La Filarmónica de Berlín, un exquisito reflejo de nuestra sociedad
La legendaria orquesta alemana culmina su gira española bajo la dirección de Kirill Petrenko, en Zaragoza, con una memorable ‘Cuarta sinfonía’, de Robert Schumann
La Filarmónica de Berlín siempre ha sido una orquesta viajera. Casi desde sus comienzos se embarcó en pioneras giras internacionales que incrementaron su prestigio y complementaron sus finanzas. En España se presentaron, en mayo y junio de 1901, dentro de una extensa tournée por Barcelona, Madrid, Bilbao y San Sebastián, con Arthur Nikisch. Y regresaron, siete años más tarde, a las mismas ciudades, ahora con Richard Strauss.
Pero, en la década de 1920, a la excepcional calidad musical del conjunto unieron una reivindicación nacionalista que atrajo los subsidios del Reich. Los Berliner Philharmoniker se convirtieron, ya entonces, en un eficaz órgano de propaganda alemana. Y eso fue hábilmente utilizado por Goebbels, a partir de 1933, hasta convertirla en un eficaz instrumento al servicio de los nazis, tal como ha explicado Misha Aster en su fundamental libro La orquesta del Reich. La Filarmónica de Berlín y el nacionalsocialismo (Edhasa).
Su presencia en España como país amigo del Tercer Reich, durante la Segunda Guerra Mundial, fue constante, entre 1941 y 1944. Regresaron primero a la Sociedad Filarmónica de Bilbao, donde celebraron el cumpleaños de Hitler, el 20 de abril de 1941, y dos días más tarde llegaron a Zaragoza. En la capital aragonesa actuaron bajo la dirección de Artur Rother (que sustituía a Karl Böhm por enfermedad) con dos programas, en el Teatro Principal, que incluyeron las sinfonías Quinta de Beethoven y Segunda de Brahms, oberturas de Weber y Mozart, sendos poemas sinfónicos de Richard Strauss y las oberturas wagnerianas de Tannhäuser y Los maestros cantores de Núremberg como propinas.
Todo un festín de la mejor música alemana para persuadir a los potenciales aliados españoles de las cualidades filarmónicas de una raza superior. La orquesta prosiguió su gira por Madrid y Barcelona, con Böhm ya recuperado a la batuta, y después se dirigió a Burdeos para tocar un concierto benéfico destinado a los soldados de la Wehrmacht en la Francia ocupada, tal como recuerda Asher. Regresaron, en 1942, con Clemens Krauss, y con Hans Knappertsbusch, al año siguiente, aunque la gira española más larga tuvo lugar, entre abril, mayo y junio de 1944, donde llegaron a filmar un breve documental en la Alhambra de Granada.
Después la orquesta regresó a España de gira en cuatro ocasiones con Herbert von Karajan, entre 1968 y 1975. En 1988 actuó con Lorin Maazel en el madrileño Festival de Otoño y, desde 1992, ha vuelto bajo los auspicios de Ibermúsica, con Daniel Barenboim, Claudio Abbado, Mariss Jansons y Simon Rattle. Ahora lo acaba de hacer con su actual titular, Kirill Petrenko, en el marco del tradicional Europakonzert, en que conmemoran desde hace 32 años su aniversario, el 1 de mayo de 1882, en una localidad europea con relevancia cultural.
En esta ocasión tocaron en la Sagrada Familia, una cita inicialmente prevista, en 2021, que fue cancelada por la pandemia. Era la tercera edición en España de este emblemático concierto, tras la basílica de El Escorial (1992) y el Teatro Real (2011). Pero la gira ha proseguido con tres actuaciones más en Barcelona y Madrid, y culminó el pasado día 5 en Zaragoza.
Petrenko optó por un extraño programa centrado en Mozart para su presentación española con la Filarmónica de Berlín, cuyas particularidades ya desgranó Luis Gago en estas páginas. En Zaragoza, se incluyeron las dos primeras obras del compositor salzburgués. Dos páginas coetáneas y opuestas, que escribió con 17 años, junto a la versión final de la Cuarta sinfonía, de Schumann, en la segunda parte.
