Han Nefkens: “Colecciono experiencias y me gusta compartirlas”
El amante del arte y escritor holandés apoya desde su fundación en Barcelona la creación de los artistas que admira y la cede a los museos
Es fácil admirar la fortaleza de Han Nefkens. Nacido en Róterdam en 1954, estudió Ciencias de la Comunicación en Francia y en Estados Unidos, trabajó durante más de una década como corresponsal en Ciudad de México para, después, enfocarse en la escritura una vez descubrió que era seropositivo. Lo contó una novela semiautobiográfica, Tiempo prestado: Noticias de un país lejano (Alfabia, 2011), protagonizada por dos hermanos infectados con el virus del sida, que hizo estragos a fines de los años 80 y comienzos de los 90.
En él, parte de sus propias experiencias: en 2001, muchos años después de su contagio, Nefkens, que vivía en Barcelona, enfermó gravemente de una infección en el cerebro causada por el VIH, que le provocó afasia. Tuvo que aprender de nuevo a comer, a hablar, a leer y a caminar. Fue entonces cuando compró la primera obra de su colección, una videoinstalación de Pipilotti Rist.
Así nació un conjunto absolutamente personal que hoy suma más de 500 piezas, entre fotografías, vídeos, instalaciones y pinturas, de nombres como Jeff Wall, Roni Horn, Bill Viola, Shirin Neshat y Félix González-Torres. Poderosas, poéticas y ambiguas, tal como las definió Nefkens durante un reciente encuentro con EL PAÍS en su singular y bellísimo piso de la Ciudad Condal, esas piezas hablan de su buen gusto, así como de su sentido del riesgo.
A finales de los 2000, creó la fundación que lleva su nombre, que se dedica a la integración social y a la promoción del arte. “Parecería que en una trayectoria siempre hubiera una estrategia con pasos a seguir”, argumenta en español, “pero en mi caso no fue así: todo ha sido orgánico, y de una cosa pasé naturalmente a otra. En 1999 estaba en París, aún no había coleccionado nada, aunque me encantaba el arte e iba a museos. Todo cambió durante una visita a una exposición de Pipilotti Rist en el Musée d’Art Moderne. Las piezas se proyectaban por todos lados, de manera que el espectador formaba parte de la obra, sentía la humedad en su piel, olía el pasto, fluía con la música y se sumergía en la creación. Recuerdo que salí de allí diciendo: ‘Quiero formar parte de este mundo, y quiero compartir esta experiencia tan enriquecedora con otras personas’. La idea de coleccionar para tener obras no me interesa. Yo colecciono experiencias con formas muy diferentes y me gusta compartirlas”.
Su determinación trajo consigo un desafío. Pero él hizo los deberes. Buscó el consejo del exdirector del Ceentral Museum de Utrecht, Sjarel Ex, “una persona muy abierta”. “Fuimos a [la feria de] Art Basel y nos nutrimos de las diferencias entre nuestras sensibilidades estéticas. Y en las dos horas que pasamos allí, yo no recorrí mucho la feria, porque pasé ese tiempo encandilado con una obra de Pipilotti Rist. Casualmente, él me dijo: ‘Ven, que te quiero enseñar una pieza que realmente me interesa’. ¡Y me llevó a la obra de Pipilotti”. Ese trabajo fue en depositado al museo, y así comencé a coleccionar, siempre pensando en el espacio de un museo, no de una casa: podía comprar esculturas, instalaciones o series, porque en un museo se pueden mostrar. Luego, Sjarel fue nombrado director del Boijmans Van Beuningen de Róterdam, mi ciudad. Más fácil para seguir trabajando”.
En 2005, se embarcó un proyecto que consistía en seguir durante cinco años a distintos artistas. No les compraba obras ya existentes, sino incentivaba que produjeran nuevas. “Fui notando que muchos creadores precisaban de ayuda económica para poder realizar su trabajo. De ese modo me di cuenta de que producir es mucho más interesante que comprar una obra ya creada. ¿Por qué? Porque es una aventura que comienzas con el artista, que te transmite sus dudas y sus anhelos, porque lo vas siguiendo en el proceso, porque el resultado puede ser soprendente, y porque lo que estás diciendo es: ‘Adelante, viendo lo que has hecho, confío en ti”.
Así fue cómo se enfocó en su “primer amor”: el videoarte. Desde su fundación, colaboró con otras instituciones, desde Pekín, Dubái, Bruselas y Kuala Lumpur hasta las fundaciones Antoni Tàpies y Joan Miró, de Barcelona. “De la dinámica entre ellos, nosotros y las instituciones que participan del proceso surge un intercambio, hasta llegar a un acuerdo en el cual cada uno se brinda generosamente, piensa en lo mejor para el colectivo y abandona el ego, de manera que, al final, al artista se le da dinero y un plazo para crear y, luego, puede exhibir en instituciones de primer nivel”.
Pero ¿qué le llevó a a abandonar Holanda? “El hecho de que el país era muy pequeño y muy gris para mí, razón por la cual lo dejé a los 19 años”, contesta sonriendo este trotamundos decidió sentar la cabeza en Barcelona, la ciudad en la que tan cómodo se siente.
En un mundo invadido de imágenes, surge la pregunta: ¿qué tipo de videoarte lo conmueve hoy, en este 2022 tan convulso, en medio de la invasión rusa a Ucrania y tras una pandemia devastadora?. “Lo que tiene en común aquello que colecciono, sobre todo para satisfacer mi gusto más personal, es la calidad estética y, por decirlo de alguna manera, cierta fuerza contenida”, responde.
Su otra pasión ha sido y es la escritura. “Empecé a escribir en holandés”, recuerda, “pero llevo casi 50 años fuera de mi país y mis lectores son internacionales, por lo cual ahora lo hago en inglés, siempre con elementos autobiográficos y con algunas licencias literarias. A eso me dedico, es lo que hago. Es una necesidad. Porque escribiendo estoy explorando mis pensamientos, de manera que, para saber lo que pienso, debo escribir. Y aunque no me leyera nadie, escribiría para mí, al mismo ritmo lento, una vez cada dos semanas. Cuando tú has leído un libro que te gusta, quieres que tus amigos lo lean para compartir el sentimiento que has tenido. Eso es lo que me conmueve: conectarme con la gente”.
¿Y cómo será el futuro de la fundación cuando él no esté?: “Dado el alto grado de involucración personal que tengo, si bien habrá dinero para continuar con la tarea durante 10 o 15 años, creo que luego no se podrá. Entre tanto, hago esto, entre otras cosas, porque me da mucho placer. La vida de un escritor es muy solitaria. Y por otra parte, mi vida en particular, así como los problemas que he enfrentado, me han ayudado a relativizar el valor de las cosas y a revalorizar la ayuda hacia los demás. Porque, aparte, el saber que siempre he sido diferente me ha servido para actuar de un modo distinto al habitual”.
Babelia
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