Una década, cuatro tomos, mil páginas: Zapico culmina su historia dibujada de la revolución minera de Asturias
El artista cierra su tetralogía en cómic ‘La balada del norte’, centrada en las protestas de los trabajadores en octubre de 1934 y la posterior represión, con ecos que llegan hasta la Guerra Civil
En la página 954, abajo a la derecha, hay tres letras dibujadas en mayúsculas, en medio de la lluvia: “Fin”. Se cierra así una trama que empezó en 2013, con un joven sentado encima de su maleta, fumando un cigarrillo. Una década, cuatro tomos, a saber cuántas viñetas y un total de 3,6 kilogramos, según la báscula. Aunque, en realidad, lo que más pesa de La balada del norte (Astiberri) es su contenido: pocas veces el cómic español había emprendido un proyecto tan ambicioso. Porque Alfonso Zapico culmina su colosal tetralogía sobre el levantamiento minero de octubre de 1934 en Asturias, “la última gran revolución obrera en territorio europeo”, como escribía el periodista Enric González en el prólogo del primer libro. Generales y anarquistas, marqueses y muertos de hambre pueblan un descomunal fresco con pinceladas de esperanza, fracaso, tiroteos y represión. Memoria histórica, pero también familiar, a fuerza de leer, estudiar y preguntar a quienes lo vivieron. Todo un monumento al recuerdo en blanco y negro. O, más bien, en tonos similares al color del hollín.
“Es extraño. Por un lado, sienta muy bien. Pero, por otro, me encuentro un poco seco, no soy capaz de dibujar”, se sincera Zapico (Blimea, Asturias, 42 años) sobre la conclusión de su obra. Iba a ser un único libro, pero se dio cuenta de que eso ya solo lo ocupaba el contexto. La propia revolución devoró el segundo tomo. El tercero habló de la derrota, de sueños rotos o pasados por bayoneta. Y, ahora, el creador mezcla los ecos de la Guerra Civil, que vendría después, con el desenlace para Apolonio, Isolina, Tristán y los demás personajes que han acompañado a los lectores durante una década. Y que han crecido a lo largo de casi mil páginas. El propio Zapico, al fin y al cabo, era un treintañero recién mudado a Francia cuando empezó La balada del norte. Hoy es padre y está asentado: en Angulema, con su familia, y en el mundo del cómic, como uno de los autores más respetados. Y populares: la saga lleva más de 42.000 ejemplares vendidos.
Otro éxito contribuyó a poner en marcha el proyecto, según el artista: en 2012 obtuvo el Premio Nacional de Cómic por Dublinés, su biografía dibujada de James Joyce. Cuenta que el galardón, junto con su mudanza lejos de España, le empujó precisamente a mirar hacia sus raíces: “Cuando vivía en Asturias pensaba que eso era algo local que no importaba, que solo nos interesaba a nosotros”. Justo entonces, además, las minas empezaron a cerrar. Mientras la generación de Zapico preparaba un futuro lejos de los picos, sus padres y abuelos se lanzaron a una protesta masiva, a pie hasta Madrid, para pedir ayudas, garantías y una transición respetuosa: “Con el fin de la actividad comenzó también la muerte de la memoria, una cierta decadencia sentimental. La percepción general no era muy optimista: sentían que habían sido un pulmón industrial, con un trabajo muy sucio y la conquista de derechos laborales. Y al poco se olvida”.
Todo ello le invitó a preguntarse quién era, de dónde venía. Algo parecido a otro aplaudido cómic reciente, Heimat (Salamandra Graphic): solo una vez afincada en Estados Unidos la alemana Nora Krug se interesó por sus orígenes, y por despejar la niebla que cubría los presuntos vínculos de su familia con el nazismo. Aunque Zapico no buscaba secretos oscuros, sino rellenar huecos: “Vengo de un entorno silencioso. Nunca supe qué pasó durante la revolución o la Guerra Civil. Y a medida que iban desapareciendo miembros de la familia se creaban agujeros en el relato”. Así que se puso a cazar respuestas. En documentos y manuales de texto. Y en la voz de quien estuvo ahí o lo vio de cerca. Parientes, amigos, conocidos y cualquiera que quisiera compartir un recuerdo. Aunque sigue a personajes ficticios, La balada del norte se alza sobre decenas de episodios y anécdotas reales.
“Hay una serie de hechos históricos que no se pueden negar. Pero muchos de los relatos que me llegaban eran de parte. La versión épica, del minero a pecho descubierto con la dinamita. Y la de Oviedo devastada e incendiada por la rebelión. No quería hacer propaganda, he intentado reflejarlo todo. No pienso en bandos, sino en ser honesto”, relata. Por eso, Zapico no niega su simpatía por los trabajadores: lo muestra el libro, y lo dice su propio pasado, hijo de una familia criada a pan y carbón. De hecho, puede compartir de primera mano qué supuso aquello para la vida de tantos y tantas: “Las cuencas mineras eran una burbuja. Bajo tierra, tu vida está en manos del de al lado. La supervivencia en la planta cinco u ocho puede depender de alguien más arriba. Y eso se traslada al exterior: en las huelgas, el peso del sindicato y en que, en las rachas malas, nadie te deja caer. El colectivo primaba sobre la individualidad”.
A la vez, sin embargo, el gris del dibujo se contagia a menudo a la obra entera: los revolucionarios también matan o traicionan, igual que hay militares dispuestos a cuestionar una orden. Y, más en general, en La balada del norte caben Chéjov, la sororidad, las eternas divisiones de la izquierda, la sed de sangre y oro de algunos empresarios o las contradicciones de la República. “El silencio, no querer enfrentar tensiones del pasado, solo sirve para dar pie al revisionismo. La memoria es una materia prima importante cuando se trabaja bien. Sin ella, las generaciones siguientes están indefensas”, reflexiona. Su currículo, además, confirma un afán por dibujar justo lo que otros prefieren olvidar: el conflicto vasco, el que enfrenta a palestinos e israelíes o las SS alemanas han ocupado otras viñetas del autor.
Las próximas, en cambio, las dedicará a una obra infantil. Aunque también guarda en el cajón otro regreso al pasado: un proyecto sobre los exiliados republicanos en Francia. Mientras, Zapico seguirá con las clases de español y los talleres sobre tebeos que imparte en Angulema. El chico que empezó dibujando caricaturas de sus maestros hoy se ha hecho profesor. Y también explica a otros compañeros de profesión cómo aprovechar los cómics en el aula. Por ejemplo, para revivir el recuerdo de las minas. Su revolución. Y todas las historias que acabaron ahí sepultadas.
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