La Documenta prescinde de las estrellas del arte y reivindica a los colectivos para combatir las crisis sociales
La gran cita de la creación contemporánea inaugura en Kassel una de sus ediciones más radicales, que se opone a la visión del artista como genio solitario para subrayar las virtudes del trabajo en grupo
La Documenta da un golpe sobre la mesa. La principal cita del arte contemporáneo, que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel desde su fundación en 1955, prescinde esta vez de las estrellas, las obras espectaculares y las tendencias dictadas por el mercado para resaltar el trabajo de colectivos de todo el mundo que entienden la cultura como una herramienta para superar las crisis sociales y políticas de la actualidad. La 15ª edición de la Documenta, presentada ayer a los profesionales antes de abrir sus puertas al público este sábado, podría ser una de las más valientes de su historia, un ataque frontal al sistema que sustenta al arte contemporáneo, a la fascinación por los récords en las casas de subastas, las obras que se autodestruyen en el momento del golpe de martillo y los plátanos sujetos a la pared con cinta adhesiva.
Detrás de esta apuesta radical se encuentra el grupo de artistas y comisarios indonesios Ruangrupa, fundado en el año 2000, solo unos meses después de la caída del dictador Suharto, por un grupo de estudiantes con espíritu interdisciplinar y underground, que empezaron a organizar conciertos y exposiciones en varios puntos de Yakarta. Sus integrantes han decidido no llevar a Kassel a los astros del arte contemporáneo, sino a sus propios semejantes: colectivos de todo el planeta comprometidos con su entorno. Subrayan así las virtudes de la asamblea frente al modelo, tal vez ya caduco, del artista como genio romántico, solitario, casi siempre varón. Los comisarios establecieron una lista inicial de 14 grupos invitados, que a su vez fueron asociando a otros colectivos, hasta llegar al total de 1.500 artistas involucrados en esta edición, según la organización.
Ruangrupa subraya así un movimiento de fondo en el arte actual. En 2021, los cuatro nominados al premio Turner, uno de los más importantes del sector, fueron colectivos. El año anterior, los finalistas a ese mismo galardón decidieron compartir su dotación a partes iguales. La lista Power 100, que concentra a las cien personalidades más importantes del mundo del arte, estuvo encabezada en 2020 por distintos colectivos, encabezados por Black Lives Matter y los propios Ruangrupa, seguidos a escasa distancia del MeToo, Forensic Architecture o Feral Atlas.
Ruangrupa confía en abrir esta edición a un visitante neófito. “Aspiramos a crear un espacio masivamente abierto a diferentes grados de participación, en el que sean bienvenidos desde los bebés a personas de todo tipo”, decía ayer uno de sus miembros, Ade Darmawan, partidario de “descentralizar” el sector del arte para alejarlo de sus supuestas capitales. También de cambiar sus equilibrios internos. Su método se llama lumbung, el nombre de los graneros en los pueblos indonesios, donde se almacena el excedente de arroz y luego se reparte de acuerdo con criterios definidos conjuntamente. En el contexto de la feria, esa misma idea servirá para compartir ideas y recursos materiales en una serie de majelis (reuniones o encuentros, en indonesio) en los que se elaborará colectivamente una cosecha, la documentación que dará cuenta de las interacciones que tengan lugar en ellos, en forma de dibujos, bocetos, textos o infografías.
