Manzanares, el gran consentido
El torero alicantino corta una oreja al mejor toro de una desfondada y tullida corrida de Jandilla
El extraordinario cariño que Sevilla muestra al alicantino José María Manzanares es uno de esos misterios de esta ciudad que no tienen explicación.
Aparentemente, no es un hombre especialmente simpático, ni es fervoroso de la Semana Santa, ni se le conoce calidad de feriante, pero, oiga, es aparecer por la puerta de cuadrillas y esta ciudad se derrite. Esa es, quizá, la mejor herencia que le dejó su padre, otro consentido, como él, de La Maestranza.
Es un buen torero, de eso no hay duda, como lo fue su progenitor; es elegante en grado sumo, de ahí su cotización como modelo y su mirada altiva; tiene ángel con los engaños en las manos y ha embelesado a esta plaza muchas tardes; no en vano ha traspasado varias veces la Puerta del Príncipe.
Pero es un consentido y Sevilla le perdona que toree despegado, casi siempre al hilo del pitón, que prefiera aliviarse en lugar de comprometerse, y que aproveche el viaje del toro antes que mandar en su embestida.
Le ha tocado el mejor oponente de una tullida corrida de Jandilla, otra preferida por las figuras y que el público aguanta con un estoicismo desesperante. Un animal que fue bien picado —dos picotazos medidos— por Paco María, que acudió con presteza a la llamada de los banderilleros y que llegó a la muleta con el motor revolucionado dispuesto siempre a seguir el engaño con apasionada movilidad.
Manzanares estuvo en su línea, acomodado a las condiciones de su oponente, acompañando la alegre embestida con donosura, escasamente ceñido en todo momento, y alargando el muletazo hacia fuera. Pero Sevilla parece estar viendo el toreo resucitado, y bate palmas, se pone en pie, grita y se emociona con Manzanares.
Cuando el torero se perfiló para la suerte suprema tenía cortadas las dos orejas; pero el buen matador falló en esta ocasión, solo pudo dejar media estocada y fue un único pañuelo el que asomó en el palco presidencial.
Más acomodaticio estuvo Manzanares en su primero, un toro tan de carril como noqueado, con el que no pudo levantar el vuelo de una faena de medianías ante un acompañante agotado.
Morante tiene ganas de triunfar en Sevilla. Se ve y se le nota. Lo necesita para afianzar la que pretende que sea una larga temporada. Quizá por eso se esmeró en desplegar con generosidad un variado toreo de capote en el que abrió plaza. Dos verónicas iniciales hasta que el toro le hizo un feo y rompió el encanto; otras cinco y media y una larga, después; un vistoso galleo por chicuelinas, otro quite a la verónica iniciado con el capote doblado sobre el brazo izquierdo… Y lo intentó de veras muleta en mano ante un toro nobilísimo, tan dócil y obediente que la obra resultante pareció por momentos una pintura delicada y suave al tiempo que insípida. No le gustó el amorfo cuarto —hizo el torero señal de que pudiera estar reparado de la vista— y lo pasaportó con prontitud.
Voluntariosa es la palabra que podría resumir la tarde de Diego Urdiales. Buenas verónicas al recibir al segundo, otro ramillete de capotazos hondos al quinto, algún detalle vistoso con la muleta y no hubo más porque sus toros estaban enfermos de aburrimiento.
También capoteó con gracia Manzanares a sus toros, pero para entonces ya estaba claro otra vez que es el gran consentido de este público.
Jandilla/Morante, Urdiales, Manzanares
Toros de Jandilla, correctos de presentación, cuidados todos en varas, nobles, desfondados y tullidos, a excepción del sexto, encastado y con extraordinaria movilidad en el tercio final.
Morante de la Puebla: casi entera caída _aviso_ (gran ovación); metisaca, media caída _aviso_ y dos descabellos (silencio).
Diego Urdiales: estocada baja, un descabello y el toro se echa (silencio); estocada (ovación).
José María Manzanares: estocada (ovación); media caída en la suerte de recibir (oreja).
Plaza de La Maestranza. Quinta corrida de abono de la Feria de Abril. 29 de abril. Lleno de ‘no hay billetes’.
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