El director ruso de los Berliner apenas ha dirigido música de Mozart en todos estos años. En su primera actuación como director electo, en marzo de 2017, abordó la Sinfonía núm. 35 “Haffner”. Entonces reconoció, dentro de una entrevista en el Digital Concert Hall, su intención de encontrar su propio camino más allá de la influencia historicista: “Los logros del movimiento de música antigua son importantes, aunque ahora debemos sublimar eso creando algo diferente. Una forma de hacer justicia a esta música, con un sonido atractivo y sin perder agudeza en la expresión. Un enfoque combinado que apela al corazón y a la mente del público”, reconoció.
Ese “algo diferente” reside para Petrenko en la ópera, el tamiz al que suele someter todo el repertorio sinfónico que dirige, con mayor o menor fortuna. Y su interpretación de la Sinfonía núm. 25 no fue una excepción. Concibió cada movimiento con una dramaturgia personal, empezando por el nerviosismo que destila el allegro con brio inicial, que contrasta con el etéreo oboe de Albrecht Mayer, y vuelve a intensificar en el desarrollo.
El sonido de la Filarmónica de Berlín adoptó un grosor muy poco mozartiano, incluso en el andante, donde faltó sutileza. El director ruso trató de mantener la inquietud inicial, aunque el tono de mi bemol mayor lo desmintiera. Y prosiguió con un pesante menuetto que no remontó ni siquiera en el trio central, donde Mayer lideró una bella serenata con algunos adornos interesantes en el oboe, pero con una respuesta en la trompa algo accidentada. El allegro final recuperó sin más el opresivo denominador común de la obra.
Petrenko se mostró mucho más cómodo acompañando el motete Exultate, jubilate, una pieza claramente más cercana a una escena operística. Mozart lo escribió como un concierto vocal para el famoso castrado Venanzio Rauzzini, en 1773, y lo cerró con un virtuosístico aleluya incluido en la película Loca por la música (1937) donde Deanna Durbin lo canta bajo la dirección de Leopold Stokowski. Aquí la soprano británica Louise Alder fue una excelente solista. Una lírica pura con admirable destreza en las agilidades que convirtió su expresiva interpretación de Tu virginum corona en lo mejor de la primera parte.
La segunda parte fue otro planeta. Y lo comprobamos ya en el arranque de la Cuarta sinfonía, de Schumann. Una introducción idealmente desplegada in media res con un brío interno y apoyada en el sólido e infernal ostinato de los contrabajos. La transición hacia el lebhaft, impulsada con un descomunal stringendo, fue el primer momento inolvidable de la noche. Petrenko supo después aligerar el sonido y dar sentido a los contrastes dinámicos. Pero no renunció a los momentos más dramáticos del desarrollo, con unas trompas admirables. Una sección que incluía las nuevas incorporaciones, de la finlandesa Paula Ernesaks y el húngaro László Gál, pero también el añadido como invitado in extremis del bilbaíno Juan Manuel Gómez (solista de la Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña) en lugar de Stefan Dohr aquejado de covid.
Petrenko prosiguió su relato con naturalidad, en el romance, con el melancólico canto del oboe de Mayer y los arabescos del violín del concertino, Noah Bendix-Balgley. Arreció el atronador scherzo y dio paso por dos veces al exquisito trio. Pero faltaba lo mejor de la noche: la transición al movimiento final. Esa mecánica explosiva desde la oscuridad más siniestra a la luz más cegadora, donde Petrenko invocó a los espíritus de grandes maestros del pasado que dirigieron versiones inolvidables de esta sinfonía. A continuación, el júbilo pudo con todas las amenazas y la brillantez de la Filarmónica de Berlín hizo el resto. Pero el director ruso, no renunció a señalarnos, como colofón, el guiño al Don Giovanni mozartiano con el terrorífico acorde del Comendador justo antes del frenético presto que cierra la obra.
La Filarmónica de Berlín sigue siendo la mejor embajadora de la música alemana. Pero, a diferencia del pasado, ahora es un modelo de democracia e internacionalización. Con una veintena de países representados entre sus integrantes y tres españoles destacados tanto en la sección de violas, con Joaquín Riquelme, como en los primeros violines, donde Luis Esnaola y Roxana Wisniewska compartieron el tercer atril. Un exquisito reflejo de nuestra sociedad.
Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio
Obras de Mozart y Schumann. Louise Alder (soprano). Orquesta Filarmónica de Berlín. Kirill Petrenko (dirección). Auditorio de Zaragoza, 5 de mayo.
Babelia
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