Juan Luis Guerra y las ‘noticias’ que se pueden bailar
El dominicano universal ofrece una fiesta a ritmo de merengue y bachata frente a 18.000 asistentes en la segunda jornada del Festival Río Babel
Agarrado a un megáfono, y con su imponente estatura (1,92 cm), vestido con un traje color fresa, con bordados y jaretas, y deportivas blancas, Juan Luis Guerra leyó la noche del sábado, en Madrid, el último parte del telediario. A eso de las once y media, y con una luna casi llena iluminando el recinto al aire libre La Caja Mágica, al sur de la autopista M-30, comunicó que “la gasolina sube otra vez, el peso que baja, ya ni se ve, y la democracia no puede crecer, si la corrupción juega ajedrez”. Contó muchas otras cosas, pero esta lectura de la actualidad caló particularmente hondo. Eran, ni más ni menos, los versos de El costo de la vida, una canción que publicó en el año 92 y que ayer apeló por igual a todas las generaciones que se congregaron en uno de los momentos más deseados por los que hacen el festival Río Babel.
Que se lo digan si no a Pepa Martínez, madrileña de 42, que entre lágrimas de emoción desveló que, por pagar la entrada para ver a su ídolo, este año se quedará sin vacaciones. “Compramos el tique en el mes de febrero, y escogimos el acceso Premium (120 euros) para poder verle bien. Es parte de la banda sonora de mi vida y de la de mis padres, así que merecía la pena…”, dijo, sin dejar de bailar. Ni llorar.
Poco después, entre una explosión de serpentinas, y para cerrar un concierto pletórico, La bilirrubina volvía a causar el mismo efecto: miles de personas cantando y bailando al unísono una música que uno siente que ya estaba ahí desde antes, desde siempre. Hace 30 años, preguntado sobre cómo había conseguido hacer de la bachata un fenómeno mundial, el propio Juan Luis Guerra desvelaba parte del secreto: que sus canciones estaban influenciadas sobre todo por los Beatles, pero que era difícil verlo por los arreglos tropicales que las vestían. Mezclando pop y folklore, se adelantó a muchas de las tendencias que hoy vemos en las listas de éxito…
“Considero que el éxito y la vuelta desde hace unos años a esas revisiones de la música más folklórica de cada cultura responden al momento de incertidumbre que vivimos y que la gente encuentra en esas raíces una balsa de estabilidad y una herramienta con la que calmar la ansiedad que le produce dicha incertidumbre. Aunque sea de manera inconsciente, porque son músicas que todos reconocemos; hemos crecido con ella y va en nuestro ADN. Ejemplos son Peso Pluma, pero también C. Tangana con El Madrileño como éxitos internacionales”, reflexionó unas horas antes de este concierto David Moya, director de comunicación de Río Babel, festival que ha hecho una apuesta por bandas del otro lado del Atlántico como cabezas de cartel, y donde cabe la world music, el rock o el hip-hop, y que en su quinta edición va a recibir en tres días a 60 mil personas.
Cuando las imágenes nos engañan, porque pueden estar hechas por una inteligencia artificial solapando realidades; cuando no hay dónde saber qué es cierto y qué es falso, porque las relaciones son entre avatares, la tradición oral que puedes ver y sentir sin trampa ni cartón parece que cobra otro sentido. Con los corridos tumbados de Peso Pluma triunfando en medio mundo, como recuerda Moya, y los jóvenes acercándose de nuevo al timbre fuerte y claro de instrumentos como la trompeta o los tonos Fa y Sol del acordeón —siempre tratando las voces con el auto-tune, para no perder demasiada contemporaneidad, no se diga—, da la sensación de que vivimos en una época donde ganan valor los géneros musicales folklóricos con ritmos bailables y alegres. Hablamos también de canciones que reproducen y comunican valores y códigos vinculados a la cultura popular. “Tener hoy a Juan Luis Guerra sobre el escenario de Río Babel es un sueño cumplido: porque el festival nació con el fin de tender puentes entre Latinoamérica y España y, ya en nuestra quinta edición, tenerle a él era imprescindible”, añadía Moya.
Y hablando de valores, fueron muchos y muchas los que ayer encontraron en el merengue Visa para un sueño consuelo al malestar que uno puede sentir al estar lejos de su país por razones ajenas al ocio. Se trata de una canción que denuncia el sueño americano y la urgencia por escapar de países donde no se proporcionan opciones y donde la desigualdad es más extrema. Pero también hace una lectura sobre algo que vivimos en Europa con la inmigración. “Buscando visa, para naufragar/Buscando visa, carne de la mar”, dice la letra.
“Voy a saludar a mis hermanos dominicanos. Y a los venezolanos hermanos que están aquí. Y Colombia , México, Perú, Chile, Argentina, Surinam, Costa Rica, Guatemala. esas son las banderas que vemos desde aquí”, dirá Guerra, justo después de terminar una explosiva versión de Ojalá que llueva café y que transformará, otra vez, la explanada en una inmensa pista de baile. Menos mal que a esa hora ya soplaba aire fresco desde el norte, tras una tarde de bochorno y sol.
De Venezuela era la pareja formada por Giovanna Marmo (31 años) y Miguel Patiño (33) que no dejó de hacer los pasos laterales típicos del merengue ni un segundo. “Allí los de nuestra edad crecimos con su música porque nuestros padres estaban todo el día escuchando sus discos”, decía ella. “Los ritmos latinos se llevan: en los descansos de los partidos de la NBA, ya ponen música latina”, compartió él. Para ambos este concierto es el primero de Juan Luis Guerra.
Sonaron anoche más de 20 canciones a ritmo frenético con un pequeño descanso para el frontman y un cambio de look para el bis final —esta vez, su clásico sombrero negro Kangol y americana denim—. Se trata de la gira Entre mar y palmeras, donde se escuchan grandes himnos del cantante, también Rosalía, tema que hoy entre el público más joven tiene una nueva gracia… Ya pasó por Madrid en el año 2019, con puesta en escena similar —visuales y vídeos ad hoc para las pantallas en las canciones más populares — y repertorio de clásicos… Su primer disco, Soplando, cumplirá ¡40 años! en 2024. Sobran las introducciones a modo de película de Disney, especialmente al arrancar el concierto, porque sonoramente ofrecen otro color y ambiente. Pero qué buen espectáculo, además de por su carismático líder y voz, por una banda donde triunfan Patricio Bonilla al trombón (brillante en Para ti y Pambiche de novia), Rafael Carrasco con la güira, instrumento de percusión propio de la República Dominicana, Luis Payán a la guitarra, y Janina Rosado en los pianos, coros y dirección musical durante la hora y 45 minutos de concierto. Dieciséis músicos sobre el escenario, con sus bailes y contagioso entusiasmo.
Algunos seguidores al acabar echaban en falta Woman del Callao y se quejaban de la versión corta de Burbujas de amor —en un momento, la banda se marca lo que denominan “medley de salsas”, con algunos éxitos en versión más reducida y solapándose—. Otro recordaba que, en el bolo de Nueva York, hace unas semanas, Romeo Santos, el otro gran rey de la bachata, saltó al escenario a cantar Frío frío. En el metro, de vuelta a casa, la fiesta seguía, con los mismos ritmos de banda sonora. Lo que anoche quedó claro es que la icónica silueta, con sombrero y la mano tapándose el oído izquierdo para afinar la voz es ya parte de la historia de nuestro pop… y sin paso de cebra.
Babelia
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