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Joaquín Sorolla y Esteban Vicente: cómo convertir la pasión por los jardines en luz para su arte

Una de las exposiciones del verano confronta a dos artistas que no se conocieron pero compartían su gusto por la vegetación como fuente inspiradora

Una visitante contempla el óleo 'El jardín de la Casa Sorolla' (1918-1919), una de las obras de la exposición.
Una visitante contempla el óleo 'El jardín de la Casa Sorolla' (1918-1919), una de las obras de la exposición.Vicente Tanarro

Cuando Claude Monet (1840-1926) estaba en sus últimos años de vida, confesó que se había convertido en artista gracias a las flores. Jardinero y horticultor entregado, los cuadros de paisajes del gran pope del impresionismo son un ejemplo de experimentación que después serviría de inspiración para los demás impresionistas, los posimpresionistas y las vanguardistas de principios del siglo XX. En jardines salvajes o perfectamente delineados se metieron, literalmente, Paul Klee, Emil Nolde, Gustav Klimt, Vassily Kandinsky o Henri Matisse.

En España hubo una pequeña pero espectacular lista de nombres que asombraron al mundo a ambos lados del Atlántico. Fueron Joaquín Sorolla, Esteban Vicente, Joaquín Mir y Santiago Rusiñol. Los dos primeros, Sorolla y Vicente, un impresionista y un expresionista abstracto, protagonizan A la luz del jardín, una de las grandes exposiciones del verano, en la que puede verse cómo dos artistas que no llegaron a conocerse compartieron una misma manera de desentrañar la luz entre el verdor de sus paisajes particulares. La muestra se abre al público este viernes en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia, con entrada gratuita, y permanecerá abierta hasta el 2 de octubre. En Nueva York, la ciudad en la que Vicente consiguió el reconocimiento y el éxito internacional, se celebrará una exposición similar en el Parrish Art Museum, del 7 de agosto al 16 de octubre.

La comisaria de la exposición, Ana Doldán, durante la presentación de la exposición 'A la luz del jardín'.
La comisaria de la exposición, Ana Doldán, durante la presentación de la exposición 'A la luz del jardín'.VICENTE TANARRO

La directora conservadora del museo segoviano, Ana Doldán de Cáceres, es también la comisaria de una exposición ideada en 2019, pero que, como tantas cosas, se vio aplazada por la pandemia. Ella asegura que nada ha mermado el proyecto original y las 80 obras que cuelgan en las salas arman un concepto expositivo con el que se describe cómo ambos, con diferentes formas de expresión, indagaron en los mismos escenarios (los jardines) para extraer luz con la que retar al tiempo. El grueso de los cuadros procede del propio museo, depositario del legado del artista que por su actividad republicana se marchó de España en 1939. Instalado en Nueva York, obtuvo en 1940 la nacionalidad estadounidense. El museo ha completado el discurso con numerosos préstamos de colecciones públicas y privadas y ha tenido la colaboración especial del Museo Sorolla, de Madrid, que ha prestado las siete obras de jardines que sirven de eje central de la exposición y para las que se ha creado un montaje diferencial, jugando con diferentes tonos de rosa.

Aunque eran muchos los pintores que disfrutaban experimentando en sus propios jardines, no todos se arañaban las manos arrancando malas hierbas o abriendo huecos para depositar las semillas. De Monet se cuenta que sabía todo sobre la jardinería y que sus instrucciones llegaron a ser seguidas por nada menos que seis jardineros. Sorolla, muy exitoso y ocupado, compró en 1905 el solar del paseo del General Martínez Campos de Madrid donde construyó su casa, su estudio y un espectacular jardín que se creó siguiendo las indicaciones estrictas de él. Debido a sus múltiples viajes, muchas veces enviaba las indicaciones por escrito a su esposa, Clotilde García del Castillo, también amante devota de un jardín dividido en tres espacios y con un patio andaluz al estilo neoespañol.

Los cuadros de Sorolla que acompañan a los de Esteban Vicente fueron pintados durante el último período de su vida. “Sorolla hizo del jardín”, afirma la comisaria, “una obra de arte en sí misma. Arte y Naturaleza se funden en su particular paraíso, un lugar de inspiración que empezó a plantar en 1911 y que desde 1916 no dejó de pintar. Tanto como temática única y principal o como escenario ante el que posaban sus personajes retratados”. Los siete lienzos que aquí se exponen están fechados entre 1916 y 1919.

Una visitante contempla uno de los cuadros de Esteban Vicente en la exposición.
Una visitante contempla uno de los cuadros de Esteban Vicente en la exposición.Vicente Tanarro

Las rosas, lirios, alhelíes, calas, adelfas y geranios de todos los colores aparecen en sus óleos, reconocibles entre grandes masas de color o como protagonistas en forma de lilo, lirio o pensamiento. “Le interesa el color, la luz y la atmósfera”, señala Doldán. “Se advierte un cierto camino hacia la abstracción. Son cuadros realizados en una sola sesión. Sentado en el jardín, obligado por la enfermedad, a veces remataba el trabajo en menos de dos horas”.

Cuando Sorolla fallece, en 1923, Esteban Vicente tenía 20 años y había dejado su Turégano (Segovia) natal. En París conectó con las vanguardias europeas y con Matisse. Después de la guerra, cuando él colabora pintando camuflajes para los republicanos, acaba instalándose en Estados Unidos y volviendo plenamente a la pintura.

La pasión de Vicente por los jardines le venía de muy niño. El éxito obtenido al cosechar alpiste en un tiesto, le llevó a lanzarse al cultivo de las rosas. Entre los recuerdos más gratificantes de su vida señalaba cómo vio crecer una rosa sembrada por él y descubrir las espinas de sus hojas. A partir de entonces, en cuanto disponía de un poco de tierra, cavaba un hoyo y sembraba sus plantas.

Su gran obra paisajística llegó cuando pudo crear su propio jardín. Ocurrió en 1961, de la mano de su tercera esposa, Harriet Godfried, con la que compró una granja de estilo colonial y 8.000 metros cuadrados en Bridgehampton, en Long Island. La comisaria cuenta que ese jardín se convirtió en campo de color “porque la naturaleza era fuente indispensable para Vicente, una experiencia sensorial que rescató en sus pinturas para darle un sentido de sosiego y armonía mística a sus pinturas. La mirada del artista se centra en el jardín, en unas masas de color fruto de la infinidad de plantas que plantaba en un mismo espacio de un mismo tono. Son campos de amarillos, blancos, malvas o fucsia que traslada a sus pinturas”.

Doldán recuerda que Vicente no pintaba al aire libre como los impresionistas. Lo hacía en el granero que utilizaba como estudio, alternando la pistola difusora de color y, a veces, los pinceles. El jardín fue cuidado y mimado hasta en sus detalles más nimios hasta el último momento. A su muerte, el 10 de enero de 2001, poco antes de cumplir 98 años, el cuidado quedó en manos de su esposa. A la muerte de ella, ambos hicieron un último viaje hasta el jardín de su museo segoviano, donde descansan sus restos. Alrededor de un monolito se agolpan flores que quieren resucitar lo que fue el jardín de Bridgehampton.

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