Prohibido escupir
Siguen las aventuras del 'hipster' Enrique Notivol en La Cañada, donde ha ido a buscar la autenticidad y la comunión con la naturaleza
Era necesario tener una reunión con los responsables sanitarios, así que fui a tomar café a casa de la médica. Coincidimos en que había que tener en cuenta las peculiaridades demográficas y económicas de La Cañada. Una era el porcentaje de población de riesgo, que por edad rondaba el 90%. Muchos hombres, mineros jubilados… Si contabas que era más grave en los bebedores, estaría en el 95%. Tenían algo menos de riesgo los niños y Mohamed, pero creo que bebe cuando no estoy delante. Había que ser muy riguroso con las medidas de protección. Por eso, una de las primeras cosas que hice fue escribir un pregón:
—Se hace saber, por orden del señor alcalde, que se aconseja a los ciudadanos acercarse hasta estar a dos metros de separación de otra persona, para cumplir con las medidas de distanciamiento social que recomiendan las autoridades sanitarias.
Cuando se anunció que se iba a declarar el estado de alarma pusimos un cartel en la calle del tío Ernesto el Flemas: “Prohibido escupir”.
Cuando expliqué que había que cerrar la escuela y que no sabía si abriría en septiembre, me dijeron que eso pasaba todos los años.
La hostelería, qué disgusto. Lourdes. Y todas esas cervezas ahí abandonadas, se me parte el alma, decía Ramiro.
Salí a pasear, con Yanis. Había mucho que pensar y decidir, casi me dieron ganas de volver a fumar. Tantos poderes para el ejecutivo. Vi que había un podcast sobre Hobbes de David Runciman, pensé en bajármelo donde hubiera un sitio con cobertura. Se veían la luna y las primeras estrellas. Subí al palomar. Quizá no lo pensé de forma consciente, pero Tomás siempre me había dado buenos consejos, y tenía fama de ser un hombre cabal.
—Ahí va de ahí, cojona, que me pisas el sembrao —me dijo.
Eso en Teruel es la función fática que codificó Roman Jakobson: estableces un canal de comunicación. Nos quedamos un rato callados. El palomar era como un castillo. Entonces lo entendí: el pueblo era una ciudad sitiada, era como en la Edad Media. Eso me dio ánimos para preguntar.
—¿Crees que esto va a reforzar o debilitar al populismo?
—Pues de todo habrá.
—Claro, es que piensas además que esto refuerza a los Estados y por tanto la idea de nación, pero a la vez también es algo global, entonces es un lío.
—Ya lo puedes decir.
—Y por otro lado, claro, dices, ¿y si es una llamada de atención de la naturaleza? ¿Una especie de advertencia? Como si la naturaleza se vengara de nuestras agresiones, de nuestra falta de sensibilidad, hemos trastocado de tal manera los ecosistemas…
—Te he dicho que no me pises el sembrao.
—Lo que está claro es que vivimos demasiado deprisa, estamos obsesionados por el dinero, el prestigio, el temor a quedarnos fuera, la visión del turismo se ha extendido a toda nuestra vida, la sensación de que hay que experimentar todo el tiempo… Igual esto es una especie de voz que dice: tranquilos, id más despacio.
—Chico, llevas media hora hablando y aún me dices que vamos con prisas.
Luego nos quedamos callados un rato más.
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