Nacho Duato regresa a la CND para crear un ballet sobre el suicidio inspirado por un poema de Dorothy Parker
El coreógrafo recupera homenajes a grandes como Kilian y Forsythe que ya había hecho suyos anteriormente
Tras muchos años sin crear un ballet en España, Nacho Duato vuelve a la tarea con la Compañía Nacional de Danza. Esto ya es en sí importante. Y casi entonándose con la gravedad de los tiempos que corren, su ballet trata del suicidio, razona sobre la lucha interior y la reacción del grupo.
Cuando en 1976 Kenneth MacMillan planteó un ballet narrativo (Mayerling) a Covent Garden se le erizó la compostura a todo el mundo: tema incómodo. ¡Era una historia de violencia y suicidio! Finalmente, en 1978 se estrenó, hubo dudas, recelos, y tuvo que morirse MacMillan en 1992 de un infarto precisamente allí, en ese teatro mientras veía entre bambalinas una función de Mayerling (de ahí su fama del mal fario y ballet maldito), para no llegar a disfrutar de su consagración; hoy se baila y se acepta en medio mundo como una gran obra trágica. A veces el ballet, cuando es inteligente y se lo trata en profundidad, es lento en ser aceptado y comprendido. Probablemente a Morgen, esta obra de Duato, hoy muy fresca todavía, debamos concederle tiempo y distancia. El tema es otra vez el suicidio, la dubitación angustiosa, el salto a la nada, pero tratado desde una óptica poco convencional, buscando la anuencia en la solidaridad con quienes son víctimas (o sobrevivientes) de la autodestrucción. Queda en el aire una zona discutida: la decisión serena y consciente sobre el propio final, pero ese es otro tema candente: la eutanasia.
El actor y director de cine Román Reyes apareció recientemente en muchos medios de comunicación relatando, con dureza y sin paños tibios, su propia tragedia: el suicidio de su madre tras un peregrinar infructuoso por médicos, la indiferencia burocrática y el caos de una situación que siempre sobrecoge. Reyes llegó a declarar: “El suicidio de mi madre fue un crimen de Estado porque pedimos ayuda y nos dieron la espalda”. Es como si Duato quisiera plasmar, hacer gráfica de esto. Así, al final de su ballet, la masa de bailarines cierra filas y da la espalda a un desgajado. Una noche lunar testifica.
El coreógrafo valenciano toma como motivo literario un breve poema de Dorothy Parker (Nueva Jersey, 1893 – Nueva York, 1967), la reina de la retranca literaria. Dos datos sobre la Parker: tocaba muy bien el piano y desarrolló una excelente memoria con las partituras en el que fue su primer trabajo serio: pianista acompañante en clases de ballet y bailes modernos; por otro lado, decía de su propia poesía: “Los poemas tienen una utilidad catártica, pues escribes uno, y no rompes desesperada la vajilla: un poemita, un plato”. Ella se cogía a sí misma en serio solo algunas veces: “No soy bella, pero me consuelo pensando que no he tenido que lidiar con la nariz de Peggy [Guggenheim]. ¡Al menos eso!”. El poema de marras tiene muchas versiones y exageradas interpretaciones dramáticas; probable su lectura desde lo irónico. Como mujer de aguda perspicacia y cultura, se sabía una poeta de trámite; su fuerte era el cuento y dejar heridos y sangrando a los objetivos de sus críticas. Ya tiene guasa que nadie reclamara sus cenizas hasta 23 años después de incinerada, o como a su amigo —otro suicida— el periodista Will Cuppy, de quien publicaron la necrológica en su propio periódico con la foto de otro.
Duato recupera homenajes a grandes como Kilian y Forsythe que ya había hecho suyos anteriormente: el gran paño volátil que nació con el checo en Petite mort (1991) o el panel móvil de Forsythe en Steptext (1985) que tuvo su primera variante en Remanso (1997). Por lo demás, la coreografía tiende a ser reforzada por una cierta tensión muscular y sombría; sin llegar a tenebrismo, la ambientación es bastante oscura. El cuchillo, la soga, el gas, resultan por momentos demasiado literales y Duato tiene recursos de sublimación muy por encima de los objetos hiperrealistas. Parafraseando con cierto coloquialismo a la Parker (su verso final ya sirvió para título de la deliciosa comedia de Simon Ennis de 2009, o antes para la poco valorada Inocencia interrumpida de James Mangold, en 1999): “Mejor tira hacia delante”. Sobre el tatuaje del punto y coma (la corriente global del semicolon tattoo: de moda a mensaje de fraternidad, y viceversa) hay mucho que decir. Duato no lo explota demasiado, solo lo sugiere. El signo, una invención veneciana de hace casi cinco siglos y que ha querido ser suprimido varias veces, se yergue como armas de escudo, pues qué es el reconocimiento en el otro sino una defensa a ultranza, como si la búsqueda de coro aliviara algo.
Siendo el nivel de baile general altísimo y destacable, hay intérpretes que están más solventes que otros en su propia cuerda expresiva, y esto tiene su lógica en que fueron artistas familiarizados de antiguo con el estilo del coreógrafo, como es el caso de los eficientes Mar Aguilló, Erez Ilan e Isaac Montllor, calificables de históricos de CND. El caso de Shlomi Shlomo Miara quizás merece una citación aparte, pues su movimiento y sinuosidad se separa bastante del resto, así su personaje, también de contraste y fuera del grupo, usa estas diferencias para resaltar tanto su baile como su cometido en la magra dramaturgia de la obra. La indumentaria, esa especie de boia petrarquista, no lo ayuda demasiado, siendo como es un virtuoso a su manera, pues esa estética de cuero duro con abundancia de tachuelas resulta desconcertante y hasta banal, poco justificada en una línea de cierto lirismo que encuentra asiento en la conseguida escena final. El público de Móstoles se volcó en largas y continuadas ovaciones coincidiendo con el Día Internacional de la Danza.
Morgen
Coreografía, escenografía y vestuario: Nacho Duato.
Música original: Pedro Alcalde. Luces: Nicolás Fischtel. Figurines: Nuria Manzano.
Compañía Nacional de Danza. Teatro del Bosque, Móstoles. 29 de abril.
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