Los arqueólogos reclaman al coleccionista que guarda el valioso bronce de Luzaga que lo muestre y permita su estudio
La pieza celtíbera desapareció en 1949 y los expertos creen que la tiene una familia de Soria
El cabecilla numantino Retógenes entendió que la situación era desesperada. O recibían refuerzos o Numancia sería destruida. Así que, con algunos guerreros, burló a las tropas sitiadoras del cónsul Publio Cornelio Escipión Emiliano y fue recorriendo al galope todas las ciudades aliadas que le podían ayudar. Ninguna le ofreció su apoyo, aterrorizadas ante la posible y brutal represalia romana. Solo los aguerridos jóvenes de Lutia se ofrecieron a seguirlo. Sin embargo, los ancianos de la población celtíbera, según relata el historiador Apiano, los traicionaron y avisaron a los sitiadores. El resultado fue que Escipión cortó la mano derecha a 400 valientes. Lutia es hoy día el yacimiento de El Castejón, en Luzaga (Guadalajara), donde a finales del siglo XIX se encontró un enigmático bronce escrito en signario celtíbero (una combinación de alfabeto y sílabas). Tenía grabados 123 signos y es uno de los elementos arqueológicos más estudiados y enigmáticos de la Antigua Hispania. Pero existe un problema. Nadie sabe dónde se halla la pieza desde 1949, la última vez que fue vista. La Guía arqueológica de Luzaga, de los arqueólogos Isabel M. Sánchez Ramos y Jorge Morín, vuelve a traer a colación la inconcebible desaparición de una obra única y su incesante búsqueda por ambos expertos, por la Real Academia de la Historia, por el Centro Arqueológico de Luzaga y por el Ayuntamiento de esta localidad, que encabeza José Luis Ros.
El llamado Bronce de Luzaga mide 15 centímetros de anchura por 16 de altura. Su forma es casi rectangular con ángulos redondeados. Fue perforado siete veces, posiblemente con un punzón, pero se desconoce cuándo se efectuaron los agujeros y los motivos. Los expertos consideran que una parte de los orificios podrían corresponder a una época antigua ―con el fin de fijarlo en la pared― y otra parte a la época moderna, ya que fue empleado inexplicablemente como colador. Se distinguían siete líneas de texto y los especialistas lo datan entre finales del siglo II y el siglo I a. C.
El grabador celtíbero que lo talló empleó el llamado signario celtibérico occidental ―también había otro nororiental―, pero la realidad es que nadie sabe traducir sus palabras, aunque existen diferentes propuestas. Los epigrafistas son capaces de pronunciar lo escrito, pero solo pueden descifrar ―comparándolas con otras de otras inscripciones latinas― algunos nombres propios, de lugares o de tribus. Como mucho. Además, se une la dificultad de que no se puede trabajar sobre el original y que todo se especula sobre el calco que dejó el arqueólogo Fidel Fita en 1882, un daguerrotipo de Federico Kraus del mismo año, un carboncillo realizado por Jacobo Zóbel de Zangróniz entre 1881 y 1886 y un calco invertido del mismo quinquenio de Aureliano Fernández-Guerra, según recoge el profesor de la Universidad de Zaragoza Carlos Jordán Cólera en su artículo científico Unas puntualizaciones a los bronces de Luzaga y Cortono.
Al ser uno de los textos más estudiados de la epigrafía celtibérica se han realizado múltiples interpretaciones, pero nadie está seguro de nada. Los epigrafistas, de momento, y a falta de una piedra Rosetta que les guíe, solo hacen conjeturas. De todas formas, existe el consenso generalizado de que la pieza es un “tratado de amistad” entre las colectividades celtíberas de Lutiaca (Luzaga) y Arecorata y entre sus respectivos clanes dirigentes. El Aula de Estudios Ibéricos e Iberoamericanos ofrece esta versión del texto: “Pacto de amistad para la gente de Lutiaca con los arecoráticos. Aiugis Barazoica señala, por su parte, las mejores garantías para su observancia. Asumo este mismo pacto de amistad de la gente de los belayos y de la gente de Graico, lo mismo que dice dicho pacto. [Firmado] El sacerdote Deivoregis”. Sin embargo, se podrían traducir todo lo contrario ―hay quien sostiene que es el texto dedicado a una diosa, otros que se trata de una receta de cocina y hasta de un diálogo entre dos borrachos― y nadie lo podría desmentir con rotundidad.
