Charlaine Harris, la otra reina de los condenados
La autora de la serie de libros en la que se basa la serie de culto ‘True Blood’ explica que creó a sus vampiros para expiar una violación que casi le costó la vida
Lo primero que escribió fue un poema de fantasmas. Siempre ha creído en los fantasmas, dice: “Soy cristiana, sé que hay algo después de esto”. Sonríe. Su permanentado pelo ni siquiera se agita. Charlaine Harris (Tunica, Misisipi, 71 años) devuelve siempre la misma exacta imagen de sí misma que ha tenido desde el principio. En el inicio, es decir, el momento en el que publicó su primer libro. Tenía 30 años y llevaba tres casada con su segundo marido, Hal Schulz. El dato es importante porque fue él quien le dijo que podía, si quería, hacer como su admirada Shirley Jackson —”no sé cuántas veces he leído La maldición de Hill House, ¡es uno de mis libros favoritos!”— y quedarse en casa para únicamente escribir. Los vampiros y el otro mundo ardorosamente sobrenatural de True Blood, la serie de novelas protagonizadas por la camarera telépata Sookie Stackhouse que Alan Ball convirtió en un clásico de la televisión, estaban en camino.
Harris es hoy, en sus palabras, una “aparentemente adorable abuelita”. “Mis dos nietos creen que todas las abuelas del mundo escriben libros de vampiros”, dice divertida. Es una mañana de julio. Harris está sentada a una mesa en el vestíbulo de su hotel en Avilés. Cada encuentro del festival Celsius en el que participa —hasta cinco en cuatro días— resulta multitudinario. En cada uno de ellos se recuerda cómo pasó de autora de best sellers del montón a estrella del fantástico mundial cuando Ball, creador de A dos metros bajo tierra, convirtió sus historias de vampiros integrados en la sociedad en su siguiente obra de culto. “Fue una auténtica locura. De repente, algo que había pasado dos años en el cajón de mi agente me cambió a vida. Recuerdo el día del estreno. ¡Tenía mi propio asistente de alfombra roja!”, rememora aún emocionada.
La escritora, hija de bibliotecaria —de ahí que Aurora Teagarden, la protagonista de su serie de libros sobre un club de lectura que investiga true crimes, lo sea—, tenía 57 años cuando True Blood se estrenó, y lo primero que le soltó a su marido —tan cristiano como ella, así como la comunidad en la que vivía entonces, en Arkansas— fue: “Vamos a tener que mudarnos”. No creía que sus vecinos quisiesen tener cerca a alguien que había escrito aquello. Y se marcharon. Pero no entonces sino mucho después, y no por sus vecinos, sino porque los fans no dejaban de amenazarles. Como Paul Sheldon, el protagonista de Misery, de Stephen King, la creadora del vampiro moderno, integrado y social —gracias a la sangre sintética, vendida como refrescos en los supermercados—, fue crucificada por no una fan sino una horda cuando publicó el último título de la serie.
“Le di a Sookie el final que merecía, ¡ella me había cambiado la vida, debía darle lo que siempre había querido! No quería ser un vampiro, quería poder disfrutar del sol y tener hijos, así que no iba a elegir al vampiro Eric, sino al hombre lobo”, recuerda. La violencia de las amenazas ante tal decisión trajo de vuelta el miedo que la escritora había sufrido en su veintena y que sigue siendo “la herida” que cierra “al acabar cada libro”. Cuando tenía 25 años, un hombre entró a su apartamento y la violó a punta de cuchillo. Después de aquello, se hizo levantadora de pesos y karateka. No quería que nada parecido volviese a pasarle. “Fue como estar expuesta por primera vez al mundo real. La gente vive creyendo que ese tipo de cosas no van a pasarle. Pero te pasan. Existe el mundo en el que vives, y luego en el que podrías vivir, y vives cuando algo así te pasa. Es horrible”, relata. Por eso las protagonistas de sus novelas son siempre mujeres que devuelven el golpe.
También son mujeres aparentemente invisibles. “Es cierto. No es casual que todas ellas [desde Aurora Teagarden a Lily Bard, la protagonista de otra de sus series, una mujer de la limpieza] tengan empleos no cualificados que consisten, de alguna forma, en servir a alguien. Me interesa dejar claro cuánto saben de nosotros esas personas que fingimos no ver”, apunta. Sookie Stackhouse es el epítome de todo eso: la camarera que puede oír lo que piensas de ella, y de todo. “Si me dieran a elegir un poder, el último sería leer mentes. No querría por nada del mundo saber lo que los demás piensan de mí en cada momento”, asegura. Lo que empezó siendo una discapacidad —”Quería darle algo a lo que tuviera que sobreponerse”, confiesa— se convirtió en aquello que la hizo pertenecer a una comunidad: la de lo sobrenatural, de lo torcido y pretendidamente aceptado. Porque sí, True Blood se adelantó a un montón de cosas, sostiene.
“Y es curioso. Teniendo en cuenta la tiranía del mercado actual, a veces me digo que si hubiera empezado a escribir ahora esa serie, jamás se habría publicado, ¡tal vez yo no existiría como autora!”, sentencia. ¿A qué se refiere? “La serie de Sookie no despegó hasta el tercer volumen, y ya prácticamente la había completado cuando se empezó a rodar la adaptación. Por entonces, las editoriales creían en el autor. Daban un margen de tres o cuatro libros por serie para que la cosa despegara. Hoy, si el primero no triunfa, es difícil que haya un segundo, y en ningún caso habrá un tercero”, expone. Todo está acelerándose en todas partes. “¿Que si querría volver a escribir sobre ese universo? Hay un proyecto por ahí que planea rescatar personajes de la serie, y yo estaría encantada de hacerlo, pero quién sabe”, apunta. Y eso que ya no está tan en forma como antes, cuando acababa un libro —o dos— al año. “He pasado el covid dos veces, y mi cerebro no es el mismo”, apunta.
Afincada en Texas hoy, Harris, un destacado miembro de la Iglesia Episcopaliana, bromea sobre el paganismo de su obra —repleta, también, de fogosas escenas de sexo— y asegura que había una intención muy clara en la aceptación del diferente en True Blood. “Nunca entenderé por qué a alguien le molesta que ames a alguien de tu mismo sexo, ¿en qué están pensando? ¡Es lo más normal del mundo!”, dice. También dice que aún en la cola de firmas aparece, de vez en cuando, alguien que dice ser un vampiro, o un hombre lobo: “Y yo les digo: ¡Estupendo! ¡Demuéstramelo! Pero ninguno ha sabido mostrarme los colmillos nunca”. Harris ha sido siempre una lectora voraz. Aún hoy lee tres o cuatro libros a la semana, algunos de Bill Bryson y David Sedaris, dice, porque su sentido del humor necesita alimento literario. Porque por encima de todo, Harris es alguien que se lo pasa en grande escribiendo. “En realidad, si estoy aquí es porque me aburro mortalmente con mucha facilidad. Escribo para pasarlo en grande, sí”, concluye sonriente.
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