Adele vuelve a escena cinco años después en un concierto ante un público entregado
La cantante británica juega en casa en el Hyde Park londinense con un recital en el que confirma por qué es la más cotizada
Un suspiro de alivio inundó el parque londinense de Hyde Park este fin de semana. Tras cinco años sin enfrentarse a una audiencia de pago, con un exilio voluntario de la feroz apisonadora del show business y con el cuarto disco bajo el brazo, Adele se subía de nuevo a un escenario. Y lo hacía a lo grande, con dos citas ante 65.000 personas cada una que habían agotado desde hacía meses las entradas para una de las citas más esperadas del festival BST (British Summer Time).
De ahí que cuando los acordes iniciales de Hello, de su álbum anterior, abrieron su actuación del sábado, la letra no pudiese resultar más oportuna: “Hola, soy yo, me preguntaba si tras todos estos años te gustaría que nos encontrásemos”. Era un reconocimiento tácito, ante sus fans, de las sombras que han planeado sobre su trayectoria en el último lustro, desde su evanescencia de la vida pública, hasta sus sonoras cancelaciones de última hora, como la de su esperadísima serie de conciertos en Las Vegas en enero.
Su reaparición era, en consecuencia, una cuestión casi de supervivencia, de demostrar por qué es una de las artistas más cotizadas y, sobre todo, de callar muchas bocas que cuestionaban su dedicación. Con exquisita puntualidad británica, la primera declaración de principios fue estética, con el glamour que define su imagen pública: vestido negro con brillantes, peinado a lo Gilda (dijo llevar el pelo suelto en sintonía con la celebración del Orgullo ayer, sábado, en Londres) y joyas cuyo valor podrían equivaler al PIB de más de un país.
Acompañada de tres coristas y media docena de músicos no necesitaba más. Pero es que, además, Adele jugaba en casa. Si sus entusiastas tienden a mostrar siempre una empatía especial con las cuitas de la estrella, en parte por esa extraordinaria capacidad para que se identifiquen con ella y con sus infortunios, Hyde Park es su jardín particular. “Ha sido un absoluto placer estar aquí, con una hinchada local, no hay nada como Londres en verano”, declaró a una masa completamente entregada a los requiebros de su musa.
La Reina de Corazones, como la bautizó la prensa inglesa, contó que había asistido a incontables conciertos en el parque londinense y reveló su colosal consumo de alcohol en muchos de ellos. Su descripción fue al más puro estilo Adele, aderezada con improperios, un sello personal que no hizo más que aumentar la devoción de un público que quiere seguir creyendo que, bajo la fachada de gran diva de la música, pervive la chica de Tottenham, uno de los barrios más humildes de la capital.
Adele lo sabe, y cumple: su manera de cantar roza la perfección técnica, y ni siquiera la abrumadora emoción que la embriagó en ocasiones traicionó el poderío de su voz, pero, acabada cada canción, se transforma inmediatamente en la amiga deslenguada y procaz que todo fan ansía en su vida. Ella es consciente de que la concurrencia tiene tanto interés en su música, como en su cotorreo, y no desperdicia la ocasión de probar que, pese a vivir desde hace años en una de las zonas más exclusivas de Los Ángeles, ni ha perdido su marcado acento del norte de Londres, ni su capacidad de mostrarse sorprendida por estar en un escenario ante decenas de miles de personas.
“Gracias por ser tan pacientes conmigo”, declaró, en referencia a la polémica de sus cancelaciones, a las que aludiría varias veces durante la hora y 50 minutos de un evento en el que no escatimó esfuerzos por agradar. “¿Hay alguien de cumpleaños?”, “¿alguna ocasión especial?”, “¿alguien ha tenido resultados de exámenes?”, cualquier excusa para conectar con la muchedumbre era válida, demostrando ser un animal del espectáculo que, pese a su confeso miedo escénico, consigue desplegar una insólita espontaneidad, como la que la llevó, en plena interpretación de All I Ask, a exhortar al operativo de seguridad, para que interviniese entre el público: “¿Podéis ir ahí a ayudar a esa gente, por favor?”.
Y es que hay dos Adele, la cantante y la intérprete. Sus letras hablan de corazones rotos, de rupturas no superadas y de sentirse abrumada por el caos que puede ser la vida, pero también se ríe de sí misma, y actúa como si fuese mucho mayor de sus 34 años, pidiendo incluso ayuda para levantarse al pianista que la acompañó en algunos de los momentos más emotivos de la noche. Entre los cinco primeros tiene que figurar Easy On Me, de su último disco, 30, considerada la canción de su divorcio, consumado en 2021 e, inevitablemente, nueva fuente de inspiración para una artista que ha hecho del desamor una máquina de billetes.
Las grandes pantallas que flanqueaban el escenario revelaron en su rostro la herida aún abierta, especialmente al entonar, en referencia a su exmarido y a su hijo, de nueve años, “no puedes negar cuánto lo he intentado, cambié quien era para poneros a vosotros primero, pero ahora abandono”. Similar temblor sentimental llegó con otro de sus clásicos, Someone Like You, del que admitió que la había “reducido a lágrimas” la noche anterior y que volvió a hacerlo en la del sábado, especialmente cuando dejó que las 65.000 gargantas presentes le hiciesen los coros.
El repertorio de la velada tocó los diferentes estilos con los que ha experimentado en sus cuatro álbumes, dentro de la consistencia de la marca Adele, pero tuvo la obvia astucia de reservar los platos fuertes para la traca final. El arrollador Set Fire To The Rain, acompañado de lluvia de verdad por cortesía del tiempo londinense; el confeti para el apoteósico Rolling In the Deep y el extra de complicidad que le generó aparecer con la bandera del arcoíris, símbolo del Orgullo, para When We Were Young, galvanizaron a la multitud; mientras el broche de oro, Love Is A Game, supuso el anticipo del tinte clásico que prevé conferir a su esperada residencia en Las Vegas. Porque tras su suspiro de alivio en casa, Adele parece preparada para volver a conquistar el mundo.
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