Cómic ‘underground’ para días de pandemia
Llegan a España ‘Dog Biscuits’, mezcla de dibujos ácidos con realismo contracultural, y ‘Mi tabla de súplicas’, un trabajo más íntimo que cuenta la relación entre la autora y su hija en tiempos de covid
En un artículo publicado en EL PAÍS en 1988 dentro del coleccionable Cómics. Clásicos y modernos, el reputado especialista en cultura popular estadounidense Javier Coma (1939-2017) señala que dentro del género, nos referimos al underground como “publicaciones de carácter marginal” que “abjuraban de las reglas estéticas más o menos aceptadas y, sobre todo, de las normas sociales”. El texto de Coma, que dirigió la colección, tenía por título Las flores de San Francisco, y situaba como epicentro de la movida underground a la ciudad californiana en la década de 1960 en pleno apogeo del movimiento hippy, con un cabecilla de ese estilo provocador en trazo y guion: Robert Crumb.
La editorial Fulgencio Pimentel en colaboración con La Casa Encendida publica Dog Biscuits, que remite a esa mezcla de dibujos ácidos con realismo contracultural. La ilustradora Alex Graham (Denver, 1987), sitúa la acción, un triángulo amoroso, en una tienda de galletas para perros en pleno confinamiento por la pandemia del coronavirus, a través de tres personajes: Gussy, el dueño viejoven a punto de cumplir 50 años, caracterizado como un perro; Rosie, dependienta veinteañera abierta a experiencias después de dejar atrás un hogar trumpista, como una coneja; y Hissy, su compañero de piso y activista en movimientos como Black Lives Matter, caracterizado como una rana. Graham, que responde por correo electrónico apunta sobre su forma de trabajar: “Estoy muy influenciada por el estilo de Crumb. También por todos los dibujos animados de Nickelodeon (canal de televisión juvenil) que veía de niña. Y literariamente por Kurt Vonnegut, que fue mi primer héroe literario y me hizo querer convertirme en novelista”. Graham escribe desde la ciudad de Seattle, donde vive y está situada Dog Biscuits.
El cómic, que supera las 400 páginas con brillante traducción de Joana Carro y César Sánchez, es agudo y provocador. La vida de los personajes está atravesada por el deseo sexual, las drogas, la violencia policial y la obligatoriedad de permanecer encerrados en casa, salvo comercios imprescindibles. “Justo antes de decidirme a empezar a dibujar estaba leyendo Factotum, de Bukowski. Me encontré con un párrafo donde el protagonista empieza a trabajar en una fábrica de galletas para perros. Fue en ese momento cuando decidí empezar a dibujar, y la primera viñeta era una tienda de galletas para perros. No tenía ni idea de lo que vendría después. Las primeras páginas son completamente improvisadas, seguía los acontecimientos, porque parecía que cada día ocurría algo nuevo y quería que fuera extremadamente instantáneo”.
Graham publicó sus viñetas en Instagram, a modo de webcómic, a un ritmo de tres publicaciones diarias. Tuvo eco en la red y el flujo de visitas y comentarios llegó desde distintos lugares del mundo, en un momento en que mucha gente también estaba encerrada por la pandemia. “Los tres personajes principales son facetas de mí. Rosie soy yo en mis primeros 20 años, Gussy soy yo un poco mayor, más amargada y preocupada por la trayectoria de mi vida, y Hissy es mi arrogancia y soberbia”. A los tres personajes principales añade una trama de abusos policiales: “El diseño de los policías se basa en algo que inventé hace años y que desenterré para Dog Biscuits. No me di cuenta de que los policías parecían culos y testículos, la gente empezó a señalarlo en Instagram y me pareció apropiado. Los oficiales con cara de cerdo sí, fue a propósito por razones obvias”, señala. El cómic underground con tintes antiautoritarios despuntó en nuestro país de la mano de dibujantes como Mariscal, Ceesepe, Gallardo, Max o Nazario, entre otros, y tuvo en publicaciones como El Víbora (1979) una de sus cabeceras de referencia. En Estados Unidos la explosión fue una década antes, pero el impacto de ilustradores como Crumb o Gilbert Shelton, fue considerable en el desarrollo del cómic más irreverente.
También en blanco y negro, desde esa perspectiva que señalaba Coma de renegar de las “reglas estéticas aceptadas”, la editorial Alpha Cómic ha publicado Mi tabla de súplicas, de la ilustradora estadounidense Keiler Roberts (Milwaukee, 1980), con traducción de Alberto Gª Marcos. Un trabajo más íntimo, que cuenta la relación entre la autora y su hija en los días de pandemia. A través de viñetas de trazo claro se va desgranando una mirada alrededor de lo cotidiano, de conversaciones imaginarias y de pensamientos sobre la crianza y los amigos en tiempos de incertidumbre. Roberts utiliza una atmósfera más indie y menos punk que la de Graham, y sitúa el acento en silencios y pensamientos. “El cómic habla de la relación con nuestras hijas en una época de pandemia que parece habernos encerrado en un viaje interior con nuestro día a día”, señala Roberts también por correo electrónico, en una conversación de ida y vuelta, y añade en relación a su punto de vista: “En las historias y en la vida, la gente suele priorizar la acción, el diálogo, los cambios, y las emociones fuertes. Yo opto por creer que los momentos de quietud, de inacción, incluso sin ningún significado, tienen valor”.
En esa ambiente de “quietud” que plantea Roberts en Mi tabla de súplicas y en la acción acelerada de Dog Biscuits la música es un elemento transversal muy presente. Para Alex Graham, por cuyo libro desfilan músicos como T-Rex, The Rolling Stones o Herbie Hancock, su inclusión es casi una declaración de intenciones: “Amo la música más que cualquier otra disciplina artística. Fantaseo constantemente con ser música, no tengo talento pero estoy obsesionada con el rock n’ roll”. Para Keiler Roberts la música fue una salvaguarda existencial: “Cuando empezaron los cierres por la pandemia en Estados Unidos, solo a los trabajadores esenciales se les permitió ir a sus puestos de trabajo. Ningún tipo de artista es un trabajador esencial, pero el arte es lo que hizo que ese tiempo fuera soportable e incluso agradable para muchas personas”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.