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El CSI de los retablos de una Zamora sin feligreses

La investigadora Aurora Galisteo analiza el estado de conservación del patrimonio eclesiástico de las iglesias de las comarcas de Aliste y Alba

Aurora Galisteo, autora de la tesis sobre los retablos de las comarcas de Alba y Aliste, toma muestras de la pintura de altar mayor de la iglesia de Tolilla.
Aurora Galisteo, autora de la tesis sobre los retablos de las comarcas de Alba y Aliste, toma muestras de la pintura de altar mayor de la iglesia de Tolilla.Emilio Fraile
Juan Navarro

Va a comenzar la ceremonia. Los instrumentos se colocan sobre el altar. De un maletín salen un bisturí, un palo de selfie, una linterna, una cámara de fotos, hisopos, algodón y pequeñas probetas. Detrás, cerca de los cirios, una escalera. El único hábito que luce Aurora Galisteo, de 32 años, son finos guantes de plástico morado. La historiadora del Arte, conservadora y restauradora se concentra antes de girarse hacia el retablo de la iglesia de Tolilla (Zamora, ocho habitantes) y encaramarse a los peldaños. Hay hongos encima de Cristo. La carcoma ha taladrado la pieza de 1650. Las goteras constantes dañan la madera. Recoge un mínimo fragmento de la pintura y lo guarda con mimo. Pronto extraerá conclusiones en un laboratorio para su tesis doctoral, por la que ha cambiado Alcorcón (Madrid, 170.000 habitantes) por su pueblo. Desde allí estudia con precisión forense retablos de la zona e imparte talleres para enseñar a cuidar este patrimonio religioso.

Aurora Galisteo, autora de la tesis sobre los retablos de las comarcas de Alba y Aliste, prepara el material de trabajo sobre el altar de la iglesia de Tolilla.
Aurora Galisteo, autora de la tesis sobre los retablos de las comarcas de Alba y Aliste, prepara el material de trabajo sobre el altar de la iglesia de Tolilla.Emilio Fraile

La joven lleva ocho meses en esta pedanía de la comarca zamorana de Aliste. Allí ha descubierto la tranquilidad, el aire puro que le permite “no moquear” y “que las lentillas no se sequen” y la dejadez que castiga al legado cultural de estas zonas despobladas. El templo local, que durante años le pasó desapercibido, cobró relevancia cuando, para su trabajo de fin de grado de Historia del Arte, le encomendaron desgranar una obra, sus alteraciones y posibles restauraciones. “Más accesible que el retablo del pueblo de mis padres…”, pensó, y se lanzó a un examen que ha expandido a otros 20 templos de las proximidades.

Ella se ha convertido en la única visitante regular de muchos de estos espacios de culto, donde apenas hay misas una vez al mes porque faltan feligreses y curas. El párroco de Aliste, Teófilo Nieto, atiende 15 parroquias y le da todas las facilidades para su estudio. Las llaves, algunas pesadas y centenarias, las tienen vecinos que se las ceden cuando la investigadora, con contrato predoctoral en la Universidad Complutense de Madrid, llega al lugar para escrutar los conjuntos. En esta ocasión al menos ha tenido compañía entre los gélidos muros de piedra: un gato se cuela entre los bancos y vigila los trabajos.

“La humedad es el gran enemigo de los retablos”, asegura la experta, que indica que el cantarín y bucólico arroyo que corre junto a la iglesia de Tolilla supone un riesgo que se nota en las vigas ennegrecidas y en los líquenes y hongos que, sin respeto por la fe, viven junto a representaciones del Mesías o del santoral. La imagen parece más propia de un limón mohoso perdido en un frigorífico que de patrimonio centenario. “Las flores naturales son muy bonitas para fiestas grandes pero luego se quedan ahí, el agua trae bichos, provoca humedad hacer que la madera se resienta, por eso son mejores las de plástico”, ejemplifica la madrileña afincada en Zamora.

Material de trabajo para el estudio de los retablos.
Material de trabajo para el estudio de los retablos.Emilio Fraile

Galisteo ha impartido talleres para que niños y mayores aprendan a valorar este legado cultural, más allá de su credo, y pequeños cuidados para conservarlo. “Una señora se ofendió y se marchó de uno porque recomendé velas con pilas y no de cera para evitar incendios”, ejemplifica la joven, que, a pesar de todo, agradece la buena disposición del público: “Nunca se habían acercado tanto a su retablo”.

La ruta la lleva por carreteras angostas hacia aldeas semidespobladas como la cercana Lober (30 vecinos). “Me molesta mucho el elitismo, hay gente que cree ‘pobre’ este trabajo porque las obras no están en museos, pero sí en contacto con el lugar para donde se concibieron”, reflexiona mientras enseña un retablo en un estado algo mejor que el anterior.

Un panadero ambulante junto a la iglesia de Lober.
Un panadero ambulante junto a la iglesia de Lober.Emilio Fraile

El conjunto destaca por sus colores azules y blancos y por tener escrito “Hízose esta obra siendo cura el señor Don Antonio López y Lorenzo. Año de 1799″. Estas inscripciones ayudan mucho a datar la época de cada pieza, pues muchas ni siquiera aparecen en los registros de la diócesis. La especialista señala con ojo crítico zonas hundidas, daños estructurales muy peligrosos y partes bajas afectadas por la erosión y la desatención. Hay partes más visibles, mientras que otras están elevadas o detrás del retablo y tiene que acceder a ellas subida a una escalera y esgrimiendo el palo selfie o la cámara para retratar esos aspectos que luego, en casa, escudriña para diagnosticar los males del conjunto. La irregularidad del suelo, bajo el cual se encuentran tumbas antiquísimas, complica el equilibrio.

Aurora Galisteo se ayuda de un palo selfie para tomar fotografías de las zonas más altas de los retablos.
Aurora Galisteo se ayuda de un palo selfie para tomar fotografías de las zonas más altas de los retablos.Emilio Fraile

Rubén Casas, de 45 años, vive en Lober gracias al teletrabajo y valora a la “gente joven con ideas frescas” e interés en el patrimonio en vías de ser olvidado. “De niño me fascinaban los dibujos del retablo sin caer en el estado del retablo”, rememora mientras Galisteo sostiene que hay deterioros “gravísimos” producidos de unos años a esta parte, de ahí la importancia de que la diócesis actúe y sufrague las carencias antes de que sea tarde. Por el momento, la escasez de fondos no ayuda.

La imagen opuesta se encuentra en la iglesia de San Vitero (450 habitantes). Da gusto ver el retablo, de 1723, recientemente restaurado: la policromía dorada brilla, la luz baña los componentes remodelados y arriba del todo se aprecian imágenes de Jerusalén que, hasta antes de las labores, permanecían cubiertas por mugre. A los lados, otros cuatro retablos ennegrecidos reflejan la diferencia entre unos y otros. “Está mal que se diga, pero para los restauradores y conservadores cuanto más roto esté mayor es el reto”, admite la investigadora. Maldito desafío que ha causado el abandono.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.

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