Para complicarlo un poco más, las últimas investigaciones ponen en duda que, en realidad, el bronce fuese descubierto en Luzaga, tal y como afirmó inicialmente Fidel Fita, uno de los más destacados epigrafistas españoles, sino en Huerta Hernando, a unos 30 kilómetros. Esta suposición parte de que está constatado que en 1877 la pieza estaba en el domicilio particular de un vecino de esta localidad llamado Lucas García, que la utilizaba para impedir que la cera de las velas manchase los muebles, al tiempo que también como tapa de olla. Un tal Juan María Morales vio en casa de García el bronce, se lo llevó y se lo prestó al reconocido arqueólogo Román Andrés de la Pastora, que lo envió directamente a la Real Academia de la Historia para su análisis.
Los académicos lo estudiaron y se lo devolvieron a De la Pastora, pero le pidieron a Morales que lo donase a la institución. Se negó porque “era un recuerdo de mucha estimación”. En los archivos de la Real Academia se conserva un manuscrito donde se lee: “Tésera de bronce de Huerta-Hernando. Debe devolverse al Sr. Ramón de la Pastora, Alcalá, 38, 2º. Suyos son estos datos: Se halló en El Despoblado [de Huerta Hernando]. Perteneció a D. Lucas García. Sirvió de cobertera de olla y de pantalla”. Precisamente, en ese lugar de Huerta Hernando se había hallado años antes un miliario romano, una piedra que se colocaba junto a las vías y que señalaba las distancias.
Con el informe acabado, Fita cambió de opinión y dio por hecho que fue hallado en Huerta Hernando, pero la pieza ya tenía apellido: Luzaga. Y ahí se perdió su rastro hasta que en 1949 el arqueólogo Manuel Gómez Moreno afirmó que la “tésera se guardaba en una colección privada de Soria, siendo esta la última noticia existente sobre la misma”. “Creemos que, en todos estos años, ha sido vista por algún investigador, pero no hay nada publicado al respecto desde entonces. Hacemos un llamamiento para que, con las técnicas del siglo XXI, pueda ser analizada por los especialistas”, reclama Jorge Morín, de la consultora arqueológica Audema.
Martín Almagro, catedrático emérito de Prehistoria de la Universidad Complutense y anticuario perpetuo de la Real Academia de la Historia, escribió en 2003 el Catálogo de la epigrafía prerromana, donde hacía mención destacada del bronce y recordaba que está “en paradero desconocido, por lo que el daguerrotipo y los calcos que posee la Real Academia son las únicas reproducciones directas que se conservan de este importante epígrafe”. “Cuando estaba trabajando en el Catálogo”, recuerda Almagro, “busqué la pieza, investigando posibles descendientes de los que la tuvieron, pero nunca la encontré. Es una de las más bonitas halladas nunca. Es una pena que no se localice”, admite. Almagro no se atreve a dar una traducción de la inscripción. “Ha habido de todo; hasta que era una receta para hacer mermelada de fresa. En los últimos años, hemos avanzado mucho y ya estamos seguros de unas 500 palabras en celtíbero, pero no basta. Es necesario entender el contexto porque una misma palabra puede significar una cosa u otra”, explica este arqueólogo de currículo inabarcable.
El yacimiento de El Castejón de Luzaga es conocido desde el siglo XIX. Fue excavado en 1912 por el marqués de Cerralbo. Los metales recogidos se conservan en el Museo Arqueológico Nacional. Destacan una fíbula de cobre y otra de hierro del tipo La Tene, rejas de arado, hachas o el herraje de una puerta. Cuando el marqués excavó la cercana necrópolis, de entre los siglos IV y I a. C., halló 1.813 sepulturas de incineración y aseguró que 1.047 de ellas estaban destrozadas.
Jorge Morín explica que “la deficiente conservación de las estructuras, así como la ausencia de excavaciones sistemáticas, impide pronunciarse con rotundidad sobre su topografía y cronología”. Sin embargo, sostiene el experto, “parece clara la existencia de un recinto defensivo, una muralla ciclópea, que estaría flanqueada por torres y que protege el acceso a la ciudad situado en la parte norte, así como en el flanco sur, más vulnerable, pero no en la parte noroeste sobre el Tajuña, que era prácticamente inexpugnable. La muralla, a pesar de lo deficiente de los restos conservados, presenta una técnica constructiva de gran calidad y solidez. La base, en algunos tramos, mantiene tres hiladas ciclópeas, que servirían para apoyar un aparejo de mampuestos y adobes, que hoy ha desaparecido”.
Las últimas excavaciones arqueológicas desarrolladas han permitido localizar, además, tres casas con una orientación norte-sur, con técnicas constructivas indígenas, que demuestran la intensa ocupación del interior del oppidum, con calles que aprovechan la topografía del cerro ajustándose a las curvas de nivel. Piedras sueltas, de momento, a las que les falta la angular: el Bronce de Luzaga.
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