Tania Bruguera: “Esta va a ser una edición muy importante. El mercado tiene que cambiar. Un mecenas puede ser feliz formando parte de un proyecto colectivo, y no solo siendo dueño de algo”
La traducción de todos esos términos, recogidos en un peculiar glosario de neologismos en el programa de mano, salta a la vista nada más entrar en el Fridericianum, el gran museo erigido en 1779 y actual sede principal de la Documenta. Tras cruzar su solemne columnata, cubierta ahora de pintadas políticas por el artista rumano Dan Perjovschi, las salas de este templo neoclásico se convierten en lugares aptos para albergar reuniones en círculo, llenos de bancos de madera, sillas apilables y cojines por el suelo. El primero reproduce a pequeña escala la sede de Gudskul, el centro cultural cofundado por Ruangrupa en Yakarta, que concentra una biblioteca, una galería de arte y un mercadillo donde abunda la ropa de segunda mano y los casetes ochenteros. Aquí se celebrarán charlas, talleres, conciertos y otras actividades hasta el cierre de la Documenta en septiembre. En un rincón hay juegos de mesa inventados para la ocasión. En el exterior, un pequeño bar sirve café a los visitantes. En las plantas superiores aparecen otros colectivos parecidos, situados entre el arte y la acción social, como The Black Archives, que recupera la memoria perdida de los negros holandeses, mientras que los británicos de Project Art Works recogen en un emotivo vídeo su trabajo con niños con diversidad funcional.
En la Documenta Halle, la artista cubana Tania Bruguera, exiliada en Estados Unidos desde 2021, está sentada en el suelo junto a otros artistas de su colectivo INSTAR. Las tres salas que ocupa tienen como hilo conductor la rehabilitación de los artistas represaliados por el régimen desde los cincuenta, de Ezequiel Suárez a Hamlet Lavastida. Cada 10 días, la composición de ese espacio cambiará para acoger a otros nombres, generando una especie de canon disidente del arte de su país. “La gran pregunta de esta Documenta es cómo representar las prácticas colectivas en el espacio museístico. Una exposición al uso nos pareció demasiado sentenciosa”, sostiene Bruguera. “Esta va a ser una edición muy importante. Hacer arte en grupo no es nada nuevo, pero se está viendo revitalizado por las luchas sociales. Lo que hace esta Documenta es llevar eso al próximo paso. El mercado tiene que cambiar. Un mecenas puede ser feliz formando parte de un proyecto colectivo, y no solo siendo dueño de algo”.
Bruguera tiene de vecino a Wajukuu Art Project, uno de los dos grupos de artistas de Nairobi que han sido invitados a esta edición. “Todos los presentes tenemos la misma filosofía. No hacemos arte para ganar dinero sino para mejorar la vida de nuestra comunidad”, asegura uno de sus impulsores, Ngugi Waweru. Al otro lado de la calle, en el Museo de Historia Natural, el colectivo agroecologista INLAND, uno de los tres españoles invitados por Ruangrupa, proyecta un vídeo rodado en el Pirineo junto a la alemana Hito Steyerl, que parodia las últimas derivas del arte a través de un supuesto cheesecoin (o el queso artesano como criptomoneda). “El arte colectivo va y viene. En los setenta ya fue aplaudido por la propia Documenta. Ahora ha regresado, pero va a coexistir con el resto de formas de arte en una polarización creciente”, opina ella. A su lado, el artista Fernando García-Dory, miembro más destacado de INLAND, cree que esta será “una Documenta de transición”. “Van a llegar gestos cada vez más radicales”, pronostica en el jardín del museo, intervenido por su colectivo. El tiempo dirá si fue un verdadero electroshock o una anécdota que acabó enterrada por su utopismo.
Acusaciones de antisemitismo
La organización de esta edición de la mayor exposición de arte contemporáneo, con el permiso de la Bienal de Venecia, se ha visto empañada por las acusaciones de antisemitismo dirigidas contra sus comisarios, el colectivo indonesio Ruangrupa. Empezaron en el mes de enero, cuando una asociación judía de Kassel culpó a los comisarios de invitar a “activistas antiisraelíes” que formaban parte de dos grupos de artistas palestinos. En las últimas semanas, una serie de debates —organizados, en parte, para responder a esta polémica— han sido suspendidos a petición del Ministerio de Cultura, que habría recibido una protesta formal del Consejo Central de los Judíos de Alemania, según la prensa del país. Ruangrupa ha argumentado que la acusación “no tiene base”.
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