Acero, hormigón y rechazo a la dictadura: una muestra en Oporto celebra a Paulo Mendes de Rocha, el arquitecto más premiado de Brasil
La Casa da Arquitectura de la ciudad portuguesa recorre la trayectoria del creador dos años después de su muerte
“La ciudad monumental no la hace la arquitectura, la hace la falta de violencia y los niños sin hambre y en la escuela”. Paulo Mendes da Rocha (1928-2021) fue el arquitecto más premiado de Brasil. También —según el criterio de Schopenhauer— un sabio: alguien que no aprende tanto de leer libros como de leer la vida. Por eso, sin ser —ni preocuparse por serlo— el más conocido, era capaz de ponerlo todo en simple. La naturaleza: “No es un paisaje, son fenómenos y fuerzas”. La arquitectura: “Su objetivo es ayudar a la gente a lidiar con la impredecibilidad de la vida”. Y hasta el sentido de la vida: “No nacemos para morir, nacemos para continuar”.
Continuar, reparar, incluso aclarar es lo que pretende la exposición Geografías construidas que la Casa da Arquitectura de Matosinhos, en Oporto, mostrará hasta febrero de 2024. El mensaje es doble: Brasil no es solo Río de Janeiro y Mendes da Rocha proyectaba desde el territorio y para el mundo. La muestra aclara la confrontación entre los arquitectos cariocas, como Niemeyer o Burle Marx y los paulistas, como Vilanova Artigas o el propio Mendes da Rocha. Unos eran formalistas; los otros, humanistas. Así, galardonado con el Premio Mies van der Rohe latinoamericano, el Pritzker, el Premium Imperiale de Japón o la Medalla de Oro del Royal Institute of British Architects, Mendes no fue el arquitecto brasileño más conocido, pero sí el más premiado. Su obra no construye objetos sino territorios. Su discurso —recogido en los 11 vídeos seleccionados por Marta Moreira y Rui Furtado— evidencia que no es el paisaje sino la geografía lo que le interesó, y no los detalles sino la crudeza del hormigón, lo que para él, que construyó fundamentalmente en Brasil, permitía dialogar con el mundo.
Esa es la idea que defienden los comisarios de esta muestra, Jean-Louis Cohen y Vanessa Grossman. Ambos describen la atención a la geografía por encima de la arquitectura y la imaginación geográfica para saltar de América al planeta. También Catherine Otondo, exalumna del arquitecto y responsable del archivo Mendes da Rocha durante décadas, cuenta que “lo geográfico era para él la conexión que une al mundo: los ríos que recorren y no dividen el planeta. Defendía la unión frente a la aberración de limitar”. El Pritzker luso Eduardo Souto de Moura, que ha diseñado el montaje junto a Nuno Graça, lo corrobora: “Mendes era el grado cero. No era minimalista, era natural. Tenía frescura y, sin embargo, hablaba como el oráculo de Delfos: con entusiasmo y conocimiento”.
Mendes da Rocha se descubrió como una promesa cuando, con 29 años, ganó el concurso para levantar el Gimnasio del Club Paulistano: un disco de hormigón armado que tiene más de geográfico que de arquitectónico y daba sombra al deporte. Vilanova Artigas lo eligió entonces para dar clase en la Escuela de Arquitectura de São Paulo. Pero una década después la dictadura militar lo expulsó de la universidad y de cualquier encargo público por negarse —junto con otros 60 arquitectos— a apoyar públicamente el régimen. “Niemeyer se fue a trabajar a Francia. Él se quedó sin trabajo”, explica Otondo.
¿Por qué el arquitecto brasileño más premiado donó su archivo a la Casa da Arquitectura de Portugal? Cohen sostiene que fue por la humillación que sufrió en su país cuando lo apartaron de la universidad y lo readmitieron, 11 años después, como profesor asistente. Otondo defiende que sufría con la idea de ver su legado dividido por su propia familia. El caso es que en 2008 Mendes diseñó en Lisboa el Museo de los Coches. Y empezó a darle forma a la idea que cuajaría en La Casa da Arquitectura de Matosinhos fundada en 2007 y trasladada a su emplazamiento actual en 2017.
Ubicada en una antigua alhóndiga a las afueras de Matosinhos, la ciudad anexionada a Oporto que funciona como su barrio marítimo, Casa da Arquitectura atesora los archivos del propio Eduardo Souto de Moura, Gonçalo Byrne o el urbanista de Brasilia, Lucio Costa. Sin embargo, paradojas de la vida, no cuenta con los del más célebre arquitecto nacido en ese barrio: Álvaro Siza donó su archivo al Canadian Center for Architecture, CCA, en Montreal. ¿Por qué? Puede que por la misma ambición internacional de Mendes. También porque el archivo de la Casa se creó ¿cómo reacción? poco después.
El puente Atlántico entre Brasil y Portugal lo amplían los comisarios de esta muestra. Cohen hoy da clase en la Universidad de Nueva York después de hacerlo en Princeton. Allí conoció a la brasileña Vanessa Grossman, una alumna aventajada convertida ahora en co-comisaria de esta muestra.
Sin orden cronológico, la exposición consigue explicar la ambición de Mendes da Rocha en 12 proyectos. Muestra maquetas, planos —”Sus croquis tienen la mano de Matisse”, apunta Souto— y cortometrajes que permiten entrar en los edificios. Se agradece que las imágenes filmadas por Felipe de Ferrari y Ciro Miguel se alejen del tópico tropical. Consiguen, en cambio, que el espectador sienta el peso de la humedad y así, la cercanía con la naturaleza. En las casas que Mendes diseñó para él y para su hermana en Sao Paulo (Butantã, 1967) aflora una relación más con la tierra que con el paisaje. El pabellón que construyó para la Expo Osaka de 1970 está apoyado en tres colinas. En Sao Paulo, el Museo Brasileño de Escultura (MUBE), concluido en 1995, es, posiblemente, el mayor exponente de la crudeza de la obra de Mendes, la naturalidad de la que hablaba Souto. Sin embargo, su último edificio, el centro social SESC 24 de Maio de São Paulo encarna su ideología transformada en un edificio. Con una piscina de uso público descubierta en la azotea, Mendes da Rocha materializó en el corazón de su ciudad su ideario arquitectónico: una pileta con las mejores vistas y de uso público. El proyecto, concluido en 2017, parte del lugar para acercarse al cosmos.
A Mendes da Rocha no le gustaban las etiquetas. Desdeñaba el paisaje para nombrar a la naturaleza. La tecnología le hablaba de tú no a los inventos, al territorio. Trabajó moviendo la tierra y construyendo con poco más que acero y hormigón. Sin embargo, huía del brutalismo. Lo suyo era una arquitectura cruda, sin ornamento ni gesto. Tan básica como una estructura. Tan exquisita como los planos que no se terminan de tocar para jugar con la luz, el aire y las sombras y deshacer así, visualmente, el peso del hormigón. Lo imperfecto era lo perfecto para él. Era rotundo pero silencioso. Fue el más premiado. Esta exposición demuestra por qué.
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