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Daniel Treviño, camarero, escritor, sindicalista: “El discurso de la ultraderecha racista pretende destruir la conciencia de clase”

Trabaja en bares y restaurantes, escribe libros políticos, reinvindica el sindicalismo en tiempos difíciles, divulga desde las redes y los nuevos medios: sigue creyendo en utopías que interpelen a nuestra realidad cotidiana

Daniel Treviño en el Mercado de Tirso de Molina, en Madrid.
Daniel Treviño en el Mercado de Tirso de Molina, en Madrid.Samuel Sánchez
Sergio C. Fanjul

Daniel Treviño (Madrid, 30 años) trabaja en los bares. No lo hace como algo transitorio, sino como una forma estable de sustento y reivindicando los derechos de los currantes. Es anarquista, se ocupa de labores de comunicación en el histórico sindicato CNT y ha aparecido con frecuencia en programas como Gen Playz, Carne cruda o Saldremos mejores. Tiene varios libros publicados en editoriales independientes: los relatos de Adiós, buen domingo (Esto no es Berlín) o los ensayos Sin conexión (Último Mono) y La memeización de la política (Lauredal Ediciones).

Es más alto de lo que parece en sus vídeos: mide 1,90. Y se nota que le gusta cuidar su imagen: el pañuelo al cuello, los tatus, el porte esbelto. Nos ha citado en un mercado de su barrio, al otro lado del Manzanares, en Madrid. Habla con serenidad, deslizando un discurso bien hilado y abriendo numerosos paréntesis e incisos. “Luego vas a tener que hacer mucho corta y pega”, dice. No fue para tanto.

Pregunta. Usted hace muchas cosas, pero prefiere definirse como camarero.

Respuesta. Ser camarero es lo que me mantiene y a lo que dedico la mayor parte de mi tiempo. Si me salen colaboraciones en medios o entrevistas es por la divulgación que hago en las redes sobre derechos laborales, sindicalismo, anarquismo…

P. O sea, usted es camarero.

R. Yo soy camarero. Llevo diez años en la profesión y he trabajado desde el amanecer, poniendo desayunos, y hasta el amanecer, cerrando discotecas.

P. ¿Es una vocación?

R. No, qué va. Además, el trabajo en la hostelería se considera un empleo denigrante. Yo lo reivindico porque la gente parece estar en esto de paso. Yo me he mentalizado: el empoderamiento es importante para luchar. Hay quien vive la hostelería como algo temporal, casi como un accidente, de modo que no reclama mejores condiciones laborales.

P. ¿Cómo son esas condiciones?

R. Tenemos un convenio, tenemos unos derechos, pero se vulneran en más del 90% de los casos. Las tablas salariales del convenio están desactualizadas, las inspecciones de trabajo brillan por su ausencia... Yo solo he trabajado en un sitio en el que se cumpliese la ley.

P. Recientemente, la Comunidad de Madrid lanzó una curiosa campaña instando a la población a dejar propina como algo esencial para que los trabajadores cumplan “esos pequeños sueños”.

R. Estoy harto de movimientos publicitarios que romantizan la precariedad. Desde el Partido Popular ha habido un montón de favores a la patronal de la hostelería que no tienen nada que ver con una idea de la hostelería sana. No negaré que la propina es una parte sustancial de mis ingresos, pero siempre me ha parecido una sobreactuación: hace que los camareros no solamente tengamos que hacer nuestro trabajo, sino que, si una semana no sonríes mucho porque estás jodido, igual ganas menos dinero.

P. Se dice que España va a ser “un país de camareros”.

R. Es que España es un país de camareros. El imaginario popular tiene una relación muy tóxica con la hostelería. La denigra a la vez que la ensalza. Lo primero que hace un español al salir fuera, según el tópico, es hablar de nuestra comida.

P. Y ahí es donde entran ustedes.

R. Nosotros somos los que servimos las tortillas y las paellas. Pero si la calidad de la comida fuera la misma que la calidad del empleo… la comida sería nauseabunda. Nos encanta la cultura de bar, ir a comer por ahí, pero no queremos saber nada de lo que pasa detrás.

P. ¿Cómo se lleva la juventud con el sindicalismo?

R. Creo que es un reto. Yo encontré en el sindicalismo una lucha porque entendí que la tarea de nuestra generación era discutirle la política a las instituciones, recuperarla para la calle. El sindicalismo está infravalorado, pero para mí la lucha por lo laboral es la raíz de todas las demás luchas.

P. Hay quien dice que no se pueden conciliar las llamadas políticas identitarias con las laborales.

R. No es cierto. Las personas migrantes, gracias al chantaje que les hace la Ley de Extranjería, se ven obligadas a aceptar condiciones indignas. No es necesario explicar aquí cómo ha sido tradicionalmente la relación de las mujeres con el trabajo, o la invisibilización de los cuidados. Desde el sindicalismo se proponen formas de replantear la producción que contemplan ideas propias del veganismo. En cambio, el discurso de la ultraderecha racista hace mucho por destruir la conciencia de clase, diciendo que tu compañero migrante es inferior. Que la persona queer no es de los tuyos. La contraposición entre la identidad y el obrerismo es interesada y absurda.

Las personas migrantes, gracias al chantaje que les hace la Ley de Extranjería, se ven obligadas a aceptar condiciones indignas

P. ¿El sindicalismo tiene peor acomodo que otras reivindicaciones?

R. Está claro que lo laboral es lo que más escuece y más tensiones genera. Es difícil de absorber por el sistema porque va contra su fundamento económico.

