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Carmelo Gómez: “He vivido el maltrato de un padre que consideraba que esa educación era la justa”

El intérprete repasa su adiós al cine tras dos premios Goya y cuenta cómo el teatro lo salvó. Estos días representa en Madrid ‘La guerra de nuestros antepasados’, basada en la obra de Delibes

Carmelo Gómez, el pasado 4 de febrero en Madrid. Foto: MOEH ATITAR
Rocío García

A Carmelo Gómez (Sahagún, León, 61 años) el teatro lo ha salvado. Retirado del cine tras ser Premio Nacional de Cinematografía en 1995 y ganador de dos premios Goya ―por Días contados (1995) y El método (2005)―, el actor ha encontrado refugio en los escenarios. Las guerras de nuestros antepasados, basada en la obra que Miguel Delibes escribió en 1975, se representa hasta el 2 de abril en el Teatro Bellas de Artes, de Madrid, en una función dirigida por el dramaturgo argentino Claudio Tolcachir, con Miguel Hermoso como compañero de reparto, y en la que Gómez hace el sobrecogedor personaje de Pacífico. El intérprete ha colaborado estrechamente en la versión teatral del texto, que firma Eduardo Galán. Se trata de una historia que transcurre en el medio rural, un grito pacifista contra los conflictos armados y una reflexión de la violencia secular en nuestra sociedad.

Pregunta. ¿Qué nos dice hoy este delibes de 1975?

Respuesta. Nos habla de temas universales, de la guerra, del maltrato, de la naturaleza y de los atavismos, de todas aquellas herencias que convertimos en objetivos de vida y no son nuestras. También de la ingenuidad y la inocencia.

P. Pero, ¿transmite algo que no sabíamos ya?

R. Probablemente no, pero nos recuerda todo aquello que se nos olvida con mucha facilidad.

P. Generación tras generación, ¿son inevitables las guerras?

R. Yo creo que son inevitables porque son inherentes al ser humano. Desgraciadamente, el ser humano compite por su terreno desde el principio de los tiempos. Las guerras no resuelven nada, siempre pierde el que pelea, el soldado, y la mayoría de los soldados ni quieren ser soldados ni les gustan las guerras.

P. ¿Dónde está el germen del odio y la violencia?

R. En la frustración. Cuando uno no es capaz de asumir su responsabilidad y sus fracasos, de los que siempre culpa a los demás.

P. ¿Existe alguna receta contra el odio, la violencia, las guerras?

R. La receta es el conocimiento, la cultura. Como dicen los poetas, solo la belleza nos va a redimir.

P. ¿Qué responsabilidad tienen los políticos y la sociedad?

R. Los políticos tienen la responsabilidad de organizarnos bien y la nuestra es la de elegir bien. En muchas ocasiones, ni uno ni otro parece que están en sintonía.

P. ¿Qué puede hacer el teatro?

R. El teatro es una gran ventana a la vida. En cuanto se abre el telón ves a gente de carne y hueso en medio de una estructura de cartón piedra donde todo es mentira. Y esa mentira se convierte en realidad a través de la imaginación. A partir de ahí, todo es un milagro. A mí el teatro me ha salvado siempre de todo. He tenido pánico al teatro, pero ahora el miedo es distinto. Tener miedo al teatro es no llegar a alcanzar el objetivo que se pretende y para eso es fundamental elegir bien la obra, saber lo que quieres contar y cómo. El teatro es una manera de contar a los demás.

P. Su implicación con Las guerras de los antepasados ha sido mayor que en otras ocasiones. ¿Por qué?

R. Es un texto muy identitario. Casi todo lo que vive el personaje de Pacífico lo he vivido yo. He vivido el maltrato por parte de un padre que consideraba que esa forma de educación era la justa. No lo culpo, pero así fue. He vivido la frustración de vida, en la que todos mis valores no valían para nada hasta que vine a Madrid. He vivido también la ternura. Mi madre era una mujer absolutamente tierna. En esta función he querido que la presencia de la madre esté de manera constante muy identitaria, algo que acordamos con el autor de la versión. Quise que cada acontecimiento que iba a peor partiera de la muerte de la madre.

P. ¿El hecho de venir de una familia rural lo ha ayudado a entender mejor ese mundo que describe Delibes?

R. Sin ninguna duda. Es una función muy identitaria. Conozco muy bien el entorno rural. A mí esta obra ya me la habían ofrecido hace tiempo y dije que no. Ahora estoy en el momento. Concurren muchas circunstancias. Tengo 61 años y a mi padre, con la cabeza ya perdida, lo hemos tenido que ingresar; mi madre ha muerto. Yo voy al pueblo, donde todas las casas están cerradas y las humedades cubren las paredes. Hay carteles de “se vende” por todo el pueblo. Paseo por un lugar vacío, en el que las calles silban. Y es entonces cuando me ofrecen esta función y me digo a mí mismo que tengo que hacerla.

