John Waters: “Me parece increíble que el mal gusto sea universal”
El legendario “Papa del ‘trash” aterriza por segunda vez en su vida en España: apadrinará el Festival Rizoma y ofrecerá su monólogo ‘Falso negativo’ en Madrid
Hay un hombre que, mucho antes de que irrumpiera el relato sucio y deprimente de la serie The Wire, mostró al mundo cómo se ven, se oyen y hasta cómo huelen los rincones y personajes más depravados de su ciudad, un punto perdido en medio de la costa este de EE UU llamado Baltimore (Maryland): los repugnantes protagonistas de Pink Flamingos (1972), la familia más inmunda que jamás haya existido; las calles residenciales alejadas de toda oscuridad donde en los años sesenta vivían familias blancas como la de Tracy Turnblad, la chavala rellenita que lideró un baile por la integración racial en Hairspray (1988); y las infraviviendas donde se multiplicaban y hacían de las suyas los soeces pero también muy tiernos pandilleros de los cincuenta de Cry Baby (1990), filmes todos ellos suspendidos en un estado de gracia entre la provocación, la parodia y el disparate que, con el tiempo, se han consolidado como títulos de culto y han encumbrado a su director a los altares de la cultura basura.
Ese hombre, John Waters (Baltimore, 76 años), viaja por segunda vez en su vida a España, donde ejercerá de padrino de la X edición del Festival Rizoma y ofrecerá su monólogo Falso negativo el 7 de junio en el Teatro Alcázar de Madrid. Un día después se trasladará a Barcelona, donde charlará en el CCCB con la cantante y actriz Samantha Hudson sobre el cliché en el gusto musical dentro del programa del Primavera Pro, en un directo que se retransmitirá por streaming en Youtube. Igual que el desconocedor que se adentre en la capital de Maryland puede acudir a sus películas para encontrar el camino, Waters tiene clara la visión que espera encontrarse cuando desembarque a este lado del océano: “¡Todas mis expectativas están puestas en Pedro!”, se ríe en una conversación de audio por Zoom. “Lo que vi la otra vez fue exactamente como estar en una película de Pedro, y además almorcé con él, así que la experiencia no me decepcionó en absoluto”.
Antes de empezar la entrevista llega una advertencia por parte de la organización de Rizoma, festival internacional de cine y cultura entrelazada que fue el mismo anfitrión que acogió al artista en su anterior visita a España, en 2011: se ruega formalidad extrema. “John es ultrapuntual” son las palabras exactas. Efectivamente, varios minutos por delante de la hora convenida, ya ha dado comienzo la charla. “Odio cuando la gente llega tarde”, confirma el artista, con esa voz musical suya tan reconocible. “De hecho, llegar en punto es tarde”. Si a este lado de la pantalla son casi las 13.00, eso significa que en Baltimore no han dado todavía las 7.00. Aun así, él suena de lo más despejado. “No me creo eso de que el segundo ratón se lleve el queso”, sentencia en referencia al antirrefrán inglés que responde al proverbio de que “el pájaro tempranero se lleva la lombriz (pero el segundo ratón se lleva el queso)”.
De modo que aquí está todo un icono del cine de autor, célebre por su afición a la transgresión y la extravagancia, con una fama precedida, y merecida, por sus personajes zafios y sus guarradas escatológicas, revelándose como un diligente madrugador, un profesional aplicado que para las 12 del mediodía —él mismo lo detalla— ya tiene encauzado el curso de la jornada. Podría parecer contradictorio, cuando menos opuesto a las expectativas sobre su carácter que cabría generar, dado el desaseo que gobierna su obra. Pero eso es algo que a él no le preocupa. O, al menos, “ya no tanto”. “En los viejos tiempos, cuando salieron mis primeras películas y no sabían quién era, la gente pensaba que vivía en caravanas con drag queens y mierda de perro. Pero creo que luego se dieron cuenta de que soy una persona trabajadora y que mi trabajo consiste en pensar en cosas raras que hagan reír. Y que es algo que me tomo muy en serio”.
Para cumplir su misión, Waters ha tocado prácticamente todos los palos. Se le conoce sobre todo por sus excéntricas películas, pero ha escrito ensayos (en España están publicados Cómo liarla, Mis modelos de conducta, Carsick y Consejos de un sabelotodo), hace fotos (le representa la galería Marianne Boesky), actúa en un buen número de series y filmes (últimamente ha aparecido en La maravillosa Sra. Maisel, Search Party y el documental Los diarios de Andy Warhol) y en Madrid se subirá al escenario para interpretar un one man show donde los espectadores verán en acción a todos esos John Waters creativos: el cineasta, el escritor, el actor, el artista. “Los van a ver a todos porque en mi espectáculo hablo de todo: de la covid, de películas, de moda, de mis padres…”, enumera el icono del bigotillo a lo Little Richard, aquel niño queer criado en el seno de una familia profundamente católica que, de tanto machacarle con los modales de lo políticamente correcto, acabó produciendo un ídolo internacional del mal gusto. “En cierto modo, es como una alocada sesión de terapia en grupo, aunque está completamente guionizada y ensayada”, insiste sobre su ética profesional. “No soy yo diciendo sandeces”.
