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Jorge Sanz: “Ahora me ven respetable, pero soy el mismo descerebrado de siempre”

El ex niño prodigio, protagonista de ‘Bélle époque’, el clásico cinematográfico que cumple 30 años, estrena función de teatro y se confiesa “baqueteado, pero feliz” a los 52 después de una vida de altibajos profesionales y personales

El actor Jorge Sanz. Fotografía de BERNARDO PÉREZ. Vídeo de CARLOS MARTÍNEZ y LUIS ALMODÓVAR
Luz Sánchez-Mellado

Dejé en barbecho unos días esta entrevista después de hacerla. Error. Al escuchar la grabación para transcribirla tuve que parar cada tres segundos para descifrarla palabra por palabra. Tal es la rapidez oral, y mental, del entrevistado. He oído ráfagas de ametralladora más lentas en el cine. Imposible, también, recrear el aparato gestual con el que acompaña su charla y la complicidad que busca y consigue con el auditorio. Salta a la vista, y al oído, que quiere gustar al interlocutor. Al pasar al vídeo, pregunta hasta dónde llega el plano y mete tripa para la cámara. Se las sabe todas.

¿Qué fue de Jorge Sanz desde la serie ‘Qué fue de Jorge Sanz’, que protagonizó en 2010 con su amigo David Trueba?

Pues he vivido. Decía Fernán Gómez que la fama dura cinco años. También lo relató Serrat: al principio, todo el mundo flipa con Mediterráneo; luego, acaba hasta las narices, y después lo redescubren y se vuelven a enamorar de Mediterráneo. Hay etapas. Todo lo que destaca demasiado cae mal. Hay como un desprecio a la excelencia. Entonces, lo que he hecho ha sido esperar, vivir, hacer cositas para pagar las facturas, a veces con ayuda de los amigos, hasta que llega un momento en que te redescubren y vuelves a currar. A mí me ha pasado varias veces.

A raíz de esa serie, hubo quien le tenía pena, por sus años de ostracismo.

Sí, y me paraban por la calle y me preguntaban si realmente estaba tan mal y necesitaba ayuda económica. Y yo les tenía que decir que había cobrado por hacerla, y que no era exactamente mi personaje. Pero, vamos, que eso es igual que cuando me tenían manía por tener éxito y novias.

Pero usted cae bien a todo el mundo. Es algo así como el golfo simpático.

Soy muy afortunado. Porque, además, me han encasillado en el lado bueno de la vida. Si me hubieran encasillado en el lado del tío gordito amargado, aún podría quejarme, pero yo era el tío simpático que se lleva a la chica. Date cuenta que yo hice Belle époque, el papel soñado por cualquier actor. Verónica Forqué me decía: “La fama es cojonuda, aprovéchala, piensa que eres el primo segundo de todo el mundo”. Visto así, está bien. Hay quien dice que la fama no te cambia. Y una mierda, claro que te cambia, pero aprendes a manejarla.

¿Cómo te cambia?

Yo iba al colegio con mi propio coche a los 16. A los 19, tenía un ático en la calle Hortaleza y era el puto amo del mundo, un gallito arrogante e intratable. Un cretino. He vivido siempre como un duque. Hasta cuando llegaba de estar rodando tres meses en Cuba a todo trapo y mi padre, coronel de caballería, me encerraba en su cuartel para que volviera a encarrilarme. Lo que él no sabía es que, en el cuartel, el hijo del coronel también vive como un duque.

Qué duro ser Jorge Sanz.

No, es maravilloso, pero agotador. Yo no soportaba la idea de que hubiera alguien pasándoselo bien y no estar yo ahí. Siempre tenía la sensación de estar perdiéndome algo, e iba a buscarlo, a costa de lo que fuera.

¿Y cuándo cambió eso?

La vida te pone en tu sitio. Vienen los hijos. Tus prioridades dejan de ser pasarlo bien y empiezan a ser que los tuyos estén bien y disfruten, y pagar las facturas.

¿Le costó hacerse adulto?

Es que yo no soy de mi generación, sino de la anterior. Mi generación es la de Agustín González, Pepe Sacristán, Manuel Alexandre. He pasado de ser el niño de los rodajes a ser el abuelo, y no me he dado ni puta cuenta. En los Goya, cuando empiezan con el In memoriam, me voy al baño, porque los conozco a todos: a los directores, a los actores, a los técnicos, he trabajado con todos. Un día me di cuenta de que todos los presentadores de los telediarios eran más jóvenes que yo, y flipé.

