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Mr. Marshall venía a expoliar iglesias románicas

‘De Fuentidueña a Manhattan’ reconstruye el traslado de un ábside medieval protegido de Segovia a Estados Unidos con el apoyo de las reales academias y el Gobierno de Franco

Ábside de la iglesia de San Martín de Fuentiduena, en el museo The Cloisters, de Nueva York.
Ábside de la iglesia de San Martín de Fuentiduena, en el museo The Cloisters, de Nueva York.Sean Pavone (Getty Images)
Vicente G. Olaya

El archiconocido guion de Bienvenido Mr. Marshall respondía a una situación real, aunque quizás su director, Luis García Berlanga, no fuera consciente de ello cuando rodó su magistral obra. Entre la realidad y la ficción cinematográfica solo existió una triste diferencia: mientras la comitiva estadounidense atravesó el pueblo imaginario de Villar del Río sin dejar un solo dólar en la población, en el caso de Fuentidueña (Segovia) Mr. Marshall se llevó su bien más preciado, el ábside de la iglesia románica de San Martín (siglo XII), a pesar de que había sido declarada Monumento Nacional durante la II República. Un total de 3.396 sillares fueron desmontados, entre octubre de 1957 y marzo de 1958, para su traslado al museo The Cloisters, en Nueva York. Todo ello, con la aquiescencia total de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, la Real Academia de la Historia, los ministerios de Exteriores y Educación Nacional, los mejores arqueólogos e historiadores del país, la Dirección General de Bellas Artes y el Gobierno de Franco en pleno.

Pocas voces se alzaron contra el descomunal expolio, con la excepción del marqués de Lozoya y de contados historiadores y académicos. Los 100.000 dólares con que se regó la operación desde el Metropolitan Museum of Arts (MET), del que depende The Cloisters, y el deseo de la dictadura franquista de mejorar sus relaciones con EE UU (el presidente Eisenhower visitó España en 1959) ablandaron el camino sin retorno a la exportación de una joya del románico segoviano. Ahora, el ensayo De Fuentidueña a Manhattan. Patrimonio y diplomacia en España (1952-1961), de José Miguel Merino de Cáceres y María José Martínez Ruiz (Editorial Cátedra), reconstruye aquella historia de la que no existen documentos oficiales donde se mencione ni una sola vez a Francisco Franco y que nunca fue publicada en el Boletín Oficial del Estado, a pesar de que la desprotección y la venta del templo se aprobó en un Consejo de Ministros. “Fue algo que el régimen deseó silenciar. Fue un robo de Franco con fines políticos para mejorar las relaciones con Estados Unidos”, asegura Merino de Cáceres (Segovia, 81 años), académico de Bellas Artes de San Fernando y catedrático de Arquitectura.

A finales del siglo XIX y principios del XX, surgió en Estados Unidos “un singular interés por el arte y la arquitectura medievales europeos”. Se levantaban universidades, iglesias y museos imitando el aspecto de los principales templos, catedrales o conventos de Francia, Italia, Reino Unido o España. Sin embargo, las colecciones privadas y públicas apenas contaban con piezas originales para su exposición. La aparición de una clase multimillonaria ―principalmente enriquecida por el petróleo y la banca― propició la compra, a cualquier precio, de todo aquello que pudiera ser adquirido en los 40.000 monasterios e iglesias que se levantaron en Europa entre los siglos V y XVIII. Los claustros, como pieza fundamental sobre la que gravitaban los cenobios, eran los elementos más preciados. Y así, tardaron poco en cruzar el Atlántico monasterios como el de Santa María de Sacramenia (Segovia) o Santa María de Óvila (Guadalajara).

Los multimillonarios estadounidenses emprendieron a principios del XX una frenética carrera por comprar arte medieval en Europa”

En los años veinte del siglo pasado, el poderoso John D. Rockefeller Jr. se propuso levantar un museo de arte medieval en Manhattan, el conocido como The Cloisters (Los claustros). Numerosos intermediaros y anticuarios se ofrecieron a llenarlo. Solo sería necesario fijar un precio. Así el museo, que cuenta con una sala de arte español (Spanish Gallery), logró comprar uno de los más hermosos patios renacentistas peninsulares, el procedente del castillo-palacio de Vélez Blanco (Almería), vendido por 80.000 pesetas; la reja del coro de la catedral de Valladolid, dos excelentes tapices de la catedral de Burgos o las tumbas de Alvar Rodrigo de Cabrera, conde de Urgel, y su esposa Cecilia de Foix, arrancadas del monasterio de Santa María de Bellpuig de las Avellanas (Lérida). Pero al conjunto museístico le faltaba un ábside románico, porque solo contaba con cuatro claustros medievales europeos, una sala capitular y una capilla. “Para completar el complejo pseudomedieval se precisaba de una importante iglesia románica, de cuya búsqueda y selección se encargó directamente el millonario, recayendo la elección en la desventurada iglesia de San Martín de Fuentidueña, en estado ruinoso, con capiteles con motivos animalísticos, con parejas de grifos rampantes, aves bicéfalas, un mascarón monstruoso que devora las colas de dos dragones con cabezas de aves, y que venía siendo utilizada como cementerio de la localidad”, explica el libro de Merino de Cáceres y Martínez Ruiz. Corría 1935.