En ese mejunje de géneros por el que ha transitado aún faltaba el asalto a la novela para poder hablar de Waters como un artista total. Este 2022 ha zanjado el asunto publicando Liarmouth: A Feel-Bad Romance, la historia de “una mujer que roba maletas en los aeropuertos”, que pronto desembarcará en España. “[La protagonista] es una timadora que se da a la fuga, cuya hija la está intentando matar a ella mientras ella intenta matar a su madre. Es bastante complicado. Es una road movie y es bastante loca. Es una de las cosas más locas que he escrito”, adelanta. “Creo que esta novela fue mi primer gran reto, y eso que mis dos anteriores libros ya lo fueron. En Carsick narré la historia de cómo recorrí EE UU haciendo autostop yo solo a los 66 años, y para Consejos de un sabelotodo volví a tomar LSD a los 70 después de 50 sin haberlo probado para ver cómo era. O sea, que me gusta plantearme desafíos. Estoy pensando cuál será el siguiente”.
Quizá no sepa lo que le depara el futuro, pero tiene claro que hay aros por donde no va a pasar. “Jamás he participado en un deporte de equipo. Y puedo prometer que no lo voy a hacer”, se ríe. “Aunque es cierto que hice aquel anuncio de Nike [en 2019], pero eso es lo más cerca que voy a estar”. Si para la posteridad a la que reconoce aspirar tuviera que quedarse solo con una pieza de toda su producción por la que ser recordado, Waters escogería la comedia negra Los asesinatos de mamá (1994), donde Kathleen Turner interpreta a una perfecta madre y ama de casa americana que se recicla como criminal en serie. “Creo que es mi mejor película, lo que pasa es que no sale Divine”, comenta sobre la drag queen de las cejas imposibles que protagonizó Pink Flamingos y otros de sus filmes, encarnada por su amigo de la infancia Harris Glenn Milstead, fallecido en 1988. “Así que mejor haría una sesión doble con Los asesinatos de mamá y Female Trouble (Cosas de hembras) (1974), que es una de mis primeras películas y es muy loca y además sale Divine”.
Ocurre muchas veces que los artistas componen las obras que ellos mismos querrían disfrutar, y ese parece ser el caso de Waters. “Me gusta coleccionar arte que esconde su talento, que se ríe del talento. Que me hace pararme a pensar y que al principio me enfada, pero que luego acepto”, detalla sobre sus intereses personales. “Y me encantan las películas europeas que te hacen sentir mal. No me gustan las películas que me hacen sentir bien. Yo ya me siento bien. De vez en cuando me gusta salir cabreado de una película”. Además de ir al cine, como cualquier hijo de vecino (insiste en que él es una persona “como cualquiera”) también pasa sus buenos ratos en internet. Eso sí: no tiene Facebook —”porque no me interesan tus lanzamientos”— ni Twitter —”no voy a regalar mi material, lo necesito para mis shows”—. “Intento no leer los comentarios peyorativos”, confiesa, “pero cuando los veo me río, porque no estoy acostumbrado a leer cosas negativas sobre mí. Y son cosas tan miserables y ridículas que tampoco me hacen sentir demasiado mal”.
Venerado en Europa, donde rigen unos cánones éticos y estéticos diferentes a los de su EE UU natal —en el fondo, el protagonista velado de sus trabajos, siempre en el ojo de la diana de su sarcasmo— lo cierto es que Waters se siente igual de arropado por el público allá donde va. “Me parece increíble que el mal gusto sea universal, es muy gracioso”, comenta, aunque apunta que hay países “como Italia” (y aquí cabría añadir España) “que siembre doblan las películas y cambian los títulos, por lo que es más difícil que calen las películas americanas”. A pesar de las grietas que se abren con la traducción, el panteón al que se encomienda el proclamado “Papa del trash” (Burroughs dixit) tiene precisamente en Pier Paolo Pasolini a una de sus deidades. “Mi Santísima Trinidad son él, Jean Genet y Andy Warhol”, concreta. “Creo que escuchan todas mis plegarias”.
Si entre esos ruegos figuraba el de convertirse en referente de la cultura popular, sus súplicas han sido bien atendidas. “A veces, cuando salgo al escenario y la gente me ovaciona, pienso: ¿lo hacen porque todavía sigo en pie? Es fantástico. Llevo haciendo esto 50 años y siempre se lo agradezco a mi público, especialmente el internacional, porque me parece increíble que sepan quién soy”. Es solo gracias a esa audiencia, asegura, que ha podido desarrollar una deseada carrera “para la que ninguna escuela me animó”. Como maestro de la vida, este es su consejo para quienes quieran seguir su estela: “Les diría que no teman el rechazo, porque en el mundo del espectáculo siempre te van a rechazar en tus comienzos. Sigue intentándolo, porque es mejor tener malas críticas que no tenerlas. Las malas críticas duelen más al final, cuando ya llevas mucho tiempo en esto, pero cuando eres joven las puedes dar la vuelta. Así que les diría que capten la atención de la prensa. Hay que aprender a lidiar con la prensa: no la puedes odiar si trabajas en el mundo del arte. Es una manera absurda de empezar”.
Babelia
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