Andamios entre escaños para restaurar un cuadro gigante de los Comuneros de Castilla
Las Cortes castellanoleonesas acogen la recuperación de un enorme lienzo que representa el episodio revolucionario que conmemora la fiesta oficial de la comunidad, eliminada del calendario este año por petición de Vox
Huele a pintura en la casa de todos. El acceso principal a las Cortes de Castilla y León, en Valladolid, tiene unos andamios junto a una de sus altas paredes de hormigón. Allí se encaraman día a día seis restauradoras con pinceles y paletas para intentar recuperar el cuadro Los Comuneros de Castilla, obra de Juan Planella y Rodríguez, de 1877, muy deteriorado por años de abandono, que alude a un episodio clave de la historia de Castilla, cuando el movimiento comunero se alzó contra Carlos I entre 1520 y 1521 antes de ser cruelmente reprimido en la batalla de Villalar (Valladolid, 1521). Tanto es así que la fiesta oficial de Castilla y León es el 23 de abril, aniversario de aquel combate. Un símbolo revolucionario y alabado por el regionalismo castellano que, sin embargo, no gusta a Vox, que preside las Cortes y que ha decidido que este año no se celebre esta festividad. Ese rechazo, no obstante, no va a impedir que la pintura de Planella y Rodríguez luzca lustrosa en la sede del Parlamento en cuanto acabe su restauración.
Los parlamentarios desfilan a menudo estos días cerca de las encargadas de devolverle lustre a una enorme pieza que requiere delicado reacondicionamiento. Las restauradoras pasaron semanas en el suelo durante la primera fase de sus labores y ahora tratan de rematar el trabajo pincelada a pincelada subidas a los andamios. “¡Acabamos la jornada entumecidas!”, bromea Ana González, responsable del equipo. Pronto los ciudadanos podrán observar en plenas condiciones esta obra que lleva décadas sin exponerse.
El frenesí político en esta comunidad desde que gobiernan PP y Vox ha hecho que mucha más gente acuda al Parlamento y observe la progresión de estas minuciosas acciones iniciadas el pasado junio. Unos carteles instalados recientemente permiten recorrer la historia del cuadro y conocer los vaivenes que sufrió antes de ser trasladado a Valladolid y recibir mimos. González, de 42 años y licenciada en Bellas Artes con especialización en Restauración, relata el proceso con el mismo detalle con el que repinta los daños cromáticos en la pieza.
La vallisoletana atiende de pie para estirar las piernas tras horas sentada en el andamio y escudriñando la obra que debe remozar. Los 35,42 metros cuadrados del conjunto pictórico, de 4,68 metros de ancho por 7,57 de alto, conllevan problemas para administrar la restauración, pero incrementan la motivación de las seis mujeres que lo atienden. El mismo año en que Planella y Rodríguez creó la obra, logró una medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes y pronto lo compró el Museo del Prado por 4.000 pesetas de entonces. Primero pasó por la Escuela de Bellas Artes barcelonesa antes de llegar al Ayuntamiento de la ciudad condal y después, sin fecha conocida, al Museo de Arte de Cataluña, donde penó décadas hasta que se recuperó en 1986 por orden del Ministerio de Cultura y recaló en el Prado. González destaca que tantos años de mantenimiento inapropiado en una zona con humedades dañaron el “25% o 30%”, algo evidente al observar fotos de cómo recibieron el cuadro: con seis franjas verticales, cual código de barras, muy desgastadas. Esta restauradora, junto a Diana Álvarez, Puerto Martín, Cristina Torinos, Lorena Fernández y Jimena Calleja, cuatro pucelanas y dos madrileñas, recurre al viejo negativo de una fotografía, suministrada por la pinacoteca madrileña, para captar cada matiz y plasmarlo sobre el lienzo.
Las Cortes albergaron una exposición en 2021 por el quinto centenario de la batalla de Villalar y pidieron esta evocación artística al Prado, que lo cedió a cambio de que la institución cubriera la restauración, ejecutada por Patrimonio Global por unos 180.000 euros adjudicados por la Fundación Castilla y León y supervisada por especialistas del Prado.
Debido a los retrasos por la pandemia, la tarea comenzó el verano de 2022. “Primero extendimos el rulo que nos llegó y vimos sus patologías, luego con calor y presión controlada lo volvimos a empapelar para eliminar malformaciones”, indica González. El despliegue ha requerido herramientas poco habituales a unos pasos del hemiciclo y los despachos: pinceles finos y acuarela. La gama cromática supera los 15 tonos preparados con exquisito cuidado. El cuadro tiene adosadas fotos del conjunto original para que cada una tenga una buena referencia en la parte que les toca cubrir. La madrileña Puerto Martín, de 28 años, comenta que suelen trabajar en la quietud de ermitas o iglesias y que el bullicio parlamentario les choca, aunque no distrae. Al contrario, valoran comentar los avances con los procuradores autonómicos: “Se agradece que vean la importancia del patrimonio y en qué invierten el dinero”. Para muestra, un monseñor. “Como puedes ver, ya tiene cara”, señala Martín sobre un obispo cuyas facciones quedaron casi eliminadas por la humedad y que ha regenerado en pleno centro del cuadro.
Su compañera Cristina Torinos, vallisoletana de 32 años, mira con devoción el cuadro. “La gente piensa que restaurar es andar con bata blanca e hisopos”, explica, haciendo muestra de la labor pedagógica que realizan cuando visitantes o políticos que se asoman a contemplar sus evoluciones. En verano, si todo va bien, habrán terminado. El cuartel general de estas seis restauradoras se encuentra en una garita que han levantado en esa gran sala de las Cortes. Allí almacenan disolvente, barniz, cascos, brochas o caballetes empleados ahora para colgar sus abrigos tras poner sobre ellos piezas anteriores. El grupo está en todo: en una pared han colgado ejercicios recomendados por un fisioterapeuta para evitar que tantas horas en una misma postura las deje más tiesas que esos personajes de óleo sobre lienzo.
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