Whoopi Goldberg: “Si la gente es desagradable, hay que responderles igual”
La actriz ha luchado durante dos décadas como productora por sacar adelante ‘Till, el crimen que lo cambió todo’, sobre un niño negro torturado y asesinado en el sur de Estados Unidos en 1955
Durante dos décadas, Whoopi Goldberg (Nueva York, 67 años) ha batallado como productora por sacar adelante Till, el crimen que lo cambió todo. Como a la mayor parte de los afroamericanos, la fotografía del rostro desfigurado de Emmett Till, un niño de Chicago de 14 años que fue secuestrado, torturado y linchado en sus vacaciones de verano en casa de sus primos en Misisipi en 1955, le dejó una huella indeleble en el alma. La decisión de su madre de dejar abierto el ataúd durante su funeral para que la gente viera en qué estado había quedado el chaval generó una imagen que generación tras generación ha marcado Estados Unidos.
“Emmett habita en nuestro corazón”, asegura la actriz. No hay artista, político o deportista negro estadounidense que no recuerde la primera vez que observó aquel retrato de la cabeza destrozada de Till. Además, los acusados de su asesinato fueron declarados inocentes en el juicio. En 1955 espoleó la primera oleada de reivindicación del movimiento igualitario de los derechos civiles. Después, por desgracia, llegaron décadas y décadas de asesinatos y linchamientos racistas, muchos de ellos igual de mediáticos, como en 1991 la paliza a Rodney King, el asesinato por asfixia de George Floyd en mayo de 2020 o, en enero, la mortal paliza policial a Tyler Nichols. Pero el primero fue Emmett Till. “Y a pesar de la importancia de aquella historia, nunca se había contado en el cine. Me parecía increíble”, afirma desde Londres Goldberg. La entrevista nocturna se realiza por conexión telemática días antes de la lectura de nominaciones a los Oscar. Posteriormente, al no lograr su filme ninguna candidatura, Goldberg volvió a insistir en el lastre “del racismo sistémico” en todas las estructuras de su país, un racismo que, según el presidente, Joe Biden, “es una mancha en el alma de Estados Unidos”, una segregación que emana desde el mismo sistema y que ni siquiera presidentes como Clinton, Obama o Biden han sabido contener.
Goldberg inició sus pasos en el teatro de vanguardia antes de pasarse a los monólogos cómicos y cruzar sus pasos con el director de cine y de teatro Mike Nichols, que amplió sus perspectivas y la lanzó en Broadway. En Nueva York, en un escenario, la vio Spielberg y, con 30 años y una sola película previa, protagonizó El color púrpura. Hoy es una de las 18 personas que han logrado el EGOT: ganar el Tony, el Grammy, el Emmy y el Oscar, y sigue llevando con orgullo su mote de Whoopi —su auténtico nombre es Caryn Elaine Johnson—, que se refiere a la whoopee cushion, las bolsas de goma de broma con las que se simula el ruido de los pedos. “En el teatro no tienes tiempo para ir al baño”, contaba hace años en The New York Times, y en sus inicios Goldberg tenía “muchos gases”.
Pregunta. ¿Recuerda la primera vez que oyó hablar de Emmett Till?
Respuesta. De niña, cuando vi la foto. Fue por accidente. Mi madre se había ido de casa. Mi hermano mayor, mucho más gamberro, me la enseñó, y yo era muy inocente. Es cierto que crecí en Nueva York y la situación difería mucho de la del sur de Estados Unidos. Son mundos distintos. Allí el racismo sistémico ha calado en todos los niveles posibles. Allí esa segregación ha vivido protegida bajo las alas de quienes gobernaban. La foto de Till nos recuerda qué te puede ocurrir cuando vives en ese racismo sistémico. Y lo mismo vale para una mujer, que para algunos es solo un cuerpo, que para un homosexual. Recibes esa señal de: “Tú no tienes que estar aquí”.
P. Por desgracia, un mensaje que recibe muchísima gente.
R. En realidad, nos puede pasar a todos y en muy distintas partes del mundo. Nos advierte contra qué tenemos que luchar, que pueden ir contra mí o contra ti. Cuando vemos a Danielle [Deadwyler, que encarna a la madre de Emmett] por primera vez ante el cuerpo de su hijo, no sentimos a través de ella. Sentimos con ella. Todo padre o madre entendemos ese sentimiento de reconocer a tus hijos estén donde estén o como estén. Por eso la actuación de Danielle es tan poderosa. En realidad todo el reparto está increíble.
