El público del Teatre Lliure entra en el juego y protesta a gritos contra la perorata del supuesto ultraderechista de ‘Caterina e a beleza de matar fascistas
La obra de Tiago Rodrigues, una fábula política muy bien interpretada, logra en Barcelona la controversia que persigue en su tramo final
El público que llenaba anoche la sala Fabià Puigserver del Teatre Lliure de Montjuïc, en Barcelona, ha seguido al pie de la letra el guion previsto y ha reaccionado de manera parecida al de los otros teatros europeos en los que se ha representado Caterina e a beleza de matar fascistas. El tramo final del espectáculo, que busca la polémica y el debate, es la detestable perorata de un actor que interpreta a un miembro de un partido de extrema derecha y arremete contra las minorías y las bases de la democracia. Los espectadores han escuchado al principio en silencio, pero han ido respondiendo progresivamente al execrable discurso expresando su disgusto e indignación. Han comenzado a oírse protestas dispersas, gritos de “¡fuera, fuera!”, y luego ha seguido pitos, un clamor masivo y un pateo generalizado. Se han escuchado varios “no pasarán” que ha coreado toda la platea, un sentido “¡que te calles!” y un hastiado “¡basta, vete al carajo!”, que ha sido lanzado en portugués, lengua del espectáculo que se ha ofrecido sobretitulado en catalán. Finalmente, todo el público ha tapado el parlamento ultraderechista con palmas. Unos pocos espectadores han abandonado sus localidades y se han marchado, visiblemente incomodados con las palabras del supuesto populista.
En otras ciudades, la parte final de este espectáculo del prestigioso director portugués Tiago Rodrigues con el Teatro Nacional D. Maria II, ha sido contestada con lanzamiento de objetos y espectadores tratando de acceder al escenario para interrumpir el discurso ultraderechista. En el Lliure (donde hoy vuelve a representarse la obra) no se ha llegado a tanto y ha parecido que parte del público se sumaba a la protesta consciente de las reglas del juego dramático y en la consideración de que era lo que se esperaba que hiciera. Sí que ha podido percibirse un masivo cabreo unánimemente sincero ante algunas de las barbaridades que soltaba el supuesto energúmeno, sobre todo las relacionadas con la violencia de género, de la que ha espetado que es un mito y que en todo caso ha de resolverse en casa, con diálogo. Cuando ha dicho que si la mujer se comportara “honradamente” no pasaría nada y que se exageraba el alcance de la violencia doméstica para usarla en casos de divorcio, el abucheo ha ahogado casi totalmente al orador.
Finalmente, al acabar este su casi media hora de soflama de extrema derecha y concluir el espectáculo, el público lo ha aplaudido con los demás actores al salir a saludar, demostrando que entendía perfectamente la propuesta.
Catarina e a beleza de matar fascistas se ha revelado como un espectáculo bonito y bienintencionado, pese al equívoco juego de la última parte. Es una fábula política muy bien interpretada, quizá algo ingenua en su planteamiento del debate sobre los límites que debe ponerse la democracia para defenderse de sus agresores. En todo caso, un buen ejemplo de teatro político y que busca remover las conciencias y hacer reflexionar (no en balde se cita a Bertolt Brecht a menudo).
La historia es la de un cuento, un cuento raro y terrible: una familia portuguesa que se reúne una vez al año para celebrar una extraña ceremonia, la de matar a tiros a un “fascista”. Es una tradición que se remonta 74 años y que entronca con la tragedia de un personaje real, Catarina Eufémia, una campesina que reivindicaba los derechos de las mujeres y fue asesinada por la Guardia Nacional en 1954. Una de las mujeres testigo de ese crimen y que luego mató a su marido policía que intervino en el asesinato, se nos cuenta, fue la iniciadora de la singular costumbre familiar. En la obra, estamos en 2028, con la extrema derecha detentando el gobierno en Portugal y a punto de introducir cambios retrógrados en la Constitución. En el día acostumbrado, la familia ha secuestrado a un juez machista, diputado del partido ultra y mano derecha del líder del mismo. Una joven de 26 años biznieta de la primera mujer ejecutora es la encargada de matar al prisionero, en lo que debuta, pero el acto le suscita dudas.
La función arranca con los siete miembros de la familia (Isabel Abreu, António Fonseca, Beatriz Maia, Marco Mendonça, Antonio Alfonso Parra, Carolina Passos Sousa y Rui M. Silva) ataviados como campesinas de los años cincuenta (aunque cuatro son hombres, lo que al principio causa perplejidad) y llamándose todos Caterina. Preparan la comida junto a la casa familiar, se hacen una foto de grupo, cantan y bailan y poco a poco los vamos conociendo mientras se desenvuelven en un ambiente casi chejoviano. El trabajo actoral es excelente y los personajes resultan creíbles en su absurda costumbre y hasta entrañables, con rasgos divertidos y poéticos.
Asesinar al cautivo, siempre presente en escena callado, se presenta como un acto tradicional, un verdadero rito de paso, con el que todos han cumplido o han de cumplir algún día. Pero la joven a la que le toca, cuando la colocan pistola en mano ante la víctima, tras leer el texto fundacional de la costumbre, se echa atrás. La decisión provoca un verdadero cataclismo en la familia y asistimos a un debate en el que todos tratan de convencer a la chica que pone en duda que se trate de un acto de justicia y señala la contradicción de matar en nombre de la democracia y la libertad. Para ella, el juez “no es las SS o la PIDE” y debería tener derecho a hablar para defenderse. Algo que los demás consideran peligrosísimo mientras tratan de convencerla de que hay que ensuciarse las manos y comprometerse para impedir que regrese el fascismo.
Finalmente, tras un imprevisto tiroteo y en una atmósfera con olor a pólvora, el cautivo (Romeu Costa, en un papel realmente ingrato y sufrido) se pone la chaqueta, se ajusta la corbata, avanza y suelta su discurso de odio al público. Un trabajo espléndido y tan realista que da miedo. Es fácil olvidarse de que estás en un teatro y sentir una rabia incontenible contra el individuo que arremete, con referencias a la política y sociedad portuguesa pero en un discurso que extrapola a toda Europa, contra los emigrantes, las mujeres “presuntamente” maltratadas, el aborto, las ayudas sociales, los sindicatos, los homosexuales, y hasta las golondrinas. En suma, una experiencia interesante y un buen espectáculo, algo naif, quizá, pero muy oportuno y valiente en los tiempos sombríos que corren.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.