Una novela de rock que no provoca rubor
El escritor David Mitchell viaja a la escena contracultural de finales de los sesenta a través de una banda imaginaria en la novela ‘Utopia Avenue’
Increíble pero cierto: una novela de rock que no provoca rubor. Para más inri, Utopia Avenue (Literatura Random House) es la última creación de David Mitchell, un autor inglés especializado, a grandes brochazos, en fantasía y terror. Ya sabemos que, en los territorios del rock, la realidad suele superar a la imaginación: el ataúd robado de la terminal de carga de un aeropuerto, para que el difunto (Gram Parsons) pueda ser incinerado en el desierto. El sansón (Jim Morrison) que abandona el rock para terminar en París, dónde se descubre que no tiene el aguante de la Generación Perdida. El guitarrista retirado (Peter Green) que amenaza con una escopeta a su contable por insistir en pagarle sus regalías.
En general, las ficciones de rock son desfiles de tópicos y arquetipos: el mánager chupón, la groupie con un plan secreto, el guitarrista preparando el vuelo en solitario, el teclista con complejo de superioridad, el camello disponible 24/7, el disquero implacable.
Debo advertir que estas criaturas no aparecen en Utopia Avenue, que narra la conformación del grupo del mismo nombre, en el explosivo Londres de 1967-1968. Cuatro músicos de muy variados antecedentes: una cantante folk que también domina los teclados, incluyendo el voluminoso órgano Hammond; un baterista educado en el jazz; un bajista-cantante con capacidad para componer temas de éxito; un guitarrista de psicodélica imaginación que puede sufrir de esquizofrenia… o pertenecer al metauniverso ya esbozado en anteriores obras de Mitchell.
¿Creemos en los cuentos de hadas? Ya con cierta experiencia profesional, los cuatro protagonistas no se sorprenden cuando ―de la noche a la mañana― ven resuelta su logística, sus alojamientos y el mítico contrato de grabación. Superan la furiosa hostilidad de unos adultos marcados por la Segunda Guerra Mundial y tienen la buena fortuna de grabar sin traumas y encontrar el camino expedito para girar por la tierra prometida, es decir, Estados Unidos. Son la segunda, la tercera ola de la llamada British Invasion: ya no se revelan como unos palurdos respecto a la comida o la televisión estadounidenses, pueden dar conciertos de una hora, toman precauciones respecto a las drogas (por lo menos, antes de salir al escenario).
Muy hábilmente, David Mitchell pasea a sus criaturas por los nodos del rock contracultural, del Chelsea Hotel neoyorquino a la casa de los Grateful Dead, pasando por Laurel Canyon. Lo que justifica breves encuentros con Bowie, Marc Bolan, Janis Joplin, Gene Clark, Leonard Cohen, Zappa. Por no hablar de una alucinante velada en el Soho con Francis Bacon y sus amigos pintores.
Ahora, la pregunta del millón de dólares: ¿resulta creíble lo que se nos narra en Utopia Avenue? Hmmm: ya creo haber sugerido que todo les resulta demasiado fácil. Aparte de un intento de extorsión policial en Italia, no sufren zancadillas. Los parlamentos de los músicos parecen adelantarse a la actual sensibilidad woke: ni el feminismo ni el marxismo eran temas conversación habituales en el mundillo musical de 1967-1968.
En contrapartida, Mitchell se ha esforzado en la ambientación y hasta describe minuciosamente, letras incluidas, el repertorio del grupo. La trayectoria de Utopia Avenue se cierra bruscamente, pero ahora vivimos en la era de los milagros tecnológicos: el tercer LP del grupo, que se creía irremediablemente perdido, revive. También el happy end es una rareza en el páramo de la ficción rock.
Babelia
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