P. Incluso usted [encarna a la abuela del protagonista].
R. Yo estoy bien [risas].
P. ¿Ese mensaje de un peligro latente se puede extrapolar a, por ejemplo, la violencia machista? En España intentamos acabar con esa lacra.
R. Eso es. Todos esos comportamientos nacen de la falta de respeto. En su caso, sería a las mujeres. Educamos a las jóvenes generaciones bajo el lema de que pueden ser lo que quieran ser... hasta que se encuentran con un hombre o un policía que les considera de su propiedad, mera mercancía. Es una locura. Solo espero que la película clarifique con su ejemplo; no creo en los grandes cambios, pero sí en los pequeños pasos, como estrenar este filme.
En todos los países hay una historia horripilante de las que algunos no quieren hablar. Sin embargo, debemos hacerlo para que los niños no repitan los mismos errores”
P. Ha necesitado 20 años para lograr la financiación de la película. ¿Nunca se desesperó?
R. He mendigado dinero durante dos décadas [risas]. A mucha gente no le interesaba recordar a los Till, porque no quieren remover el pasado, como si así no hubiera ocurrido nada. ¡Pues claro que pasó! En todos los países hay una historia horripilante de la que algunos no quieren hablar. Sin embargo, debemos hacerlo para que los niños no repitan los mismos errores. Por eso Mamie Till-Mobley dejó abierto el ataúd de su hijo: para levantar testimonio. Lo que no se ve o de lo que no se habla al final es como si no hubiera existido.
P. ¿Cree que los tiempos están cambiando?
R. Sí y no. Es cierto que el debate es abierto, público y universal. A la vez que hay problemas endémicos. O que las redes sociales, que yo no uso, han provocado discusiones desagradables, mensajes de odio. Por eso he creído siempre en esta película. Detrás, hay una preciosa historia maternofilial que ocurrió en 1955. Nunca quieres que te pase algo así y, a la vez, me quedo con las nociones de amor y de familia que surgen de las desventuras de los Till. Y de compromiso, de valentía por parte de una mujer que decidió llamar la atención sobre lo que ocurría.
P. En el filme, ella advierte a su hijo del peligro de ser negro en ciertas partes de Estados Unidos. ¿Tuvo usted una conversación similar con su hija?
R. Uf, me queda lejos. Yo soy bisabuela [fue madre con 18 años y abuela con 34]. Bueno, mis nietos han visto mis películas, les hace gracia lo que hago... Pero este drama es algo muy personal, esperaba que les llegara a lo más profundo. Tienen entre 20 y 30 años, se la puse y lo primero que dijeron fue que podía haber sido cualquiera de ellos. Y que lo sabían desde hacía años, que habían oído, a pesar de todo, las advertencias que les habíamos dado de niños.
P. ¿Es hoy Estados Unidos un país mejor?
R. Bueno, no pienso mucho en eso. Yo, esté donde esté, cuando alguien me toca las narices, le digo: “Perdona, ¿estabas hablando conmigo?”. Y reculan.
P. Su posición también es de privilegio.
R. No, es que soy una bocazas. Y nunca me ha importado, ni me importa seguir siendo la gran bocazas, si me muestran falta de respeto. En mi infancia me enseñaron que si eras amable, la gente sería amable contigo. Ahora, si la gente es desagradable, hay que responderles igual o al menos pararles los pies.
Crecí en Nueva York, y la situación difería mucho de la del sur de Estados Unidos. Son mundos distintos. Allí el racismo sistémico ha calado en todos los niveles posibles”
P. A veces es necesario ser amables y a veces, bocazas.
R. Ante muchas situaciones, no queda más remedio que ser lo segundo.
P. Antes no me dijo si en estas dos décadas luchando por el filme no se desesperó.
R. Sí, porque veía que otros hechos históricos sí se reflejaban en pantalla. La situación cambió con el asesinato de George Floyd. Cuando era niña, leí el diario de Ana Frank como un relato que formaba parte de nuestra historia; el asesinato de Emmett Till es parte de la historia de Estados Unidos.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.