Almería borra de su alcazaba el rastro del franquismo, que la quiso convertir en la Alhambra
El Gobierno de Franco edulcoró la muralla con el objetivo de atraer al turismo. Hoy se rehabilita para devolverle su sentido original
A los pies de la Torre del Saliente, en un rincón de la alcazaba de Almería, hay más de mil años escritos en piedra. En su base resiste un tramo de tapial fechado en el siglo X, la estructura principal es del XIII y de época cristiana son las troneras que permitieron incluir artillería más allá del siglo XVI. Apenas quedan detalles de los retoques tras el terremoto de 1707 o las guerras carlistas del XIX, pero sí destaca el forro de mampostería que se añadió en el siglo XX para dar estabilidad o las oficinas que se construyeron entonces. También un refuerzo de tapial instalado hace apenas unos meses, aún con las marcas de la madera del encofrado. “Ahora se pueden ver todas las cicatrices de la muralla”, dice el arquitecto Pedro Gurriarán, que junto a un equipo de arqueólogos y aparejadores ha eliminado la restauración historicista en todo el lienzo norte del recinto para devolverlo a los orígenes. Es el mismo camino que seguirán los principales muros de un espacio un que cuenta con 7,4 millones de euros para su rehabilitación, la mayor inversión de la historia de este Bien de Interés Cultural.
Con un entorno poco urbanizado en la actualidad, la alcazaba de Almería —monumento más visitado de la provincia, con 255.000 personas en 2019— refleja el esplendor de la antigua ciudad y ofrece preciosas panorámicas de la actual, con el barrio de La Chanca y el Mediterráneo a sus pies. Con un perímetro de casi kilómetro y medio, fue levantada en el siglo X sobre un antiguo asentamiento emiral dos siglos anterior en un alto cerro cercano al puerto, el más importante de Al-Ándalus. Cuenta con enormes murallas que protegían primero a los gobernantes y, después, a los residentes. Llegó al siglo XX con uso militar. Y, en estado ruinoso, pasó a manos públicas tras la Guerra Civil. Entonces se restauró durante cuatro décadas. Bajo la batuta del arquitecto Prieto-Moreno, se inventaron elegantes jardines por los que ahora corre el agua y se camufla el camaleón, se reconstruyeron edificios por completo y se enfatizó el color ocre en las murallas. Querían replicar la Alhambra.
“El franquismo se abría al turismo y había que ofrecer una imagen romántica, especialmente en la zona que salía en las fotos, la sur”, recuerda el aparejador Pedro García, parte básica en unas obras que se centran en restaurar, pero también en eliminar las actuaciones que se hicieron entonces “sin criterios arqueológicos”, como apunta Gurriarán mientras camina junto al portentoso muro norte defensivo. Es una pared de casi 200 metros de largo y ocho de alto que ya luce esas cicatrices que revelan su historia. En la piel de roca hay más sorpresas. Destaca especialmente la recuperación de su original color blanco, fruto de los enlucidos de cal que los alarifes islámicos aplicaban para embellecer la edificación. “Nos han acostumbrado a las imágenes pintorescas de fortalezas de color marrón, pero al menos aquí no era cierto: la muralla era blanca”, afirma Gurriarán. “Debía ejercer casi de faro cuando reflejaba el sol”, añade el especialista con fascinación. Era encalada periódicamente. También las viviendas del interior del recinto, tradición heredada por los pueblos blancos andaluces de hoy.
La lectura histórica de la muralla norte permite observar la dirección en la que sus constructores extendían la cal. Y en una zona que aún mantiene casi intacto el enlucido de hace 600 años, se puede ver dibujado un amuleto. Se cree que se realizaba para proteger el lugar, como explica el arqueólogo Jesús de Haro. Ahora es visible la mezcla de las primeras edificaciones de hace un milenio a base de tapial de tonos blancos con los añadidos del siglo XV de tono más oscuro. Los sillares instalados en tiempos de los Reyes Católicos aún reflejan las marcas de los canteros. Estudios estratigráficos, documentos y pruebas de carbono 14 han permitido datar cada área de trabajo, donde se han realizado precisas actuaciones con morteros a la carta en función de las técnicas y materiales de cada siglo, como el mortero recién instalado en la Torre del Saliente.
Son trabajos integrados en la construcción original, pero diferenciados y ubicados a distinto nivel conforme a la Ley de Patrimonio Histórico y que suponen las páginas que el siglo XXI escribe en estas murallas. No serán los últimos. “Si en el futuro hay más información, mejores materiales o técnicas, se pueden deshacer”, afirma Gurriarán. “Hemos trabajado con pies de plomo”, subraya la directora del conjunto monumental, Gema Embi.
Los andamios del tramo norte fueron retirados días antes de las fiestas navideñas, pero ya se instalan muy cerca para cubrir la Muralla de la Vela, donde los trabajos arrancarán en los próximos días. Es la siguiente fase de unos trabajos de rehabilitación que serán intensos hasta 2024 y contarán con 7,4 millones procedentes de fondos europeos del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia, que se suman a los tres invertidos por la Junta de Andalucía desde 2019. Las actuaciones pretenden culminar el segundo tramo de la muralla norte, sacar a la luz la construcción original de la muralla sur —de 400 metros de longitud— así como reformar el sistema de abastecimiento de agua. Finalmente será el turno de la pared defensiva del cerro de San Cristóbal, que hoy muestra una lisa superficie de hormigón que se añadió a mediados del siglo pasado. Pronto será eliminada en busca de los muros originales para volver a leer su historia.
Babelia
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