James Ellroy, el poderoso atardecer del perro diabólico de la literatura
Fiel a su estilo dentro y fuera de los libros, el autor estadounidense pasa por Madrid como un ciclón. Acaba de publicar ‘Pánico’, una vuelta a sus grandes temas y al lado más oscuro de Los Ángeles
El perro diabólico de la ficción criminal ya no muerde, pero su literatura mantiene la fuerza y el estilo intactos. Mal que le pese, James Ellroy es mortal y se acerca poco a poco al ocaso, a la muerte, esa materia prima de su obra que le ha convertido en uno de los grandes novelistas contemporáneos gracias a la construcción de una historia alternativa de los Estados Unidos basada en el crimen, la violencia y la corrupción. “Sí, creo que sí busco redención a través de la confesión. Tengo 74 años y eso no es ninguna broma. No estoy enfermo, pero ya miro al final del camino”, contaba a El PAÍS durante una comida en el centro de Madrid el jueves.
Ellroy (Los Ángeles, 74 años) está de promoción y eso le encanta. Hablar de él y de libros como Pánico (Literatura Random House, traducción de Carlos Milla) una nueva inmersión en Los Ángeles de la década de los cincuenta a través de las confesiones de Freddy Otash, un expolicía corrupto y detective privado, un ser violento, furibundo anticomunista, el rey de la extorsión, el gran conocedor del lado oscuro del Hollywood más glamuroso. Otash, un personaje real, se sitúa en esa línea tan difusa en la que Ellroy construye sus novelas a partir de la realidad, grandes relatos que mezclan novela histórica y negra. “Otash era estúpido y estaba desesperado. Quería usarlo ya en la novela de Pete Boundurant [Seis de los grandes] y en América, pero me iba a joder, me pedía mucha pasta y si no le iba a decir a la prensa que era solo una novela, a menospreciarla. Y entonces se murió y pude usarlo a mi manera. Tenía otros planes para él”, cuenta divertido.
En Pánico, James Dean, Nicholas Ray, Rock Hudson, Sal Mineo o Natalie Wood pasan a formar parte —junto a John Fitzgerald Kennedy o Sam Giancana― de la extensa nómina de personajes famosos vilipendiados por la prosa despiadada, musical y a veces desquiciada de Ellroy, que no tiene ningún inconveniente al respecto. “El truco es esperar a que estén muertos. Entonces no hay problema. Están muertos, se acabó. Y, además, eran gente bastante sucia. Siempre he odiado a James Dean. Y Nick Ray, ese abusador de menores, era peor”.
Vuelve el autor de La dalia negra en esta novela a esa prosa rítmica, curtida a golpes. “Es todo oído y mente y el estilo que he encontrado a lo largo de todos estos libros”, resume. Habitante de un mundo sin ordenador o teléfono móvil, Ellroy ha escrito a mano sus 23 libros. En el proceso se sumerge en el Estados Unidos de hace décadas con lecturas, entrevistas y mucha documentación, se cuelga de un tiempo (ya sea su país en guerra y paranoia racista en los cuarenta en Perfidia o fascinado por Kennedy a inicios de los sesenta en la trilogía de los bajos fondos) que no añora, pero necesita. Un mundo protagonizado, esencialmente, por “hombres blancos, incomprendidos, haciendo cosas malas en nombre de la autoridad”. ¿No es un universo muy alejado del espíritu de los tiempos? “A quién le importa una mierda el espíritu de los tiempos. A ti no te importa y a mí tampoco”, suelta bajito, con una voz ronca y algo tomada, animado tras un rato más taciturno en el momento en el que llega el chorizo y un café doble, mezcla que adora.
Kay Lake, Joan Conville, Joan Horvatz… Sus libros y la conversación con él están llenos de mujeres, seres magníficos, complejos y oscuros. “Son seres con los que quiero tener sexo, así de sencillo, mujeres en las que he estado pensando mucho tiempo, figuras que luego humanizo. La verdad es que mis lectores son en su inmensa mayoría hombres heterosexuales con cierto nivel de educación y, ¿en qué están pensando? En mujeres”.
Tras un rato hablando de una de sus grandes pasiones, el boxeo, Ellroy cambia de tono cuando surge el recuerdo de su madre, asesinada en junio de 1958, un crimen sin resolver que le fascinó durante décadas y cuyo rastro, convenientemente explotado, se puede seguir en toda su obra. Hasta ahora. “Ya no pienso mucho en ella. Pero los asesinatos de mujeres, su tortura, siguen siendo horrorosos para mí. En el libro que viene [una segunda historia de Otash prevista para 2023] hay una muerte horrible de una mujer, pero no es mi madre, no tiene que ver con mi autobiografía, no es Hellen [su segunda exmujer y actual novia], no es la mujer con la que estuve antes. Pero fue gratificante escribir sobre Caryl Chessman, un atracador, secuestrador y violador que terminó en la cámara de gas. Así que hago que Otash vengue a una de sus víctimas. Yo tenía 12 años cuando lo ejecutaron y fui feliz”, cuenta deslenguado, dejando entrever ese Ellroy provocador que esa misma tarde enseñará en público.
Pánico describe también el mundo de las revistas de cotilleos que destruían carreras y hundían vidas, publicaciones como Hush Hush o Confidencial, para la que trabajó Otash. “Eran muy poderosos. Los estudios de cine crearon un fondo conjunto para acabar con ellos. Ahora, en cambio, en América hay mucha gente de baja estofa. Todo el día en internet, leyendo teorías conspirativas sobre cualquier cosa. No se puede comparar”.
Literatura vulgar
“Soy el perro diabólico de la literatura americana. Tengo un chorizo de 80 pulgadas y un cerebro todavía más grande”, brama entre aullidos en la Fundación Telefónica. Son las siete de la tarde y Ellroy está en forma, ni rastro de carraspera en la voz, revitalizado por una siesta y un público que lo adora. Ahí se suelta, lanza frases provocadoras —”Hay gente que, simplemente, tiene que morir” ; “L.A. Confidencial es una película que apesta. Pero me dio dinero y eso es un regalo que nadie devuelve”— y lo hace sin pestañear, medio tirado en la silla, encantado.
Ahora, que nadie se confunda porque él tiene un plan muy definido. “Solo la literatura que se puede vulgarizar perdura. El hard boiled es la vulgarización de la tradición literaria europea y yo soy el rey de lo vulgar, el que lo hace de manera más artística”, proclama.
Caminar con él por Madrid es una experiencia. Con sus andares desgarbados, su altura y su camisa hawaiana por la mañana, su chaqueta y su camisa más formales por la tarde, mira alucinado un entorno que adora. “Madrid es la ciudad”, comenta subrayando el artículo y en el poco español que habla, “la mejor ciudad de Europa, mucho mejor que Barcelona”. Es casi de noche y quiere dormir para combatir el jet lag y seguir con la gira por España que le llevará a Valencia Negra, ciudad en la que se pregunta si se encontrará con una antigua novia, Cindy, a la que conoció en 1980 y que vive allí. Pero tiene que guardar fuerzas para sus proyectos, para terminar su segundo Cuarteto de Los Ángeles, para grabar dos podcasts que saldrán a lo largo de este año —“Han puesto una pasta, va a ser épico”— para seguir el camino que se trazó cuando era una adolescente problemático y huérfano, aferrado a las drogas, el alcohol y la literatura criminal. “Vive tan rápido como puedas. Yo lo hago”, aconseja a modo de despedida antes de perderse cuesta abajo por la Gran Vía.
Babelia
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