El libro que recuerda cómo se pierde una guerra y un imperio
La invasión de Ucrania y la deriva de Orbán en Hungría reviven la ‘Trilogía transilvana’ de Miklós Bánffy, recuperada ahora en español
Hace unas semanas, Viktor Orbán exhibió una bufanda con el mapa de la Gran Hungría con motivo de un partido amistoso ante Grecia. La provocación sembró recelos entre los vecinos, países y regiones que hasta la I Guerra Mundial formaban parte de ese imperio desmenuzado en el mapa y en los cementerios a partir de las ambiciones territoriales que se desataron. Rumania y Ucrania protestaron contra el gesto de Orbán. Al igual que ellos, Eslovaquia, Serbia, Austria, Croacia, Eslovenia y Polonia integran hoy zonas que formaban parte de Hungría y, por tanto, importantes minorías.
Orbán se justificó aludiendo al partido de fútbol e intentó disimular, pero todos lo habíamos visto. Su exhibición no fue sino otra señal más del nacionalismo húngaro que él revive y que empatiza con el que practica Putin en Rusia, tan agresivo y peligroso. Y no fue una cosa aislada. Ya antes había compartido imágenes parecidas y aprobado políticas que recuperan la idea de la antigua Hungría.
La pulsión nacionalista que revive Hungría conecta con una de esas obras que —al igual que Chaves Nogales en la Guerra Civil española y tantos otros que han necesitado décadas para asomarse a un público amplio— emergen hoy con enorme vigencia. Es la Trilogía transilvana, de Miklós Bánffy, recuperada en español por Libros del Asteroide y que sigue latiendo con fuerza a medida que el continente se desliza por los mismos precipicios.
Hace un siglo que murió el último emperador austrohúngaro, el de un régimen que se aposentó en dos idiomas y dos Parlamentos y en el que convivían múltiples minorías entre demasiadas intenciones dispares, demasiadas jugadas y ambiciones, que Bánffy va entrelazando en torno a la vida de un joven conde y político reformista, Bálint Abády, el amor de su vida y su primo jugador, a los que acompañaremos durante los tres largos libros. Ese centenario, la guerra de Ucrania y los movimientos de Orbán son dos excusas tan válidas como cualquier otra para recuperar, con los ojos de este siglo XXI y en momentos en que se zarandea la estabilidad del continente, uno de los grandes descalabros históricos que se vivió en Europa: el desmoronamiento de un imperio, de un país, de una forma de vida y de una cultura que se quebró sin darse cuenta entre las divisiones y luchas que generaron, a su vez, muchas otras.
La Trilogía transilvana de Miklós Bánffy (1873-1950) es una de esas obras que regresan décadas después al encuentro de un reconocimiento del que no pudo gozar por la guerra, las fracturas, la censura y la victoria de los malos. Necesaria lectura en tiempos de guerra en Europa, cuando la Rusia de Putin intenta avanzar a bocados sobre Ucrania como un preludio de su reivindicación del antiguo espacio soviético.
El propio Bánffy personaliza la suerte que corrió su país: nacido en la ciudad de Kolozsvár, entonces húngara y hoy convertida en la rumana Cluj-Napoca, fue un intelectual y ministro de Exteriores de su país que quedó atrapado en su Transilvania natal tras la Segunda Guerra Mundial, bajo la esfera soviética. Él logró escapar en 1947 de Rumania a Hungría, donde volvió a reunirse con su familia. Pero sus libros siguieron censurados por los regímenes comunistas y solo recuperaron la luz en los ochenta. A partir de entonces llegó un reconocimiento que solo sigue creciendo.
“Disfrutando de un largo periodo de paz, nadie creía en el peligro de la guerra”, asegura el texto, en una de esas frases que tanto eco pueden encontrar en el presente.
En el primero de los tres libros, Los días contados (escrito en 1934), las grandes cacerías, los bailes aristocráticos, los sueños de artistas, los duelos, las carreras, los banquetes, el lujo, el juego y la frivolidad dominan una sociedad que se cree inmune a los peligros de la guerra y de la muerte. El joven Bálint tiene planes de apertura en su región y todo parece sonreír a todos. Las discrepancias aún se dirimen en el Parlamento y el emperador Francisco José solo es desafiado tras el telón. En el segundo, Las almas juzgadas (1937), todas las superpotencias de la época se están moviendo mientras las élites del imperio austrohúngaro, enajenadas, se miran al ombligo, dirimen sus cuitas y se enfrentan sin pensar mucho en sus ciudadanos. El mundo avanza mientras ellos se entretienen. El peligro acecha fuera y dentro. Y en el tercero, El reino dividido (1940), el desastre golpea a Bálint, a su amor y al país, que implosiona sin saberlo aún, tan ensimismado que celebra la guerra como el preludio de una nueva era de conquista y empoderamiento.
“¡Viva la guerra!”, gritan los húngaros para celebrar que al fin ha estallado y que se alistan para culminar sus sueños. Su clamor es el de Rusia hoy, como fue el de Alemania, Yugoslavia o, más lejos pero siempre interconectado, Sudán estos días. Como Stefan Zweig en El mundo de ayer, Miklós Bánffy lo dejó escrito. Un mapa de instrucciones de todo lo que no hay que hacer. Y que volveremos a hacer.
Babelia
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