Carmen Linares: “La prisa es enemiga del flamenco, el cante es una carrera lenta”
La artista jiennese culmina en Sevilla la gira con la que celebra sus 40 años como cantaora solista
La leyenda femenina del cante es menuda, tan suave que —juanramoniana confesa como es— se diría toda de algodón. La fuerza de Carmen Linares (Carmen Pacheco Rodríguez, Linares - Jaén, 71 años) se encuentra, también como Platero, en los espejos de sus ojos, pero sobre todo en esa voz que acaricia y araña con la que ha jalonado 40 años de historia del flamenco en nuestro país. La artista cierra hoy sábado en el Teatro de la Maestranza de Sevilla la gira con la que ha celebrado y recordado sus cuatro décadas como solista o, como se define en el argot flamenco, su carrera como cantaora de alante, que es cuando la voz se independiza en los cuadros flamencos donde el cante queda relegado a un segundo plano para apoyar el baile.
A Sevilla llega “con la emoción que produce siempre recordar toda una vida”, confiesa Linares en conversación con EL PAÍS. La acompaña su marido, Miguel Espín, erudito del flamenco, que apoya y subraya cada una de las palabras de la artista, como esos cantaores de atrás cuya sabiduría ayuda a potenciar aún más las virtudes de Linares. “Miguel era amigo de mi padre, se intercambiaban discos, todo lo he aprendido a su lado”. En una época que fue de enorme dificultad para las mujeres en el flamenco, relegadas a mostrar sus facultades solo en la intimidad de las fiestas familiares, Carmen Linares se siente una privilegiada. “Nunca he sentido discriminación, los hombres de mi vida han sido un gran apoyo, todo ha sido ayuda en ese sentido, en el aprendizaje del oficio y en lo moral”. Su padre, el primero, cuando la inscribe con 16 años en un concurso de cante en Cabra (Córdoba), donde consigue el primer premio. Recuerda Miguel Espín mejor que ella los cantes que hizo aquel día: una soleá, la malagueña del Mellizo y unos tarantos, le apunta. “A mí es que me temblaban las piernas, estaba muy nerviosa”, recuerda entre el rubor y la emoción.
A pesar de sus raíces e infancia andaluzas, confiesa Carmen Linares que es en Madrid donde toma conciencia de que quiere dedicarse profesionalmente al flamenco. “Vivíamos en Linares y de ahí pasamos una corta etapa en Ávila hasta que a mi padre lo trasladan a Madrid”. Es en la capital donde entra en contacto con la profesión. “Vivíamos muy cerca de la plaza de Santa Ana, donde estaba la peña Charlot, y por allí pasaban Enrique Morente, Pepe el de la Matrona, Rafael Romero, Juan Varea, estaba muy cerca la casa de Granada… Un barrio muy flamenco por el que ya me movía yo con mi padre”, recuerda.
Fueron los años de sus primeros contratos, en los que la artista era aún una cantaora de atrás, la verdadera escuela para un flamenco. “Cuando uno se hace artista es en el escenario, da igual que sea un tablao, una sala de fiestas o un teatro”, reconoce. “Es machadiano, pero verdad: se hace camino al andar. Los tablaos fueron un libro de vida”.
Cuatro décadas después, Carmen Linares ha alcanzado hitos insospechados en la historia flamenca contada y protagonizada por mujeres. Y siempre desmontando tópicos: en la racialidad, en la forma de vestir —”me visto con mi tiempo”, protesta—, en sus aventuras por otros caminos musicales… Ha sido una de las primeras artistas del género que, invitada por la Orquesta Filarmónica de Nueva York, actuó en el Lincoln Center de la Gran Manzana. Ha trabajado junto a directores como Frühbech de Burgos, Josep Pons y Leo Brower —con los que ha cantado El amor brujo y La vida breve, de Falla— y ha paseado la flamencura de su voz por el Teatro Colón de Buenos Aires, la Ópera de Sidney y el Royal Albert Hall de Londres, entre otros espacios de referencia internacional. Pero sin duda, posee la exclusividad de ser la única mujer del flamenco que ha ganado el Premio Nacional de Música en la categoría de interpretación. “Para mí, más que un éxito personal, fue un triunfo para el flamenco, la consideración de un arte que debe estar en lo más alto”, comenta con una humildad que desarma.
En el espectáculo con el que Carmen Linares abrocha hoy cuatro décadas de defensa de este arte, se abrazan, como también lo han hecho a lo largo de su carrera, el cante y la poesía contemporánea. Sobrevuelan su imaginario flamenco Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, José Ángel Valente, que aparecen durante todo su discurso… Continuas fuentes de inspiración para una cantaora que no ha rechazado jamás las influencias externas a lo jondo. También están la omnipresente guitarra —pasión heredada de su padre, guitarrista aficionado— y el baile. “Siempre me acompaño del baile porque he sido una bailaora frustrada, ver a alguien bailar bien me hace dar saltos en la silla”, bromea. Pero si hay un recuerdo especial en este concierto-homenaje es al que puede decirse que fue el disco emblemático de su carrera, Antología de la mujer en el cante, que grabó en 1996. “A día de hoy podemos decir que nos hemos perdido muchas voces femeninas por culpa de la oposición de la familia. La profesión de artista estaba muy mal vista, sobre todo en lo jondo. Es un mundo de hombres”, admite.
Cantaores irrepetibles
Reconoce, no obstante, haber sido protagonista de una época dorada. “Tuvimos más suerte que los cantaores jóvenes de ahora. Había mucho trabajo, enganchábamos un contrato con otro, podíamos aprender de los artistas que escuchábamos en directo, con un acceso muy cercano”, recuerda. De entonces quedará, como ha ocurrido en la literatura en algunos momentos en los que las coordenadas espacio-tiempo han dado lugar a generaciones tocadas por la varita de la genialidad, un grupo de cantaores irrepetible. Carmen Linares está inscrita como miembro fundacional de una pléyade flamenca extraordinaria que se congregó en torno al Café de Chinitas, donde coincidió con Camarón, Paco de Lucía, Enrique Morente, los Habichuela... “Fue un momento mágico, sin duda”, resume.
Los años, no obstante, han pasado lentos para Carmen Linares, que paladea con pausa cada uno de sus recuerdos. “Es que la prisa es enemiga del flamenco, esto es una carrera lenta. El cante lo tienes que ir madurando, lo tienes que ir haciendo tuyo, ir aprendido paso a paso, con un tempo muy determinado. Hoy todo va más deprisa, como la vida misma”, reflexiona. Aun así, y aunque habla con la distancia de quien sabe que el camino recorrido es mayor que el que queda por recorrer, la palabra retirada no figura en su vocabulario. Se encuentra en un momento “muy disfrutón”, comenta entre risas. “Rodeada de gente joven, en gira, y con otro proyecto ya nuevo en marcha. Mientras mantenga la ilusión...”.
Babelia
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