El actor Carmelo Gómez.
El actor Carmelo Gómez. MOEH ATITAR

P. Es la primera vez que trabaja a las órdenes de Claudio Tolcachir. ¿Cómo ha sido la experiencia?

R. Es un dramaturgo astuto que sabe escuchar y mirar. Sabe mucho de actores, sabe que somos muy contradictorios y, algunas veces, vanidosos. Conoce bien el ego de los intérpretes y saca lo mejor de nosotros.

P. ¿Quién es Pacífico?

R. Es un hombre infeliz, una llaga abierta, el fracaso de la ternura y el triunfo de la violencia. Pacífico quiere buscar un final y lo encuentra en la reclusión, donde usa el don que tiene de la imaginación para poder seguir viviendo. Ni ahí puede estar en paz. Hay muchos Pacíficos en el mundo, tanto en los pueblos como en las ciudades. Lo que pasa es que a los Pacíficos de los pueblos se los conoce y se los señala. En las ciudades están más protegidos.

P. Su abuelo, su padre, ¿le hablaban de las guerras?

R. Mi abuelo me habló de la guerra de África, hablaba de los moros a los que odiaba. Mi padre también me contaba cosas de la Guerra Civil, pero lo que más le gustaba era contar historias de caballos. Para mi padre, los caballos eran más que los hijos. Tenía uno muy especial que compró cuando la minería leonesa se vino abajo y al que llamó El rubio. Era un caballo medio ciego y muy inteligente. Era alucinante ese bicho. Cuando lo tuvieron que sacrificar, toda la familia, que era más dura que el pedernal, lloró como nunca antes lo había hecho.

P. De actor omnipresente en el cine español a la desaparición casi total. ¿Qué fue lo que pasó?

R. Me fui cuando vi que me echaban. Se fue corriendo la voz de que estaba mayor, de que había perdido la mirada. Qué sé yo. Lo que es verdad es que hacía pruebas y no las pasaba. Ni para series de televisión me querían. He hecho buenas películas y puedo decir que estuve en un momento glorioso del cine español. Me di cuenta de que no tenía nada que hacer y me enfadé con el cine. Así fue como me refugié en el teatro.

P. ¿Se desilusionó?

R. Totalmente. La decisión de abandonar el cine fue definitiva. No quería hacer como los toreros que anuncian su retirada y luego vuelven. Dejé de estar pendiente de los castings, de las llamadas. No quería vivir el drama de que no sonara el teléfono. Después de cinco años sin ponerme delante de una cámara, me llamó Imanol Uribe para hacer un papel en su última película, Llegaron de noche, y lo hice encantado. Me gustaría hacer de vez en cuando cosas sueltas. Lo que no me gusta del cine es la industria, no me gusta su gente. Hay mucho bruto en la industria del cine en España.

P. Y regresó al teatro.

R. Volví a mi seno materno, que es donde empecé y donde voy a terminar. El teatro es mi lugar, el espacio en el que mi cuerpo ―que, aunque grande, creo que es muy moldeable― tiene mayores posibilidades expresivas. También la voz. En el teatro siento la fuerza de la verdad que viene a través de la palabra. Y el público, ahí tan cerca, al que sientes. Quiero hablar con el público. Eso lo he experimentado con la función A vueltas con Lorca. Lorca sí que es una ventana a la vida y al amor.

P. ¿Ha podido vivir bien de su profesión?

R. Sí. He tenido momentos malos, pero puedo decir que sí he vivido y vivo bien de mi profesión, con un poder adquisitivo bueno.

P. Ha hablado a veces de su retirada total.

R. Yo me creía la bomba en el cine, he sido premio Nacional de Cinematografía, pero me he retirado y sé que, aunque doloroso y frustrante, no es ningún trauma, que se puede hacer. O sea que ahora me veo retirándome del teatro comercial y centrándome en objetivos más pequeños, como la obra de Lorca, con los que pueda viajar en un furgón o un carromato y actuar por los pueblos o ciudades dos o tres veces a la semana. Esto es suficiente para acabar mi carrera, fuera de los circuitos comerciales.

El actor Carmelo Gómez se esconde tras el respaldo de una silla.
El actor Carmelo Gómez se esconde tras el respaldo de una silla.MOEH ATITAR

P. ¿Es de los que hacen balance de su carrera?

R. Sí, y me veo más maduro como artista, estoy menos pendiente de mí, de los éxitos. Veo más luz en mi trabajo, más desinhibición. Y creo que más frescura, también mayor libertad a la hora de trabajar.

P. ¿Se arrepiente de algo?

R. Sí, de muchísimas cosas, pero me he perdonado. Voy a decir algo que nunca quiero decir. Me arrepiento de no haber sido padre y de no haber sido hijo porque mi padre no fue tampoco un padre para mí. Tengo una hija, sí. Pero no me considero padre.

P. ¿Por?

R. Eso es lo que no puedo contar.

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