Portada del ensayo 'De Fuentidueña a Manhattan', de José Miguel Merino y María José Martínez.

James J. Romirer, que llegó a ser director del MET, fue el hombre elegido por Rothschild para llevar a cabo la Operación Fuentidueña. A través del intermediario francés Eustache de Lorey, realizó ese año el primer intento de adquirir el ábside. A cambio, el Ayuntamiento recibiría 30.000 pesetas para levantar una escuela. Pero la Guerra Civil y la contienda mundial desbarataron el propósito, que no se retomó hasta 1950. El anticuario español Raimundo Ruiz, que ya era conocido por desmontar las pinturas murales de Revilla de Santullán (Palencia) o la portada románica del templo de Nuestra Señora de la Llana, en Cerezo del Río Tizón (Burgos), sería el encargado de llevar a cabo los trámites dos décadas después de la primera intentona. Merino de Cáceres lo explica: “Este, a su vez, se asoció con un depredador de monumentos llamado Arthur Byne, que ya contaba con experiencia en el expolio y traslado a Estados Unidos del monasterio de Óvila (Guadalajara). Se calcula que solo en 1926, Ruiz había exportado ya más de 4.500 objetos a Norteamérica. De hecho, abrió hasta un establecimiento en la Quinta Avenida de Nueva York”.

Pero había un problema de difícil solución, porque desde junio de 1931 la iglesia de Fuentidueña contaba con la máxima protección legal. Se albergaban, por tanto, pocas esperanzas en conseguir su compra, como reconoció Romirer en una misiva. Por eso, en 1952, el embajador de Estados Unidos en España entró en acción y en una “agradable velada” con el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, sacó el tema. España buscaba en esos momentos un acercamiento con el gigante norteamericano para reactivar su depauperada economía. El ministro, según Romirer, se mostró “receptivo”, “ya que sería muy beneficioso para ambos países en el marco de unas fructíferas relaciones diplomáticas y culturales”. Además, el Estado español recibiría “ayuda económica que podría invertir en el mantenimiento de uno o varios monumentos que estuvieran necesitados de tal atención”, relata el libro.

El BOE nunca publicó el acuerdo del Consejo de Ministros que permitía la exportación”

Artajo pasó el tema al ministro de Educación, que requirió entonces un informe a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, “pues al ser un monumento nacional ofrecía dificultades”, y más siendo propiedad de la Iglesia, que reclamaba 20.000 dólares por él, “lo cual incluía el pago al obispo, su beneficio y la parte que correspondía a su gente”. El director de Bellas Artes, Antonio Gallego Burín, sorprendentemente apoyó la operación, al igual que Francisco Javier Sánchez Cantón, subdirector del Prado, porque los estadounidenses ofrecieron que España recuperase la obra de arte que quisiera del MET siempre y cuando no superase los 100.000 dólares. “Un intercambio mutuo entre el Estado Español y el Metropolitan” fue la fórmula elegida por el Gobierno de Franco para evitar el escándalo, se escandaliza Merino de Cáceres. La muerte de Ruiz obligó a los actores a cambiar de intermediario. Ahora sería el anticuario Arcadio Torres, que no hablaba ni una palabra de inglés, lo que da idea de que el museo ya hablaba directamente con el Gobierno español.

Detalle del sepulcro de Ermengol VII que se exhibe en The Cloisters.
Detalle del sepulcro de Ermengol VII que se exhibe en The Cloisters.

