‘Arde Babilonia’: música, subculturas y antirracismo en Gran Bretaña
Un libro de Rick Blackman analiza las canciones como espacio de agregación social e identidad frente a la intolerancia y el fascismo
Hace 65 años, en el verano de 1958, en el barrio londinense de Notting Hill se produjo una sucesión de ataques contra personas y comercios de población migrante antillana, asiática y caribeña. Lo ocurrido derivó en una ola de racismo hasta entonces casi desconocida en el Reino Unido. En respuesta a esas agresiones surgió la organización Stars Campaign for Interracial Friendship (Campaña de las estrellas a favor de la amistad interracial; SCIF, por sus siglas en inglés). Su historia se cuenta en Arde Babilonia. Música, subculturas y antifascismo en Gran Bretaña de 1958 a 2020 (Desacorde Ediciones, 2022), del músico y activista Rick Blackman. En SCIF participaban músicos de jazz y folk, además de personalidades del cine, el periodismo y la literatura británica. En su manifiesto señalaban que se habían juntado para difundir “los ideales de tolerancia y convivencia racial a través del ejemplo de quienes se ganan la vida en el mundo del arte, el entretenimiento y el periodismo”. Organizaron encuentros, vigilias y conciertos interraciales. Fue el antecesor de otras dos experiencias similares: Rock Against Racism (Rock contra el racismo) y Love Music Hate Racism (Ama la música odia el racismo). Las tres organizaciones en distintos momentos entendieron la música como espacio de agregación social e identidad frente al racismo y el fascismo.
La corta experiencia de SCIF la replicó veinte años después Rock Against Racism (RAR, por sus siglas en inglés), que entre 1978 y 1981 congregó a músicos de todo el país en una campaña en la que se involucraron 273 bandas, entre las que figuraban grupos totémicos de entonces como The Clash, Stiff Little Fingers, Exodus o The Specials. Su concierto (“carnaval” por su formato similar a las manifestaciones culturales de la comunidad caribeña) más importante fue el celebrado el 30 de abril de 1978 en Victoria Park ante cerca de 100.000 personas.
El movimiento volvió a surgir en 2002 con el nombre de Love Music Hate Racism y continúa en la actualidad. “Rock Against Racism y Love Music Hate Racism son organizaciones diferentes pero tienen un mensaje común”, explica Blackman (59 años) por teléfono desde su casa en el oeste de Londres. En la década de los setenta las “subculturas” de la juventud británica estaban definidas por sus gustos musicales y dos se identificaron muy claramente con ese mensaje activista: el punk y el reggae. Ahora, en cambio, explica Blackman, no es solo el rock, sino también la música electrónica, el trap, el rap o lo que un chaval puede hacer desde su propio cuarto con un ordenador. Han cambiado los estilos, pero también la forma de comprar música y seguir las tendencias del momento. El autor, con un fuerte acento londinense, señala sinergias entre las tres organizaciones antirracistas: “Lo que pretenden es hablar de música y celebrar la multitud de influencias étnicas y culturas que tenemos y también ahuyentar a aquellos jóvenes que pueden coquetear o interesarse por la extrema derecha, evitar que sigan ese camino y creo que nada lo hace con más fuerza que la música”. En esa alianza entre músicos y activistas, la diversidad entonces y ahora fue una seña de identidad colectiva.
Carol Grimes lideró su propia banda de soul y blues en las giras por todo el país que montaba Rock Against the Racism a finales de la década de 1970, en festivales que podían celebrarse en un parque, un campo de fútbol de barrio o un pub que congeniase con la causa. Grimes tiene ahora 78 años y perteneció en su momento también a la Liga Antinazi, la organización que impulsó RAR. La cantante compara su experiencia de entonces con el momento actual: “Vivimos tiempos similares. Hasta que la humanidad pueda aprender de la historia tenemos que seguir alzando la voz, actuar siempre que sea posible, por el bien de la mayoría de la gente en el mundo”. Y añade a través de mensajes cruzados por una red social: “Espero que desaparezcan la desigualdad, la intolerancia y el racismo. Espero que los peces gordos de las corporaciones, los políticos, los déspotas y los dictadores desaparezcan. Espero que aprendan de la gente del mundo, de todas partes, de la gente que quiere vivir en armonía, con amor, con un salario justo por su trabajo. ¿Idealista? Sí, porque aún tengo esperanza”.
En Arde Babilonia el autor no oculta sus ideas políticas. Blackman se define como un activista de izquierdas — “Hacemos mejor música que la derecha”, dice entre risas—, además de como militante antirracista. El texto es una adaptación a libro de su tesis doctoral. Sobre el actual primer ministro británico Rishi Sunak, perteneciente a una familia de origen indio, apunta: “Uno de los objetivos de la Liga Antinazi, Rock Against Racism y Love Music Hate Racism era presionar por la representación y la igualdad de trato en la vida pública. De alguna manera eso se ha logrado y lo que podemos ver tanto en este gobierno como en el anterior fue una representación de personas negras y asiáticas que no habíamos visto antes. Sin embargo, es un poco paradójico, que para llegar a un cargo público tienen que capitular de cualquier idea de pensamiento independiente o representación de las comunidades de las que provienen, para ir junto con lo que es claramente una organización muy clasista, el Partido Conservador, y terminar repitiendo el mismo tipo de racismo estructural de siempre”.
Blackman, que va a visitar Madrid y Barcelona para presentar el libro en el mes de marzo, apunta otro de los enfoques del libro: el poder de la música. “Hitler odiaba el jazz y lo prohibió, el gobierno colaboracionista de Vichy en Francia vetó a Django Reinhardt. La extrema derecha busca controlarlo todo: medios de comunicación, sindicatos, libertades civiles, literatura... Y hacen lo mismo con la música si no encaja en su muy estrecha idea de supremacía blanca o de intolerancia religiosa. Pero, en última instancia, lo que más odian es la idea de que los jóvenes, sea cual sea su origen étnico, bailen juntos porque esa unión amenaza su política”. Y añade, enfático: “Quiero decir, la música no puede detener al fascismo por sí sola, pero sin duda puede crear una red mucho más amplia para atrapar a personas antirracistas y antifascistas que desean que el fascismo desaparezca de las calles”. Precisamente su libro da algunas ideas de cómo conseguirlo a través de la música.
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