‘Pequeña flor’: matar a un imbécil nunca es fácil
La nueva película del director de ‘Argentina, 1985′ es una pieza de apariencia pequeña que pretende alcanzar reflexiones de altura

Santiago Mitre, uno de los triunfadores del año con Argentina, 1985, cine político para el pueblo, con estrategias casi hollywoodienses y didáctica y recuerdo para las nuevas generaciones de los desmanes de las dictaduras, no se ha conformado con una película para la historia del cine de su país (quizá más por su trascendencia social que por su calidad intrínseca). También se ha descolgado este mismo 2022 con una comedia negra desopilante, sorprendente y procaz. Pequeña flor, coescrita también junto con Mariano Llinás, basada en una reputada novela de Ioisi Havilio, delirio existencial sobre la rutina como principal secreto para la felicidad, demuestra la versatilidad genérica y temática de un director que, hasta ahora, había circulado por el camino del cine político, con obras como El estudiante, Paulina y La cordillera.
Coproducción entre Argentina, Francia, Bélgica y España (que aporta a Sergi López como actor de reparto), rodada en el país galo, en una fea ciudad de provincias cualquiera, Pequeña flor es una pieza de apariencia pequeña que, a partir de un estrambote muy bien cuajado, pretende alcanzar reflexiones de altura. Un embrollo sin lógica, como textualmente se dice en un diálogo dentro de la propia película, acerca de la previsibilidad como tranquilizante: lo esperado siempre es bienvenido; los cambios, por el contrario, pueden llevar a la infelicidad, al desasosiego.
La historia comienza como una comedia costumbrista de pareja con bebé recién nacido. Nada que sobresalga, estimule o decepcione, salvo por un detalle: una voz en off del narrador, que se dirige directamente al espectador hablándole de tú, y que ha anunciado desde el primer instante que pertenece a un hombre que va a ser asesinado por el protagonista. Y he ahí, a pesar de todo, la gran sorpresa del minuto 25 de metraje. La comedia costumbrista se torna negra. En un acto de impulsiva trascendencia, el padre del retoño, un indolente que las soporta todas con cara de pánfilo, se harta de la estupidez que le acecha y se convierte en asesino en serie de la misma persona. Una y otra vez. Sí, la frase no tiene sentido. Ni la película tampoco, pero en ello reside su singularidad, y hasta su gracia.
La rutina, cualquier rutina, incluso la de matar a alguien cada semana, siempre el mismo tipo, ¿es el ingrediente perfecto para lograr la felicidad o, en cambio, el miedo acechante que nos atenaza y no nos permite avanzar? Para poner rostro a ese pusilánime, pocos actores mejores que Daniel Hendler, intérprete fetiche de Daniel Burman a principios de este siglo con sus papeles de apocado joven en Esperando al Mesías, El abrazo partido y Derecho de familia. Su característica y fascinante sosería, tan mundana, tan cercana, es perfecta para captar la inexpresiva expresividad del personaje.
La novela de Havilio, escrita en un único párrafo sin puntos y aparte, se convierte aquí en una idea fantástica, quizá un tanto alargada por la falta de ritmo en el núcleo central, que, sin embargo, está llena de pulsiones jocosas cargadas de sentido. Actitudes que casi siempre tienen que ver con el derrumbe o el sostenimiento de la pareja, y con la dificultad de las relaciones sociales en un entorno de cierta educación. Pero que finalmente se podrían resumir de este modo: matar a un imbécil nunca es fácil, sobre todo si somos nosotros mismos.
PEQUEÑA FLOR
Dirección: Santiago Mitre.
Reparto: Daniel Hendler, Vimala Pons, Melvil Poupaud, Sergi López.
Género: comedia. Argentina, 2022.
Duración: 94 minutos.
Estreno: 9 de diciembre.
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