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Dos siglos de cómics: un arte que nació para narrar los fracasos amorosos y que acabó contando el mundo

Caixaforum dedica una exposición en Madrid al origen y la evolución de los tebeos en la sociedad occidental, desde Príncipe Valiente o Betty Boop hasta las novelas gráficas más recientes

Una visitante recorre el espacio dedicado a Astérix y Obélix en la muestra.
Una visitante recorre el espacio dedicado a Astérix y Obélix en la muestra.Luis Sevillano
Tommaso Koch

En el fondo, es la misma historia. Y sin embargo, a la vez, cambia todo. Porque el arranque es un folio blanco, con unas cuantas palabras. Ahí se lee: “Exterior mañana. Jaime en el campamento entrenando con Campeón”. En el segundo papel, que se expone justo al lado, la frase empieza a tomar vida: un hombre esbozado propina un puñetazo a otro, dentro de una viñeta. En una tercera versión, más abajo, los dos tipos ya tienen silueta, colores y detalles. Se descubre que ambos pelean a pecho desnudo. Y que, de fondo, dos militares los observan y charlan. Palabras e imágenes, aliadas para narrar. A esa magia, que realizó Jaime Martín en 2016 para una página de Jamás tendré 20 años, se la llama cómic. Y miles de creadores repiten el hechizo cada día, desde hace dos siglos, en todo el mundo. Ahora, hasta el 28 de agosto, más de 300 páginas originales cuelgan de las paredes del Caixaforum de Madrid para resumir el origen y evolución del tebeo occidental. Aunque, en realidad, la muestra contiene muchas más historias: hay una en cada viñeta.

Por ejemplo, la de Rodolphe Töpffer. Varios expertos —y la exposición— le atribuyen a este profesor suizo el honor de haber inventado el cómic, en 1837, para entretener a sus alumnos. Pintor y escritor, intentó amenizar la vida de los niños de un internado con Los amores del señor Vieux Bois. Retrató con lápiz el fracaso de un hombre enamorado, pero repetidamente derrotado. Aunque, en realidad, terminó por dibujar el comienzo de un éxito. Personal, porque recibió reconocimiento y elogios. Pero, sobre todo, fundacional: Cómic. Sueños e historia, comisariada por el experto y coleccionista Bernard Mahé, sigue el avance de los tebeos desde entonces hasta convertirse en el llamado noveno arte.

Un camino largo que se desliza por una decena de salas y, seguramente, por la memoria de más de un asistente. “Mi amigo Manolo los tenía todos”, suspira un visitante de unos 60 años ante una enorme lámina de Príncipe Valiente, creado por Harold Foster en 1937. Al espadachín le acompañan, muy de cerca, iconos como Betty Boop, Popeye o Mandrake. En una página, el inspector Dick Tracy afronta el caso de un extraño barco. Unos metros más allá, el Pato Donald se sube a unos patines para robar una manzana y acabar, sin embargo, precipitándose por una alcantarilla. Una galería de mitos de los años treinta que todavía lo son hoy, tanto que muchos sellos los rescatan. Entonces en blanco y negro, ahora en color. Y todos, además, con puntos de partida parecidos: “Narración secuencial”, resume la muestra. Es decir, tiras periódicas en revistas, prensa, publicaciones infantiles o libelos satíricos. Tanto que, casi siempre, la última página terminaba con un anuncio: “La semana próxima…”.

Obra realizada por Paco Roca para la exposición.
Obra realizada por Paco Roca para la exposición. Zipi (EFE)

A fuerza de entregas, el tebeo ha ido sumando casi dos siglos de vida. Y cada vez más lectores se han rendido a sus encantos. Adentró a los europeos en la jungla que apenas conocían con Tarzán, o ayudó a los migrantes de EE UU a acercarse al inglés a principios de 1900. Permitió olvidar un rato el trauma de la Segunda Guerra Mundial para seguir a Tintín, de Hergé, en sus descubrimientos. O sumó miles de lanzas a la resistencia de Astérix y Obélix, ideados por Albert Uderzo y René Goscinny: tanto que, décadas después, su última historia, Tras la huella del grifo, fue el tebeo más vendido en España en 2021.

