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Fernando Aramburu: “El País Vasco no es tierra de donjuanes. Allí no iría a buscar seductores”

El escritor regresa a la realidad etarra, ahora desde el humor, con ‘Hijos de la fábula’, y se declara ciudadano del espacio Schengen

El escritor Fernando Aramburu, en la Feria del Libro de Fráncfort en octubre.
El escritor Fernando Aramburu, en la Feria del Libro de Fráncfort en octubre.Borja Sanchez-Trillo (EFE)
Berna González Harbour

Era difícil volver al País Vasco después de Patria, que se ha convertido en la gran novela de la etapa negra del terrorismo etarra, pero Fernando Aramburu lo ha hecho de nuevo y para ello ha elegido otra herramienta: el humor. El autor nacido en San Sebastián hace 64 años retrata en Hijos de la fábula (Tusquets) a dos secuaces que se quedan colgados de la brocha en una granja francesa al enterarse de que ETA ha renunciado a las armas.

Pregunta. Sus etarras entrenan con la escoba y huelen a mierda de gallina. ¿Es real o imaginado?

Respuesta. Yo escribo desde la ficción. He conocido multitud de historias de activistas que rondan el humor involuntario y no las utilizo, pero me garantizan que lo que cuento es posible.

P. ¿El humor encaja con el terrorismo?

R. Mi novela es un drama, pero contado con elementos humorísticos dirigidos a parodiar al agresor, lo que me permitía respetar un criterio ético. Yo jamás me permitiría mofarme de quienes han sufrido, pero sí de quienes planean agredir a otros. En ese sentido no tengo freno a la hora de recurrir al esperpento, la parodia o la situación cómica.

P. ¿Ha pensado en el paralelismo con el Quijote y Sancho? Sus etarras ven txakurras donde solo hay un señor en un puente como él veía gigantes donde había molinos.

R. Me inspiré más en centroeuropeos como Esperando a Godot, por ejemplo, Kafka o El buen soldado Svejk.

P. Pero Svejk también es víctima del absurdo. ¿Sus protagonistas son víctimas del absurdo?

R. No del absurdo, pero sí de algún tipo de fábula que se les ha inoculado en el cerebro, que determina sus comportamientos y que hace que vean el mundo desde su perspectiva ideológica. En ese sentido sí son un poco quijotescos. La gran diferencia con el Quijote es que este sale al mundo a desfacer entuertos. Ellos salen a lo contrario y consideran legítimo liquidar a quien piensa de otra manera o entorpece su proyecto.

P. ¿Se acabó esa fábula?

R. No, el ser humano es un ser de fábulas y todos tenemos unas convicciones. Pero también existe la moral, un freno que controla esas fabulaciones y que nos llama la atención cuando hacemos daño. El problema no es la fábula, sino que no esté sometida a un filtro ético.

P. ¿En el País Vasco ha terminado esa fábula?

R. No, no, la fábula del nacionalismo está en momento hegemónico. Prevalece con gran apoyo social y lo que ha desaparecido por fortuna es la pretensión de imponerla por medios violentos, pero el proyecto continúa.

P. “Vascos poco amor”, les acusa la granjera en su libro. ¿Tienen los vascos un problema con el amor y el sexo?

R. No he ido por las casas para comprobarlo, pero es un viejo cliché del que todavía se puede sacar provecho cómico.

P. ¿Responde a la realidad?

R. En mi época algo de verdad había en eso, cierta torpeza verbal, cierta falta de sensualidad que se compensa por medios gastronómicos… Algo de verdad hay en los tópicos y son provechosos para hacer chistes o columnas. No me parece que los vascos hayan producido grandes Casanovas, ni Donjuanes, no es la tierra a la que yo iría a buscar seductores. No quiere que decir que no los haya, pero habría que buscarlos.

P. Pinta a estos etarras muy reacios a las mujeres. ¿Cuánto hay de verdad en esa misoginia?

R. Quien esté familiarizado con mi literatura sabrá que donde aparece un misógino no tardará mucho en aparecer una mujer que le dé una lección. Mi personaje y muchos fanáticos consideran que los apegos a la vida, el sexo, la comida y los placeres solo apartan de la verdadera causa. En los grupos violentos siempre hay algo común que son los chavales, el elemento masculino puesto a destruir. He sido testigo de esto durante muchos años y no es raro que tenga un reflejo en mis libros.

P. “Donosti es para ir a la playa y a los restaurantes, no para cambiar la historia”, dice. ¿Eso ha derrotado al terrorismo?

R. Es una leyenda urbana muy extendida en Euskadi. Donosti era la pajita en el ojo del nacionalismo porque es una ciudad con historia aristocrática, nos llaman ñoñostiarras, personas de tendencia burguesa, comercial, algo dados al lujo, a la moda, con sus festivales de prestigio frente al ámbito rural. San Sebastián no se ha librado nunca de esa reputación semiparisina que para algunos no es exactamente lo que se corresponde con el proyecto.

P. ¿Qué País Vasco encuentra al volver?

R. Encuentro tranquilidad en las calles, limpieza en las paredes, no se ven amenazas y esto ya es positivo. También veo la ausencia del Estado, veo la enorme hegemonía nacionalista y observo que su relato ha triunfado.

P. Después de tantos años viviendo en Alemania, ¿se siente en casa al volver al País Vasco?

R. Me siento en mi casa porque todavía recibo afecto, que es lo que hace que un lugar sea mi casa. Pero no voy allí a repostar identidad. Me siento más bien europeo y sobre todo del grupo Schengen. Mi casa es la Unión Europea.

P. ¿Cómo se siente en Alemania? ¿Y en España?

R. Hay contrastes, pero las diferencias no son tan grandes. La vida social de ambos países se ha uniformizado bastante. Los fantasmas históricos son distintos en cada país, pero los veo como una unidad.

P. ¿Qué echa de menos allí o aquí?

R. Los decibelios que debes soportar en una calle de Madrid son mayores que en Berlín, pero la criminalidad de allí no la hay en Madrid. Me he adaptado a los usos alemanes, allí no se tutea de una forma tan directa y agresiva como en España, y en algunas situaciones nos cuesta distinguir un hábito de una grosería, pero esto son minucias que no me preocupan gran cosa. La vida social española es más atractiva, también acompañada por el clima. Tengo en gran estima a Madrid por la fauna humana. También tengo lugares a los que acudo de forma ritual, como por ejemplo a la cuesta Moyano o sitios donde compro legumbres, vinos, librerías. Para mí Madrid se ha convertido en algo bastante entrañable.

P. ¿Y Hannover?

R. Allí vivo en la última casa de la ciudad que da a un bosque, con mucha tranquilidad, libre de contaminación lumínica, me permito el lujo de ver estrellas. Mi vida es muy recogida, dedicada de lleno a la escritura y la lectura y percibo poco de la ciudad porque no me muevo en ella, sino en un espacio muy limitado. Y esto me gusta mucho.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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