P. ¿Qué sentido tiene hoy el anarquismo? Ya no aspiramos a la Revolución ni nada de eso…

R. Bueno, ¿por qué no? Tengo la sensación de que vivimos en un tiempo intoxicado de narrativas exageradas. Todos los futuros posibles ya se nos han presentado por Hollywood. En el cine vemos pelis de Marvel alucinantes. Es curioso que, al mismo tiempo, bajemos el tono para hablar de fenómenos como la transformación social. Nos da reparo.

P. ¿Pero tiene sentido el anarquismo?

R. Hay lugares en los que se practica, como en Chiapas o en ciertas partes del Kurdistán. Pensar a gran escala, en nuestras ciudades, es ambicioso. No te puedo decir que tal día a tal hora se abolirá el trabajo asalariado y seremos libres. Yo soy realista, hago política porque creo que es la forma en la que nos comunicamos como sociedad. Pienso más en el presente, y trato de que las cosas cambien. Y confío en que logremos algo mejor.

P. En un programa de La Clave de José Luis Balbín, Federica Montseny, histórica libertaria, explicaba que el anarquismo había sido útil introduciendo ideas como el ecologismo o el feminismo.

R. Estoy de acuerdo en que en un sistema democrático las ideas anarquistas sirven para equilibrar un poco la balanza. Lo contrario sería darle un cheque en blanco al libre mercado. Un suicidio social.

P. El anarquismo de derechas, el anarcocapitalismo, también asoma la cabeza.

R. Bueno, eso es uno de los mejores movimientos de branding que he visto en mi vida. Esa gente continúa un poco lo que hizo el punk...

P. ¿Cómo? De hecho, la ultraderecha a veces se autodenomina el nuevo punk.

R. El punk colaboró a que se mantuviera el anarquismo en Europa, pero quizás fue el movimiento que peor lo entendió, como algo individualista y antisocial. No hay nada más social y colectivo que el anarquismo. Y eso que yo he estado en el punk. Pero se escudó en una causa política lo que era una rebelión adolescente.

El punk colaboró a que se mantuviera el anarquismo, pero fue el movimiento que peor lo entendió, como algo individualista y antisocial

P. Algunos anarquistas de los años 30 tenían un compromiso moral tan grande que se veían casi como santos cristianos y hasta se identificaban con el sacrificio de Jesucristo.

R. Uno de los mejores libros que me he leído últimamente son los discursos de Salvador Seguí, el líder anarquista catalán. Era católico y tenía una visión de la realidad que enamoraba al pueblo, porque apelaba a unos valores fundamentales. No creo que la fe deba entenderse solo como algo religioso, sino como la conciencia de un futuro mejor. Como los anarquistas en relación con la utopía. Y no le decimos utopía porque sea imposible, sino por su capacidad de apelar a la realidad.

P. Cuando le contacté, un domingo, por las prisas, me dijo que no me preocupara, que para usted los domingos “hace tiempo que no son domingos”.

R. Los camareros somos lo que trabajamos cuando nadie está mirando. Suelo hablar con los colegas sobre lo que significa volver a casa de madrugada, y no de fiesta, sino sobrios porque vienes de trabajar. Códigos que solo se manejan en el sector. A veces me dicen “hay festivos esta semana”, pero a nosotros eso nos da igual, porque trabajamos igualmente, y hacemos cosas los lunes, días raros.

P. Prepara usted un ensayo donde, en vez de citar a pensadores o estudios, cita a sus amigos y familia.

R. Ahora leo mucho ensayo, y siempre se cita a Marx, como es natural. Pero mi intención es que no salga la palabra Marx en ningún momento. Y los que cuenten las cosas sean los que me rodean.

P. ¿De qué trata su libro en proceso?

R. De animar a la participación activa y a la lucha popular. Tenemos que organizarnos para hacer política. Me está costando, porque entre el trabajo y mis comentarios en redes...

P. Tiene la casa llena de cuadernos manuscritos.

R. Sí, muchos cuadernos. Para mí escribir es dejar constancia de la realidad sobre el papel, lo tengo muy interiorizado. Por ejemplo, llevo un diario de mis sueños.

P. Dicen que eso hace tener sueños lúcidos.

R. Sí, y ahora sé por qué sueño ciertas cosas, por qué aparecen ciertos sitios, ciertas personas. Es una vía de autoconocimiento que suelo recomendar. Pero sin caer en el esoterismo. El cineasta Jan Švankmajer decía que la única diferencia entre el que sueña y el que está despierto es que uno tiene los ojos cerrados.

Para mí escribir es dejar constancia de la realidad sobre el papel, lo tengo muy interiorizado. Por ejemplo, llevo un diario de mis sueños

P. ¿Las redes sociales?

R. Tienen luces y sombras. Han ayudado a visibilizar a muchos colectivos marginados. Pero en ellas entendemos la política de forma futbolística: tengo que defender a los míos a ultranza, hagan lo que hagan. El anarquismo es una forma de estar por encima de eso.

P. Cuando el 15M la hegemonía en las redes era de izquierdas, ahora más bien al contrario.

R. Le daría la vuelta al argumento: ¿Era Twitter un lugar dominado por la izquierda o era que el 15M hizo que la sociedad fuese más afín a esas ideas?

P. Pues debe de ser eso.

R. En aquel momento se creó un discurso coherente con las preocupaciones de la sociedad. Eso es a lo que yo aspiro a través del sindicalismo: a dar a la sociedad las herramientas para entender su frustración.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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