Seguir la epopeya del cómic, en realidad, sirve también para trazar la de la sociedad occidental. Era 1896 cuando Richard Felton Outcault dibujó a un chiquillo desdentado que gritaba a través de unos bocadillos: pero todavía hoy, por sus chillidos y el color de su camisón, se habla de “prensa amarillista”. Cuatro décadas más tarde, Superman —creado por Jerry Siegel y Joe Shuster— apareció para rescatar a los estadounidenses de la Gran Depresión. Y triunfó tanto que la sed de héroes tuvo que ser saciada con Batman, Wonder Woman o Capitán América. Quizás algún visitante especialmente joven descubra aquí que sus ídolos cinematográficos no nacieron en la pantalla, sino sobre un papel blanco.

A la vez, las viñetas de Cómic. Sueños e historia cuentan también lo que no muestran. Durante décadas apenas hay firmas femeninas, y demasiadas veces se retrató a chicas salvadas por algún héroe o empeñadas en seducirlo. Todavía sucede, alguna vez, pero ahí están —en la muestra y en la vida— creadoras como Laura Pérez Vernetti, Ana Galvañ o María Medem, para que el tebeo ya no dibuje nunca más solo la versión de una mitad del mundo.

En dos siglos de cómics también caben debates sobre la propiedad de los personajes, entre los robos que denuncia desde hace años Alan Moore o la pelea en los tribunales de Isabelle Franquin, hija de André, creador de Gastón Lagaffe. Si el personaje tendrá nuevas aventuras, como quiere la editorial Dupuis en contra de su heredera, debe decidirlo un juez: mientras, en la exposición puede verse alguna de las antiguas.

Decenas de portadas de la revista 'Tintín', en la exposición.
Decenas de portadas de la revista 'Tintín', en la exposición. Luis Sevillano

Entre tantos villanos, los creadores también han lidiado con la censura, como le sucedió alguna vez al español Capitán Trueno: al régimen le preocupaba que el caballero andante caminara demasiado lejos de los valores familiares y de su amor eterno. Aunque, a la vez, el fin del franquismo impulsó en España una revolución en el tebeo: Paracuellos, de Carlos Giménez, Makoki, de Miguel Gallardo, y revistas como El Víbora mostraron a los ciudadanos que otro relato era posible. El tebeo, al fin y al cabo, habla a las masas y a los nichos.

Hoy, la mitad de las ventas en España proceden del manga —su reciente producción occidental, por cierto, no aparece en la muestra—, pero autores como Charles Burns o Chris Ware siguen reivindicando los márgenes. La exposición recuerda revistas como Raw o Alter alter, y creadores tan decisivos como Andrea Pazienza, Moebius o Will Eisner, considerado el inventor del concepto de novela gráfica. Porque, poco a poco, el tebeo fue dejando atrás las entregas para ganarse sus propios libros. Y el derecho a hablar de todo: donde un día hubo sobre todo escapismo, en 1975 la artista transexual Jeffrey Catherine Jones retrató a una mujer que debatía sobre la evolución con una almeja. Y Daniel Clowes se dibujó en 1992 colgando de una horca.

Al fin y al cabo, ya desde sus inicios, el cómic mostraba sus ganas de trascender las reglas. En 1940 Fran Godwin rompía en Connie el esquema más habitual y uniforme de viñetas: si una secuencia merecía un tamaño mayor, o distinto, que así fuera. Y la página con la que Milton Caniff inauguró en 1947 su nueva serie, Steve Canyon, mereció hasta un análisis semiótico de Umberto Eco, que la consideró ejemplar en el uso del fuera de campo o la gestión de las expectativas. He aquí uno de los primeros ladrillos que construyeron la dignidad y reputación del cómic, hoy casi universalmente reconocida. Todavía existen, eso sí, lectores que cuestionan incluso estos fundamentos. Tal vez una visita a la exposición pueda desdibujar sus prejuicios.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.

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