En aquel momento, el arqueólogo e historiador más reconocido en España era Manuel Gómez-Moreno, precisamente la persona que en 1931 propuso que la iglesia segoviana fuese declarada monumento. Su opinión resultaba determinante para evitar las reticencias de otros académicos. Romirer le encontró el talón de Aquiles: su hija Carmen, que estudiaba Historia del Arte en Harvard. A lo mejor, sería posible contratarla en el prestigioso MET... “La señorita es encantadora y muy inteligente. Espero que ella pueda ayudarnos si algún día fuera posible adquirir la capilla de Fuentidueña. Habría mucha investigación que hacer en este caso...”, le escribió a Gómez-Moreno, que poco después recibió otra inesperada carta. “Querido papá: Tuve una larga conversación con Mr. Romirer acerca de la ermita esa. Me enseñó cartas, entre ellas una dando cuenta de la aprobación del Papa y del obispo de Segovia. Todo el mundo está de acuerdo, Artajo, Gallego [director general de Bellas Artes], el obispo y hasta el Papa y, sin embargo, la cosa sigue estancada. Había que hablar con el alcalde del pueblo, que al parecer es el único que pone inconvenientes...”.

Días después el ministro de Educación, Jesús Rubio, recibió una carta firmada, esta vez, por Gómez-Moreno. “Enterado del proyecto de traslación [a EE UU] de la cabecera de la iglesia románica, hoy dentro del cementerio de Fuentidueña, creo que ello aseguraría su conservación y la sacaría del abandono y peligro de deterioros que amenaza”.

Tras esta determinante opinión, las academias de San Fernando y de Historia “acordaron la salida de España del monumento bajo forma de intercambio cultural”. De los 28 miembros de la Real Academia de Bellas Artes, 19 votaron a favor de la venta, siete en contra y dos se abstuvieron. Sin embargo, algunos académicos mostraron, en plena dictadura, su completo desacuerdo, como César Cort i Botí, quien, “para no tener remordimiento alguno”, escribió: “El pago en moneda a la Iglesia del valor concertado, y la indemnización al pueblo, muestran claramente que se trata de una venta en regla, aunque la incoación del expediente pretenda fundarse en un intercambio para lograr la oportuna autorización de salida”.

Al Prado llegaron, en compensación, seis pinturas románicas en poder de un marchante americano”

Carmen Gómez-Moreno fue, finalmente, la enviada del MET para seguir el desmontaje. Su padre, por su parte, fue nombrado Honorary Fellow for Life del Metropolitan (miembro de honor de por vida del Metropolitano). El obispado, a su vez, recibió 800.000 pesetas y el Ayuntamiento otras 250.000. Al Museo del Prado se le entregaron en octubre de 1957 seis frescos de la ermita de San Baudelio de Berlanga, no toda la colección completa, que el MET compró a un marchante y que hoy se exponen en el museo. Actualmente, el resto se exhibe en el Indianapolis Museum of Art, el Museum of Fine Arts de Boston y en el propio The Cloisters, ya que el vendedor le regaló las que le sobraban.

Un periodista español descubrió la operación, pero su relato fue silenciado. Por su parte, la prensa nacional recogió, en grandes titulares y fotografías, la llegada de las pinturas, y apenas hizo mención a la salida de ábside, convirtiéndolo en un tema menor porque eran unas “ruinas”. En Nueva York, finalmente, en 1961, se llevó a cabo una gran celebración con importantes personalidades del mundo económico, político y cultural. Se repartieron más de 150 invitaciones oficiales a las familias Hearst, Rockefeller, Aston, Forbes, Aldrich... En el Prado, mientras tanto, sus patronos debatían si Madrid era el lugar adecuado para acoger unas pinturas románicas y no hubiera sido mejor pedir un cuadro del pintor neerlandés Frans Halls.

El Metropolitano negó ayuda económica a Fuentidueña tras unas torrenciales lluvias que destruyeron su Ayuntamientno”

El 1 de mayo de 1963, el secretario del Ayuntamiento de Fuentidueña envió una desesperada carta al MET reclamando ayuda urgente porque unas lluvias torrenciales habían derrumbado el edificio consistorial. Romirer respondió con prontitud. “Desgraciadamente, este museo no cuenta con fondos que puedan ser destinados a la beneficencia dentro o fuera del país. Por esta causa, me es imposible atender su petición”. No volvieron a escribir.

“Yo me enteré de lo que había pasado en 1959 cuando visité Fuentidueña con mi padre”, recuerda Merino de Cáceres. ”Nos contaron la historia. Han pasado muchos años, pero decidí que alguna vez alguien debía relatar lo pasado. No deja de causar cierta tristeza la inevitable comparación con la película de Luis García Berlanga Bienvenido Mr. Marshall. La emoción por la atención norteamericana hacia un tesoro que podía reportarles un buen montón de dólares pronto tornó en vacío, el dejado por el desaparecido tesoro y por la ausencia de los dólares que creyeron lloverían del cielo sobre sus tierras”, concluye el catedrático y académico segoviano.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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