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Rocío Molina: “Los puristas del flamenco son cada vez menos y quieren hacerse oír”

El León de Plata de la Bienal de Danza ha sido el último reconocimiento que afianza a la coreógrafa malagueña como una de las figuras más relevantes del baile

Rocío Molina, el 10 de noviembre en Bollullos de la Mitación (Sevilla).
Rocío Molina, el 10 de noviembre en Bollullos de la Mitación (Sevilla).PACO PUENTES
Javier Caballero

La coreógrafa y bailaora Rocío Molina (Málaga, 36 años) se acercó por primera vez al flamenco muy pequeña, o eso le han contado. “Llevaba mi traje de flamenca y me subí directamente al escenario a imitar a las muchachas que habían bailado antes. Yo no lo recuerdo, pero hay fotos”, cuenta por videollamada desde La Aceitera, su casa-estudio en Bollullos de la Mitación (Sevilla). Después, se aproximó al baile desde la distancia, como algo ajeno, “casi extranjero”. “Lo veía como algo muy lejano, recuerdo imágenes que llegaban por la televisión. Eso me permitió poder inventármelo, imaginarlo como me dio la gana, deconstruirlo”. Tres décadas después de ese espectáculo improvisado, Molina se ha afianzado como uno de los grandes referentes del flamenco actual y atesora premios como el Nacional de Danza en 2010 o el León de Plata de la Bienal de Danza de Venecia este mismo año. Precisamente ahora está inmersa en la gira de Carnación, el espectáculo que estrenó en ese certamen.

Pregunta. ¿Cómo se sintió al saber que recibiría el premio en Venecia?

Respuesta. No era consciente de su importancia. La prensa me hizo darme cuenta, porque recibí un bombardeo. Entonces, conforme se me vino encima, sentí más la mordida del león. Me enteré en Madrid, cuando actuaba en Matadero [en diciembre de 2021]. Primero tuvimos una celebración en petit comité, me di un abrazo colectivo con mi equipo. Luego me cayó el bocado, que me abrumó bastante porque tuve que parar la creación casi un mes para poder atender a la prensa. Y yo eso lo llevo mal. Entonces era agridulce. Por un lado, qué bien, pero me estaba sacando de la creación, del estudio, de mi cuerpo.

P. Cuando recogió el galardón, dijo que el esfuerzo no lleva a ninguna parte. ¿Lo mantiene?

R. Hombre, esa frase impresiona. Y más que lo diga yo, que me han educado en el esfuerzo y lo he practicado y abanderado tanto. Pero tiene sentido que lo diga ahora. Hubo un momento de mi vida y de mi trayectoria en que inevitablemente tuve que bajar los brazos y tuve que reconocerme débil, en el sentido de no poder hacer más. Cuando lo hice de verdad, se invirtió todo y pude comprobar el poder de la fragilidad. Y sí, me devolvió muchísima fuerza y profundidad, algo que yo no me esperaba. Salieron entonces tres piezas, las de la Trilogía, en menos tiempo. O sea, yo cuando me esforzaba mucho no me salía eso.

P. ¿Qué le ha dado y qué le ha quitado su profesión?

R. A mí mi profesión me da y me quita todo. Es mi pareja, tenemos una relación de amor apasionante, comprometida, y es lo que me hace sanarme, lo que me mete en crisis, lo que me angustia, lo que me hace sentir viva, me cubre mi deseo, mi fantasía, me pasa factura… todo.

P. En sus obras hay guitarra, hay electrónica… ¿Cuáles son sus influencias y referentes?

R. Soy muy, muy curiosa. Según la época me ha interesado una cosa u otra. Hoy en día me interesa mucho lo cotidiano. Me llama escuchar conversaciones ordinarias, que se den situaciones ordinarias. Y la música, he escuchado mucha guitarra como Sabicas, Niño Ricardo o Ramón Montoya. Y en flamenco he adorado los contrarios, desde Farruco a Vicente Escudero, que no tienen semejanza alguna. Tengo loco a Spotify, no me pilla ni a la de tres, paso de Chopin a Rosalía, que me la pide mi hija.

P. ¿Lee las críticas a su trabajo?

R. Si te soy sincera, no estoy leyendo casi nada. Sí que las leo, sea buena o mala, si el periodista está comprometido con su escritura y su pensamiento, porque me gusta lo que está bien escrito. Tiene que haber un compromiso con la profesión, igual que yo me comprometo con mi arte, y qué menos que escribir bien. Pero los periodistas tienen cada vez menos tiempo para escribir bien y filtrar lo que han visto. Y luego hay otro tipo de periodistas que deberían irse a la prensa rosa antes que seguir en el papel público.

P. ¿Qué piensa de los puristas que dicen que lo suyo no es flamenco?

R. Son muy pocos, cada vez menos, se están ahogando y quieren hacerse notar como sea. Entonces, hoy en día los puristas equivalen a los insultadores. Yo soy muy fan de una aplicación que se llama Insultator. Si quiero que me insulten, me pondré a profesionales que lo saben hacer, pues no puedo reírme más. No creo que un periódico sea lugar para hacer una corrala, que es lo que está pasando en el periodismo del purista flamenco.

P. ¿Se puede hacer flamenco independientemente de tu lugar de nacimiento y orígenes, al contrario de lo que dice una vertiente de la apropiación cultural?

R. ¿Quién tiene el poder de meter la espada, hacer un corte muy fino, exacto, y marcar la línea de lo que se puede y no? No tiene ningún sentido, eso demuestra que no hay flexibilidad o que no hay tolerancias, que no hay amor, ¿no? Para mí la libertad de lo que cada uno hace es su capacidad de amar. Si tú tienes fronteras y pones fronteras, es porque estás en una lucha contigo.

