roquet rodó Libertad y tras dirigir una serie ya está trabajando con su siguiente película en Argentina). Investigaron con grupos anónimos sobre sus historias relacionadas con el deseo, se asesoraron por una terapeuta para tratar la parte de la infancia (Berta Clavero) y contaron con coordinadoras de intimidad para las secuencias más complicadas.
“Que nuestro MeToo llegase con el fútbol, y no con el cine, deja claro qué industria es la más poderosa en este país”
“Me hacen mucha gracia los que se llenan la boca asegurando que sus rodajes, de por sí, son ‘un espacio seguro’. Ok, enséñame tu protocolo y ya lo decidiremos. Yo puedo ser la más feminista, la más concienciada, la que más ha leído sobre crianza, la que más se rodea de mujeres en la producción y toma de decisión de equipos de la película, pero quienes tienen los protocolos son los coordinadores de intimidad. Y no nos equivoquemos, no es un ente castrador o censor, al contrario. Llegan a secuencias difíciles de rodar, que incluso a mí me violentan de antemano, pero buscan llegar a la verdad de forma segura. Se trata de que nadie sufra al rodarlo”, defiende.
En un momento en el que al feminismo español, a nivel político, se le ha pedido rebajar las revoluciones y hasta el presidente del Gobierno ha dicho que algunos de sus amigos estaban “incómodos por los discursos de confrontación”, ¿se hace más pedagogía desde una óptica menos provocadora y más intimista como la de su película? “Yo no estoy en contra de ser combativa. Ojo, a veces hay que sacar ese dolor y no todo el rato tenemos que ser pacíficas y comprensivas. También he explorado esa rabia en la performance teatral. Pero esta no es una película que haga una aproximación desde el enfrentamiento, es algo que teníamos muy claro desde el guion: es una película terapéutica”.
Cree que política y arte operan en dos esferas distintas. Pero no rehúye posicionarse a nivel personal. “El problema que estamos afrontando es habernos creído que habíamos superado pantallas sin haber superado ninguna etapa en realidad. Parece que ahora nos toca ser comprensivas porque el Me Too supuestamente ya pasó, ya no había que buscar cabezas de turco y ya estamos hablando de cultura de la cancelación cuando, francamente, no ha habido una sola cancelación en este país. Ahora resulta que cancelar es cuestionar y pedir responsabilidades a una persona que ha ejercido su poder contra la integridad de las personas. No, no eres un hombre cancelado, eres un mal líder”, reflexiona. Y sabe la respuesta a por qué el #SeAcabó desatado tras el beso no consentido del presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, a la jugadora Jenni Hermoso nunca se dio en el cine. “¿Es obvio, no? Que nuestro Me Too llegase con el fútbol deja claro qué industria es la más poderosa en este país”.
Babelia
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