¿Eso fastidia?

Eso jode que te cagas.

¿Se siente joven por dentro?

Depende de lo que me duela ese día. Estoy descoyuntado.

¿Pero no dice que ha vivido siempre como un duque?

Sí, pero también he dormido en coches, tengo tres vértebras aplastadas, no tengo ligamentos ni en la rodilla ni en los tobillos... Antes no había escuelas, aprendías a palos. En los rodajes decían: “Dale un pellizco al niño, que hay que repetir la toma”. Estoy muy baqueteado, pero feliz.

Toda mi técnica ha sido siempre de cara a la cámara. Los animales, los perros y los niños damos bien en pantalla

¿Se oxida uno de no actuar?

Ahora, con el teatro, estoy como un niño que empieza a aprender matemáticas porque el profesor le motiva. En el cine juego con ventaja porque soy fotogénico, las cosas como son. Toda mi técnica ha sido siempre de cara a la cámara. Los animales, los perros y los niños damos bien en pantalla, eso es así. Y ahora me estoy redescubriendo como actor de movimiento y estoy emocionado, porque yo soy muy perro.

¿Perro de vago?

Perro de sargento chusquero, de resabiado, de cuartelero, un sitio donde el respeto no se impone, se gana. Gabriel Olivares, el director de El premio, sabe más que yo, me ha conquistado y estoy entregado, porque soy un chusquero de cojones.

¿Cómo le cambian a uno los hijos?

Yo tengo un hijo cada 12 años, es una costumbre muy arraigada. Con la primera, fui un gilipollas, reaccioné tarde con la madre y me perdí sus primeros 18 años. El segundo fue un regalo de la vida. Me reencontré con Paloma Gómez, mi compañera en Valentina, que rodamos cuando éramos unos críos, yo tenía muchísimas ganas de tener un hijo, y aquello fue mágico. Por eso le pusimos Merlín. Nació con fibrosis quística. Luego, murió Paloma. Y la vida volvió a ponerme en mi sitio.

¿Fue el gran palo de su vida?

La mayor hostia y la gran satisfacción a la vez. La fibrosis quística es una enfermedad cuya esperanza de vida estaba en ocho años cuando nació, colega. Ha sido una lucha muy gratificante. Ahora estamos a punto de conseguir que sea casi una enfermedad crónica. Y mi pareja y mi hijo pequeño son una bendición y lo estoy disfrutando una barbaridad. He llegado hasta aquí por todas las cosas que he tenido que superar. Y ahora soy abuelo, estoy en un gran momento.

Es casi un abuelo adolescente.

Bueno, mientras siga teniendo pelo, no me quejo. Tengo la sensación de que me queda la segunda parte del partido. La gente te redescubre y ve que ya no eres el niño de Conan, sino Jorge Sanz, un tío con poso. Pero soy el mismo descerebrado de siempre.

¿Le ven más respetable?

Sí, macho, es acojonante. Yo lo agradezco, pero, como decía Quique San Francisco, preséntame a tu hija y verás qué respetable soy.

Si dice que le queda medio partido por jugar y tiene 52 años, ¿piensa vivir 104?

No te pases. Estando bien de la cabeza, que me quiten lo bailao.

Sí, porque bailar, comer, beber y lo otro ha bailado lo suyo.

No te imaginas. Mi madre me lo echaba en cara: te has gastado fortunas, hijo mío. Me parece un epitafio fantástico. “Jorge Sanz: se gastó fortunas”. Pero no me arrepiento de nada. Hay que saber estar arriba y abajo. He llegado aquí pasando muchas páginas, de las buenas y de las malas, y estoy muy agradecido y satisfecho.

¿Algún consejo a los nuevos?

Que no bajen las escaleras con las manos en los bolsillos.

ABUELO JORGE

Hubo una época en la que Jorge Sanz (Madrid, 52 años) aparecía en casi todas las películas de la cartelera. Sanz, hoy abuelo, empezó a actuar de niño y participó en títulos como Amantes, de Vicente Aranda, y Belle époque, de Fernando Trueba, de la que ahora se cumple el trigésimo aniversario. Después, desapareció de primera línea hasta que la serie Qué fue de Jorge Sanz (2010), creada a medias y dirigida por su amigo David Trueba, y donde interpretaba a un actor venido a menos, lo rescató del ostracismo. Ahora estrena la obra de teatro El premio, junto a la actriz María Barranco en Madrid. 

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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