Drogas y música
Nadie hubiera dudado de la absoluta inocencia de Karina cuando cantaba la versión castellana de la canción Puff, el dragón mágico. Y, sin embargo, estaba promocionando uno de los primeros temas que en los años 60 hacía referencia a la droga, para los círculos de iniciados. La verdad, simplemente, era que a su director artístico le había gustado esa canción interpretada por Peter, Paul y Mary en su LP titulado Moving. Desde entonces, hasta el atrevimiento de colocar en una factura los gastos por consumición de marihuana, todo ha podido ocurrir en la música ligera española, pero desde luego, mucho menos que en el ámbito internacional, sobre todo, Inglaterra y Estados Unidos.Si la violencia y el sexo marcaron el nacimiento del rock and roll a mediados de los 50, la nueva música de mediados de los 60 hacía de la droga, aunque también del sexo, una especie de bandera de su rebelión contra lo establecido. Y si el sexo de los 50 llegaba sólo hasta la aceptación social de las relaciones aparte del matrimonio, en la siguiente generación musical se usaba de la ambigüedad sexual o claramente de la bisexualidad, para chocar a la sociedad y para promocionar, por tanto, el producto.
La droga, sin embargo, había llegado mucho antes al ambiente de los músicos, heredada del habitual consumo que hacían los intérpretes del rythm and blues, a quienes, a su vez, les llegó por los bluesmen y jazzmen. Exceptuando algunas de las impolutas grandes orquestas blancas de los años 40, son pocos los músicos de jazz que no echaron mano, alguna vez en su vida de las «drogas suaves» o «drogas duras», ya sea para resistir en difíciles condiciones de trabajo, o simplemente incitados por las posibilidades creadoras que pudieran aportar a su sentido de la improvisación. No hay que olvidar que en los comienzos, el jazz es encerrado en burdeles y clubs barriobajeros. Si es imposible decir que la droga sirviera para expandir el mundo musical de muchos de los grandes creadores, sí hay que echarle la pérdida de grandes nombres en la historia del jazz, y, sobre todo, de dos figuras fundamentales: Charlie Parker y Billie Hollyday.
Paralelo
Resulta muy curioso el paralelo, pero con unos años de diferencia, dos figuras igualmente significativas para el rock iban a desaparecer en circunstancias similares: Jimi Hendrix y Janis Joplin. La lista, por supuesto, se puede ampliar con extraordinaria facilidad. Y con añadir a Jim Morrison ya bastaría para comprender con cuánto estupor hay que pronunciar la palabra droga ante quien ame profundamente el rock y lo que éste significa.
Dos han sido los caminos de penetración de la droga en el mundo de la música de los jóvenes de las dos últimas décadas. Por un lado, los músicos negros, procedentes de los terrenos musicales que hemos citado. Las minorías negras han sido un fácil campo para los pushers, al igual que es posible advertir en nuestra población gitana una más alta proporción de consumo y en nuestro querido flamenco una larga tradición, que antes de ellos se inicia en los árabes músicos y poetas de la vieja Al Andalus. Tampoco en el flamenco es posible demostrar de ninguna manera que el consumo de cualquiera de las variedades de estos productos produzca el efecto de un aumento de la capacidad de comunicación del creador, como no sea en uno de los extremos de esta línea, el del cantaor, pero no en el del escucha.
El otro camino proviene de los intentos, las experiencias buscadas por los intelectuales americanos Timothy Leary y Allen Gingsberg y difundidos con motivo del lanzamiento mundial del flower power y otros movimientos similares, en una época en que Estados Unidos había perdido la primacía creadora en el mundo de la música ligera e intentaba recuperarla buscando nuevos horizontes en California. En realidad, los jóvenes buscaban un nuevo mundo, porque estaban llegando a extremos absolutamente excesivos la intransigencia de la sociedad en el poder, al imponer una guerra despiadada en el Vietnam, un control de los medios informativos, una violencia racial nunca vista y hasta una censura docente en universidades y colegios.
Radicalización
El caldo de cultivo fue ideal, y la pretendida radicalización política de algunos líderes universitarios fue ahogada por la gran sociedad norteamericana. El único camino libre fue el de una evasión-búsqueda que sólo se encontraba a través de la droga. En principio, la falta de información hizo que a la música ligera pasaran todo tipo de comerciantes, tanto de productos alucinógenos caseros, como de psicotrópicos importados, o de fármacos ligeramente sofisticados. La entrada en reducidos círculos de iniciados era un aliciente. El sentimiento de formar parte de una amplia hermandad comunitaria, otro. Y la sistemática negociación de posibles consecuencias negativas, como la conversión en adeptos, la definitiva. A mediados de los 60 fue la euforia total, y luego los guiños musicales: Lucy in the Sky with Diamonds (Beatles) (lsd), Eight miles high (Byrds), Cocaine (Lou Reed) y decenas y decenas de canciones difundidas abiertamente, pero con un mensaje underground. Llegó a definirse como todo un estilo el acid rock, lanzado desde San Francisco, y cuya música pretendía evocar la distorsión de imágenes producidas por el lsd.
Posteriormente, la continuada muerte de los ídolos y el control más acentuado de los músicos rock, dieron un frenazo al consumo internacional, pero lo cierto es que hoy día se han apartado algo más los términos música-droga, porque esta última se ha inmerso en la sociedad, superando totalmente los márgenes del rock, y siendo uno de los claros síntomas de que, como tal música, el rock ha perdido bastante de su contenido de brusca ruptura con la sociedad que le rodea, produciendo una esterilización creadora similar a la de finales de los 50, que produjeron limpios ídolos del pop para el consumo. La desesperada lucha de la industria por incrementar sus ganancias la ha llevado a usar de todos los medios, y los ejecutivos de grandes compañías han llegado a caer en su propia trampa, acusados de lo que tanto reprocharon, aprovechándose.
La última víctima está reciente. La pasada semana llegó la noticia de la muerte por sobredosis de heroína de Keith Relf, antiguo miembro de los Yarbirds.
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