Dino y Sibilla: la pasión maldita bajo las bombas de dos escritores
‘Un viaje llamado amor’, que se publica en español, recoge el incendiado epistolario entre la feminista Aleramo y el oscuro poeta Campana
En 1916, coincidiendo con el periodo más oscuro de la Primera Guerra Mundial, la cruenta batalla de Verdún jalonando un annus horribilis en la historia de Europa, los escritores Sibilla Aleramo y Dino Campana firmaron una épica historia de amor ajena al horror de la trinchera que sumía el continente en un infierno de muerte y metralla. Sibilla Aleramo, pseudónimo de Marta Felicina Faccio (Alessandria, 1876 – Roma, 1960), era ya a las puertas de aquel verano una escritora consolidada gracias a su novela autobiográfica Una donna, un éxito editorial en la época considerado unánimemente hoy un clásico del feminismo. Dino Campana (Marradi, 1885 – Scandicci, 1932) era un poeta maldito, visionario y salvaje, de vida errabunda, que había escrito Canti Orfici, un libro muy mal editado que no tenía en principio la menor repercusión —hoy está considerada una de las obras fundamentales de la lírica italiana del siglo XX— y que se dedicaba a venderlo de mano en mano por los cafés de Florencia.
Quiso la providencia que Canti Orfici llegase a las libérrimas y apasionadas manos de Aleramo que, impresionada por su lectura, escribió con admiración a este poeta “del vagabundaje y el desasosiego”, como lo define el traductor Manuel Moya, responsable de la primera traducción al español de Un viaje llamado amor (editorial El Paseo), un incendiado epistolario “de emocionante lectura” que recorre dos años (1916-1918) de exaltación pasional entre Aleramo y Campana, una relación “tan vibrante como tortuosa”, explica el traductor. La relación entre los dos escritores se popularizó en Italia a raíz de la versión cinematográfica que, de título homónimo (Un viaggio chiamato amore, 2002), dirigió Michele Placido.
Así describió la propia Aleramo en 1950 el inicio de su relación con Campano: “Lo leí y quedé deslumbrada y encantada a la vez, tanto que escribí al poeta algunas palabras de admiración. Él me respondió con una extraña tarjeta (…). Hubo un intercambio epistolar, tras encontrarnos en Barco, un conjunto de casas en un valle de los Apeninos toscanos. El amor estalló en un delirio salvaje”. Son días de pasión y diálogo amoroso, pero también de inmersión en la naturaleza que los acoge.
“En estas páginas cabe todo, desde el más puro sentimiento, la exaltación pasional, el miedo, la ternura, la confidencia, el poema, la traición, la reconciliación, las amenazas, la miseria, el trabajo, la enfermedad… Pero también las sugerencias de sus hermosos trayectos juntos por diversos parajes y ciudades de Italia”, repasa Moya. No obstante, la relación se convierte en un volcán explosivo pero de corta duración, condicionada desde el primer momento por las difíciles circunstancias vitales de los amantes.
Sibilla Aleramo, conocida y mencionada por Dino Campana en sus cartas como Rina, nace en una familia acomodada que, sin embargo, vive subyugada por una madre trastornada y perdida en un mundo que le es hostil. Víctima además de una violación a los 15 años por parte de un empleado de su padre, “por las imposiciones sociales de la época, acaba casándose con el propio violador, del que tuvo su único hijo, Walter”, relata Manuel Moya en el prólogo del libro. Esta situación dura diez años, hasta que decide romper el matrimonio y abandonar a su hijo, para comenzar una aventura personal e individual en busca de su propia identidad como mujer, con el amor como filosofía vital.
Esta mujer apasionada, “que vive la sexualidad con absoluta entrega” —fue conocida por sus relaciones bisexuales y libérrimas—, choca con la personalidad inestable y neurasténica de Dino Campana, que desemboca en una esquizofrenia de la que nunca se recuperaría y por la que moriría internado en un manicomio de Florencia a los 47 años. “Han corrido ríos de tinta sobre esta exultante y compleja relación. Muchos críticos acusan a Sibilla Aleramo poco menos que de vampiresa, capaz de acabar con las pocas energías mentales del pobre Dino y abandonarlo apenas supo la enfermedad que corroía la mente del amado. Estos mismos críticos aseguran que la correspondencia entre ambos amantes, en manos de Aleramo, ha sido convenientemente expurgada para dejar en buen lugar el papel de ella”, asegura el traductor. Y añade: “Lo más probable es que en el momento de conocerse en la aldeíta de Barco, ya la terrible enfermedad corroyera la sangre del poeta, que más pronto que tarde le haría perder sus últimos asideros con el mundo”.
A pesar de su corta duración, Sibilla Aleramo nunca olvidó su relación con Campana. En 1958, tras años de insistencia, aceptó hacer pública su correspondencia con el poeta, que se publicó en la editorial Vallecchi con 92 cartas entre ambos amantes. Desde entonces, estos personajes torrenciales han pasado a la historia, además de su contribución al Novecento italiano, por este apasionante intercambio postal. “Querida, si crees que he sufrido lo bastante, estoy dispuesto a darte lo que queda de mi vida. Ven a verme, te ruego. Tu Dino”, dice la última carta, firmada en el manicomio de San Salvi, en Florencia, el 17 de enero de 1918.
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