Explicando The Rolling Stones a los mileniales
La serie de minidocumentales ‘Chronicles’ busca conectar la música de la banda británica con los seísmos sociales de los años sesenta
Intenten imaginar una antológica de Picasso que ignorara el cubismo y periodos anteriores. Bien, algo parecido ocurre con The Rolling Stones: con la excepción de cuatro o cinco éxitos, muchos seguidores desconocen lo que hicieron durante los años sesenta (exactamente, hasta 1971). Y se trata de la década más productiva de los Stones: incluye su época pop, con elepés tan fulgurantes como Aftermath o Between The Buttons, que contenían crítica generacional, guiños a las drogas, sexo, romanticismo y, sí, misoginia.
Resulta que su manager estadounidense, Allen Klein, les arrebató sus grabaciones y sus derechos de autor, mediante engaños tan traicioneros que me niego a detallarlos, para no dar ideas a los muchos golfos que proliferan por este mundillo. No contento con eso, maltrató el legado de los Stones con recopilatorios cutres, aunque acertó en otros campos. Así, cedió canciones del catálogo a Martin Scorsese por precios razonables, a partir de Malas calles (1973).
Ya antes de su muerte en 2009, los descendientes de Klein intentaron rectificar con lanzamientos más cuidados. Ahora se suman las recientes Chronicles, minidocumentales —alrededor de cuatro minutos— disponibles en YouTube que encajan una canción de los Stones en la, vaya, coyuntura político-social. La primera entrega retrata el impacto de la música afroamericana en la juventud bohemia del Reino Unido (y, de rebote, del resto del planeta). La canción seleccionada es The Last Time, que precisamente deriva de un góspel titulado This May Be The Last Time, grabado por los Staple Singers en 1959.
El segundo capítulo está basado en Satisfaction y, claro, trata de la liberación sexual de los años sesenta. Ya pillamos la fórmula de Chronicles: un collage de publicidad, películas y noticieros (la BBC está implicada en el proyecto, así que rentabiliza su inmenso archivo). Y Mick Jagger hablando: tenía labia y todavía no aparecía su cinismo de adulto; un caramelito para los programas de televisión.
Con el fondo de She’s A Rainbow (1967) es el momento de las drogas (“Narcóticos”, dice una voz oficial). Hasta aquel momento, todo había sido jiji y jaja, pero una redada en la casa rural de Keith Richards acabó con este y Mick Jagger condenados a multas y estancias en la cárcel. The Times protestó por la dureza del veredicto y se libraron. Como ha acontecido en posteriores incidentes similares: alguien debería estudiar la potra de los Stones o las minutas de sus sucesivos abogados.
Sexo, drogas ¡y violencia! Con Street Fighting Man (1968) entramos en las turbulencias de las campañas a favor de los derechos civiles de los negros y contra la intervención en Vietnam, aparte de la Primavera de Praga, los “problemas” en Irlanda del Norte o la insurrección gay en el Village neoyorquino. No se mencionan los sentimientos de Jagger, que acudió a la manifestación contra la Embajada estadounidense en Londres, que desencadenó cuatro horas de enfrentamientos con la policía.
Jumpin’ Jack Flash (1968) es el quinto episodio: la era de los robots, los ordenadores, la automatización laboral, la amenaza nuclear. Uno intuye que estas Crónicas, con su brevedad y sus fluidos argumentos, están pensadas para las redes sociales y sus espectadores, que creen estar consumiendo Historia cuando lo que están viendo esencialmente son habilidosos montajes.
Con Gimme Shelter (1969) se cierra la serie de Chronicles. Se intenta conectar la pérdida de impulso del movimiento hippy con las propias calamidades de los Stones, de las que tal vez no fueran conscientes en el momento: la muerte del defenestrado Brian Jones, el caótico concierto de Altamont. Ponen cara de inocentes, aunque ya detectamos el rictus de los empresarios despiadados.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.