‘Blonde’: ¡Marilyn, que no me llores ni me grites más!
Marilyn Monroe, convertida en un personaje cinematográfico en la película de Andrew Dominik, me aburre y también me crispa
No tengo ni idea de cómo puede reaccionar el actual público joven al obsevar en la pantalla a una dama llamada Marilyn Monroe, pero sé que a varias generaciones nos fascinó. Poseía luz, estilo, belleza y una sensualidad capaz de remover a los frígidos. Se movía con desenvoltura y gracia en la comedia. Podía conmoverte su vulnerabilidad, algo transparente en Vidas rebeldes, en sus gritos en medio del desierto pidiendo que dejen libres a los caballos salvajes. Me aparecen la sonrisa, la alegría, el morbo (cómo eran y cómo utilizaba la señora Monroe su hermoso rostro y esa anatomía legendaria) cada vez que la recuerdo o reviso sus películas.
Pero, en Blonde, el hipermoderno y concienciado director Andrew Dominik se ha propuesto contarnos la verdad sobre aquella diosa eternamente desolada desde que era una criatura llamada Norma Jeane. Adapta la novela que escribió sobre ella Joyce Carol Oates. No la he leído todavía, pero su firma me inspira mucho respeto. El minucioso y experimentalista director necesita tres horas para retratar la permanente desgracia de esa mujer desquiciada. Y me siento noqueado y al borde del ataque de nervios ante persona tan neurótica, aunque existieran razones para ello. Durante tres cuartos del metraje observo a una mujer que llora y grita en cada secuencia. Y mi cabeza se transforma en un sonajero. Resulta que la putearon desde que nació de una madre loca y un padre que se largó, en el orfanato, en los despachos de los sórdidos productores que se la follaban a cambio de ofrecerle papeles, ante las cámaras que vendían una imagen que ella odiaba. No soportaba ser Marilyn Monroe. Ella solo quería interpretar en teatro a Chéjov, que respetaran su persona y admiraran su talento, no solo el público y sus compañeros, también sus maridos y amantes. Pero la leyenda del béisbol Joe DiMaggio no solo la llamaba puta, sino que también le soltaba hostias.
Y el gran intelectual Arthur Miller, ejerciendo de Pigmalión, tampoco alivió sus oscuridades. Y el obsceno y despiadado John Kennedy le exigía felaciones mientras negociaba al teléfono los problemas del universo. Y quería niños pero no paraba de abortar. Y sentía que nadie la quería por sí misma. Y trasegaba alcohol y pastillas todo el rato. Este mundo tan oscuro, deprimente y enloquecido está retratado con una estética que a veces me molesta y a veces me repele. El director utiliza alternativamente el blanco y negro y el color, cambia los formatos de la imagen, fotografía espermatozoides, hay una larga secuencia de un aborto filmado con la cámara situada en un presunto útero. Acabo harto de tanto grito y de tanto llanto. Compadezco los inacabables tormentos de ese ser humano, pero su compañía me abruma y me satura: no logran que me olvide de que esta persona tan dolorida y quejumbrosa también fue la más guapa, rica, deseada, poderosa, admirada y famosa. Hay suicidas a los que les fue peor en la vida. Y me cuentan opiniones que respeto que Ana de Armas está genial dando vida y muerte a la diva autodestructiva con la que el mundo no paró de ensañarse. Y admito que es una interpretación con todas las papeletas para recibir el Oscar.
Mi problema es que me aburre el personaje y también me crispa. La belleza de esta señora es evidente. Y su certidumbre de que ha encontrado el papel de su vida. Pero me cansa. O sea, que volveré a gozar urgentemente esa obra maestra cómica titulada Con faldas y a lo loco. O a regocijarme con el aire del metro levantando su falda en La tentación vive arriba. Así soy de insensible, prosaico y vulgar.
Blonde
Dirección: Andrew Dominik.
Intérpretes: Ana de Armas, Bobby Cannavale, Adrien Brody, Michael Masini, Caspar Phillipson.
Género: drama. EE UU, 2022.
Duración: 166 minutos.
Plataforma: Netflix.
Estreno el 28 de septiembre.
Babelia
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