Fortuny, Sorolla, Masriera y otros pintores fascinados por Oriente
El Museo Diocesano de Barcelona expone 40 obras de 17 artistas que idealizaron el exotismo y la vida de la sociedad árabe en el siglo XIX y comienzos del XX
Siempre se ha asimilado a Oriente con lo exótico y fantástico; un mundo en el que la vida discurre de forma lenta, placentera y casi onírica. Unos países que han fascinado e inspirado a muchos artistas de todos los tiempos, aunque no será hasta el siglo XIX cuando el orientalismo encontró su mayor esplendor. Y lo hizo de la mano de pintores como los franceses Jean-Auguste-Dominique Ingres, Eugène Fromentin, Jean-Léon Gérôme y, sobre todo, Eugène Delacroix. Y españoles como Marià Fortuny, Joaquín Sorolla, Antonio Maria Fabrés i Costa, Lluís Masriera, Joaquín Agrasot, José Benlliure y Antonio Sánchez Barbudo. De casi todos de los últimos se nutre la exposición Viaje a Oriente, en la que se ha reunido, en el Museo Diocesano de Barcelona y en la sala Capitular de la catedral de Barcelona (hasta el 22 de mayo), una cuarentena de obras que reflexionan sobre cómo se ve al otro; el Oriente imaginado, pero también el vivido, con ejemplos como los del padre Bonaventura Ubach, el monje biblista benedictino que realizó varios viajes y expediciones por las orillas del Tigris y el Éufrates que quedaron reflejados en miles de fotografías y en los diarios que escribió, con frases tan elocuentes como: “He visto el Sinaí. Solo me queda ver el Paraíso”.
“La mirada occidental a Oriente es siempre una mirada al otro, vinculada a la fabulación”, explica el comisario de la muestra Óscar Carrascosa que ha reunido obras de colecciones privadas, como la Fundación Pedrera Martínez de Origuela (Alicante) que presta el 90% de las pinturas y museos como el de Montserrat, la Fundación Fran Daurel, además de fondos del propio Museo Diocesano.
Las exposiciones son oportunidades únicas. En esta lo es ver este montón de obras inspiradas por lo oriental, que rezuman embriagadoras fragancias de perfumes y olor de especias y nos transportan a estos lejanos mundos. Entre ellas, una decena de pinturas, dibujos y acuarelas realizadas por Marià Fortuny, el mejor representante del orientalismo, sobre todo del norte de África, de la pintura española.
Fortuny conoció de primera mano estos países, sus habitantes y su cultura desde que realizó el primero de sus tres viajes a Marruecos en 1860. En la exposición se pueden ver los óleos Un marroquí, Moro en Tánger, Gitano, Paisaje. Atlas y las acuarelas El rezo del árabe, y la titulada Fumador, junto con dibujos como Zoco en Tánger o el Vaso nazarí de la Alhambra; un pequeño, pero exquisito dibujo de una pieza cerámica del siglo XIV que perteneció al pintor hasta su muerte y que en 1875 fue vendido por su viuda, Cecilia de Madrazo, al príncipe Bssilewsky y este, diez años después, al museo del Hermitage, donde se conserva.
De Joaquín Sorolla pueden verse dos óleos juntos, que muestran el interés por la caracterización árabe de este artista. Como la enigmática Árabe examinando una pistola y la espléndida La Odalisca, representación de una esclava de harén idealizada por las clases burguesas, que el comisario ha colocado junto a otra obra de la misma temática y título de Lluís Masriera y otras dos pintadas por Joaquim Agrasot del que también se puede ver una obra destacada, Viejo de espalda, pintada a partir del mismo modelo que usó Fortuny en Granada para realizar Viejo desnudo al sol que se puede ver en El Prado. De Agrasot también se exhiben dos obras de tipo costumbristas, con escenas de la vida cotidiana en el Norte de África: Esperando un cliente y La limosna.
Junto a las cuatro odaliscas se puede ver una pieza de joyería, una pulsera creada por Masriera en la que se aprecia como esta influencia también llegó a este arte preciosista.
De Antoni Maria Fabrés i Costa se han reunido tres obras: Enseñando el Corán, una enorme acuarela que recibe al visitante; el dibujo a tinta Árabe con espingarda y un óleo sobre tabla, Zíngara. Este autor tuvo gran fama en vida tras seguir la estela de Fortuny viajando a Roma en 1875, un año después de fallecer el maestro; pero este autor versátil y virtuoso cayó en el olvido tras morir. Por suerte, en 2019 el MNAC le dedicó una exposición monográfica en el que se pudieron ver 147 de sus obras.
Josep Benlliure con su óleo La prédica y Salvador Sánchez Barbudo, con Mercado árabe, son otros dos autores que comparten el mismo viaje iniciático siguiendo a Fortuny en su periplo de Roma y luego el norte de África para plasmar en sus obras no solo las noticias que llegan a occidente, sino ver de primera mano un mundo, tan cercano geográficamente. Otros artistas presentes son el valenciano José Navarro Llorens y el granadino Mariano Bertuchi.
Todas estas obras están presididas por una enorme fotografía del padre Ubach, que viajó y conoció de primera mano estas lejanas zonas del mundo, trajo piezas arqueológicas con las que se creó un Museo Bíblico en Montserrat, disparó cientos de fotografías y escribió sus experiencias. También se pueden ver varias proyecciones de algunas de estas imágenes, complemento de la muestra La mirada del Biblista abierta en el Museo de Montserrat hasta mediados de julio con las imágenes de este monje en Tierra Santa y otros países de alrededor.
Pero la exposición no se acaba aquí. En la sala Capitular de la catedral de Barcelona, el sancto sanctorum de este edificio construida entre 1436 y 1444 en el que se conserva una de las piezas góticas más destacadas en Cataluña: la Piedad Desplà de Bartolomé Bermejo, se ha colocado la obra Ciudad árabe, de G. Tomassi. “Es difícil poner en diálogo una obra con la de Bermejo, pero nos gustaba por la arquitectura idealizada que aparecen en las dos pinturas”, explica el comisario.
En la misma sala se exponen otras piezas para ver esta pasión por lo oriental: el Dietario de un peregrino a Tierra Santa, de Jacinto Verdaguer, donde explica su viaje a Jerusalén de 1886; un ejemplar dedicado a su amigo, el sacerdote Jaume Almera, que le acompañó y del que se expone, también, una libreta de notas que realizó en ese viaje. Los dos documentos se conservan en el archivo de la catedral. Se exponen, temporalmente, junto a otras dos piezas de incalculable valor patrimonial: la rica y ostentosa custodia de la catedral del siglo XIV sobre el trono, a tamaño real, de plata conocido como el “trono del Rei Martí”, porque fue Martí el Humano quien la donó, según la tradición. La otra es, según Juan Eduardo Cirlot, “una de las espadas más bellas del mundo”, que puede verse junto a báculos, arquillas, códices y coronas: el hierro de Pedro IV, condestable de Portugal y conde de Barcelona, que falleció por tuberculosis a los 37 años. Como en los pocos objetos que se han conservado de su breve reinado, en la espada puede leerse su divisa: Paine pour joie (Dolor por alegría).
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