Rocío Molina, el 10 de noviembre en La Aceitera, el cortijo rociero que ha convertido en su casa-estudio en Bollullos de la Mitación (Sevilla).
Rocío Molina, el 10 de noviembre en La Aceitera, el cortijo rociero que ha convertido en su casa-estudio en Bollullos de la Mitación (Sevilla).PACO PUENTES

P. Cada año aparece en la lista que elabora El Mundo de las personas LGTBI más influyentes. ¿Qué le parece ser considerada influyente en el colectivo?

R. Me gusta si eso puede educar, ayudar, apoyar a una persona que necesite liberarse, sentir que hay apoyo. Eso me hace sentir bien. Luego, como artista, el arte para mí no tiene género realmente y no me planteo una cosa u otra. Soy consciente de que provoca un movimiento, una lectura política. Y mientras sea para la libertad del ser humano y que personas se pueden apoyar en mí como referente para un momento dado de su vida, me hace sentir bien.

P. ¿Qué le parece que destaquen en los titulares su orientación sexual?

R. Yo no necesito decir que soy lesbiana, como no necesito decir que soy mujer. No tiene más valor o más importancia para un espectáculo. Podría decir que soy bailaora, artista, intérprete, coreógrafa, lo que tú quieras. Pero no me da más valor ser lesbiana. Aunque entiendo que para la sociedad en la que nos encontramos sí, porque hay que alzar la voz, y yo la alzo.

P. ¿Su orientación sexual ha afectado a su carrera?

R. Hombre, te quita muchas mosquillas de encima, y más hace 20 años, que negociaba con músicos siendo menor de edad. Me ha ayudado para marcar la línea y andar un poquito más tranquila. No verme invadida en ese sentido.

P. Tuvo a su hija, Juana, por fecundación in vitro. Imagino que no es fácil ser madre soltera y trabajadora.

R. Es una locura, es un suicidio esto de que tenemos que ser superwoman. Es inviable, es imposible. No existe la conciliación. Pero ni con matrimonio ni nada, es una falsa muy grande. No existe, no se puede, solo con ataques de nervios y con ansiedades, como nos aplauden. Pero eso no es crianza, no es maternidad, no es vida, no es nada.

P. ¿Qué le cuesta más, el arte o la crianza?

R. La crianza, sin duda. Pues debo decir que mis vacaciones, mi lugar de descanso, están ahora mismo en la creación. Digo que mi arte es duro, pero yo no sería capaz de plantearme otra crianza en mi vida. Es muy duro, con todas las cosas buenas que tiene, por supuesto. La maternidad es una renuncia por elección que con el tiempo te devuelve cosas muy maravillosas. Tienes que descuidar tu arte. Y eso, para una artista que siempre se ha dedicado a cuidarse y a mirarse el ombligo, es doblemente traumático.

P. ¿Por qué eligió afincarse en Sevilla?

R. Sevilla y yo no nos llevábamos bien, pero me vine por la misma razón que hago todo en mi vida: por amor. Y en ese momento empecé a disfrutar mucho de la ciudad, me coloqué en un lugar como de espectadora. Y Sevilla es muy guay como espectadora. Verlo desde fuera es toda una performance continua. Vivo en el campo, en un olivar, en un cortijo rociero, imposible buscar un punto más sevillano. Decidí quedarme por un modelo de trabajo y de crianza también, que entiendo que tiene que ser en contacto con la naturaleza. Me gusta que no haya tanto ruido, no solo sonoro, sino de consumo.

P. Artistas con proyección internacional como el diseñador Palomo Spain o usted han decidido trabajar desde Córdoba y Sevilla, respectivamente. ¿Está obsoleta la idea de la gran ciudad como lugar para inspirarse o como trampolín?

R. Lo que veo desde fuera es que la gran performance está en los pueblos: puedes encontrar una señora mayor en la pescadería o, en el bar donde yo desayuno, a señores jugando con la máquina tragaperras, que me encanta, y otros con el aguardiente desde las nueve de la mañana. Ahí está la performance y no hay ningún interés en interpretar un personaje, ellos ya lo son, auténticos. En la ciudad siento que hay como una necesidad de mantener que soy diferente, que soy guay, que voy a la moda o que voy contraria a la moda.

P. ¿Usted puede ser auténtica ahí también?

R. Sí, como diría mi abuela, soy un disparate: una malagueña, con fobia a Sevilla, bailaora con cara de china, lesbiana, madre soltera por inseminación artificial, en un cortijo rociero. Sí que es un disparate.

P. ¿Se ha superado el estereotipo de que los andaluces son vagos?

R. Supongo que todavía quedará mucha gente pensando eso. Pero aquí se curra tela. No voy a hablar de los teatros, porque no podemos comparar los equipos técnicos españoles a los franceses. Está claro que en Francia se curra mejor. No digo más, sino mejor. Pero aquí en Andalucía se curra mucho, muchísimo. Y con mucha pasión. Lo que pasa que acabada la jornada, salimos a la calle y hacemos mucho ruido.

P. ¿Tiene algún otro proyecto en mente?

R. He decidido estar dos años sin crear. Quiero disfrutar de todo lo que ha sucedido. Estoy en un momento muy amable y dulce de mi vida. Quiero seguir disfrutando de la crianza y estar muy presente. Confío mucho y quiero que se genere otra vez ese deseo por crear. No quiero ser una máquina de creación, quiero ir cargándome poco a poco y para eso tengo que vivir en todos los sentidos, cruzarme con personas, tener conversaciones. Tengo que vivir en el pueblo, salir, entrar, dar espacio a la vida.

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