‘Eles transportan a morte’: los náufragos de Colón

En La marrana (1992), estrenada el mismo año de los fastos del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, José Luis Cuerda proponía una road movie ibérica en la que dos muertos de hambre, un expreso interpretado por Alfredo Landa y un desertor en la piel de Antonio Resines, buscaban la manera de huir de sus destinos enrolándose en una de las carabelas de Cristóbal Colón. Los pícaros de Cuerda terminaban su viaje donde empieza Eles transportan a morte, el muy interesante debut en el largometraje de Helena Girón y Samuel M. Delgado. Su cine, experimental y onírico, se sitúan en las antípodas del humor de Cuerda, pero ambas coinciden en su idea de retomar la conquista desde los relatos de sus despojos. Girón y Delgado llevan, eso sí, mucho más lejos el revisionismo histórico.

Eles transportan a morte es una indagación poderosa de la cara B de la Historia a través de tres náufragos de Colón, tres fugitivos que, ya en pleno viaje y ante las Canarias, huyen de su destino arrastrando una de las velas de las tres famosas carabelas. En paralelo a lo que ocurre en la tierra volcánica de las islas, en Galicia, la imagen se concentra alrededor de otro viaje, el de dos mujeres. Pero ni los misterios telúricos del norte ni el subrayado anticolonialista final alcanzan la fuerza de ese wéstern despojado de los tres náufragos del principio. Es lo mejor del filme, una persecución envuelta en una naturaleza amenazante cuyo desasosiego ambiental se debe también al uso de diferentes texturas: rodada en 16 milímetros, la película incluye material documental de volcanes en erupción o una secuencia de la película de Juan de Orduña Alba de América cuyo reciclaje provoca un escalofriante nuevo sentido.

La huida de los tres náufragos es interiorizada por el espectador a través de la inacción, los tiempos muertos y lo simbólico. Cargan la vela de Colón, emblema del viaje y de la sombra más turbia y problemática del conquistador. El robusto tejido de la nao es desde su presentación un monstruo vivo, primero bajo el mar en una fabulosa secuencia inicial, y, más tarde, como un manto entre fantasmal y sagrado que parece engullir y encerrar todos horrores de la conquista.