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Jorge Martínez, de Ilegales: “En cuanto nos robaron los instrumentos fuimos con todo hasta recuperarlos. Con la policía hubiera sido imposible”

La banda asturiana cumple 40 años de carrera con un disco que homenajea a Pío Baroja, ‘La lucha por la vida’. Su líder y fundador repasa una intensa vida de canciones, violencia y amor

Jorge Martínez, en el Club Argos, en Madrid, el 24 de febrero.
Jorge Martínez, en el Club Argos, en Madrid, el 24 de febrero.Álvaro García
Manuel Jabois

Jorge Martínez (Avilés, 66 años) es Jorge Ilegal, líder y fundador de Ilegales, una de las más grandes bandas de la historia del rock español. Celebran 40 años de vida con un álbum La lucha por la vida, en el que canciones nuevas y algún clásico del grupo son cantadas por artistas como Calamaro, Luz Casal, Dani Martín, Josele Santiago, Guille Galván y Juanma Latorre, de Vetusta Morla, o Loquillo. Descendiente de Pedro Menéndez de Avilés, el Adelantado de Florida, pirata que llegó a gobernador de Cuba. Martínez, personaje culto, macarra e inclasificable llega al club Argos de la plaza Santa Ana de Madrid el mismo día en que Rusia invade Ucrania. “Ellos creen que Ucrania es suya. Siempre la han considerado su granero. Stalin dejó morir de hambre a la gente en Ucrania para vender el grano al exterior y figurar como el máximo productor del mundo. Todo era previsible. Es una postura imperialista, zarista”, dice mientras se sienta. Pide un té. No fuma: no ha fumado nunca.

Pregunta. ¿Mira mucho atrás?

Respuesta. Últimamente nos pusimos a ver los directos de Ilegales que tenemos en cintas y hay fallos de cojones. Pero teníamos el ritual que supone un concierto en directo con aquellos equipos de sonido que había en los ochenta, que eran más potentes que los de ahora.

P. Un ritual que no sólo estaba encima del escenario.

R. Vivíamos los momentos de las tribus urbanas. Hoy la gente es más tolerante, no existe esa fricción que lleva al combate de inmediato. Pero en ese momento eran los punkis, los mods y los rockers. Unos skinheads llamados Oi! muy molestos. Los modernos, que eran víctimas de todos. Los heavys.

P. Y se pegaban.

R. Pegarse era sistemático en los conciertos de Ilegales. Nosotros atraemos a un público muy amplio y en aquellos años se daban cita allí muchas de esas tribus. Supongo que pasaba igual en las reuniones tribales de la Edad de Piedra, cuando se cantaba en los festivales a la luz de la luna. Todas esas cosas que la Iglesia fue aprovechando y canalizando de civilizaciones y religiones anteriores tiene mucho que ver con el rock. La Iglesia sí que montó un sitio de puta madre para conciertos con esas vidrieras, las luces psicodélicas, el eco...

P. ¿Tocaron alguna vez en un recinto religioso?

R. En el [teatro auditorio] Camp de Mart, Tarragona. Vete a a saber si Nerón tenía un sistema de amplificación; tocaba la lira: era muy bueno y componía bien. Eso estaba muy mal visto en la sociedad romana de la época; de alguna manera era un marginado. Yo no me creo que haya incendiado Roma. Roma se iba a incendiar tarde o temprano. Casi todas las ciudades ardieron en algún momento. No es que quiera absolver a Nerón de sus posibles crímenes, pero probablemente Nerón, y todos los monstruos de Roma, están en mí, incluso en ti, y en ella [señala a una mujer que toma café a veinte metros, ajena a la conversación].

P. La composición.

R. Hay canciones de Ilegales, también en La lucha por la vida, que contienen armonías muy inestables, incluso muy elaboradas y modernas, como puede ser El bosque fragante y sombrío, en la que colabora Iván Ferreiro. Es una canción que lleva armonías un poco extrañas y que conecta con música clásica. La podría desgajar y crear una obertura, la parte media, un allegro.

P. En Ilegales siempre han tocado en muchos estilos. Ya desde el primer disco.

R. El primer disco aparece en un tiempo en que las bandas y los artistas tenían muy pocos recursos musicales, apenas tenían conocimientos y llevaban a gala, de hecho, no saber tocar. Y repetían la fórmula, la única que conocían, muchísimo. A eso lo llamaban tener personalidad. Joder, me cago en su personalidad. Nosotros lo que queríamos era no tenerla en absoluto.

P. Se les criticó.

R. Porque para la crítica era un problema no poder encasillarnos y meter el disco en ninguno de esos estilos para los que tenían cajitas en su página. Había unas armonías distintas, se jugaba a mantener espacios, a no coincidir el bajo con la batería para dejar huecos. ¡Trabajábamos los silencios! Había un cierto horror al silencio en los años ochenta.

P. ¿Por qué?

R. Porque el silencio hacía más notables las deficiencias. Unos meses después ya se veían las cosas de diferente manera. Y de alguna forma Ilegales marca el fin de la movida madrileña. La movida madrileña no es que haya sido Ilegales quien acaba con ella, sino que murió de pura indigencia. Tuvieron que importarse grupos periféricos para mantener una estructura económica que iba a morir de inanición.

Gran parte de la duración de un grupo como Ilegales se debe al deseo tan intenso que teníamos por tener una guitarra eléctrica.

P. Usted es de Avilés.

R. Yo he vivido en muchos sitios. En Avilés mamé muchas cosas, porque eran zonas donde había industria y se movía mucho dinero, y sobre todo había mucho nuevo pudiente. Gente que empieza, que tiene un empleo estable. Y por tanto había dinero para instrumentos y muchas fiestas de estas que hay en los prados, romerías. Ahí aparecieron guitarras eléctricas de alta gama muy pronto, cuando no existían en ningún otro sitio. Recuerdo la explosión del twist en el 62; era un niño, todos sabíamos bailar twist y las guitarras eléctricas sonaban constantemente.

P. Y se hicieron con una.

R. La guitarra eléctrica era algo impensable, pero conseguimos tenerla. Yo creo que gran parte de la duración de un grupo como Ilegales se debe al deseo tan intenso que teníamos por tener una guitarra eléctrica. Observar el objeto de deseo durante tanto tiempo creó un vínculo tan fuerte entre el instrumento y el individuo que se ha hecho indeleble.

P. Ahora las colecciona.

R. No, no soy coleccionista porque yo las uso. Además me han expulsado del club de los coleccionistas, tanto de las guitarras como de los soldados de plomo.

P. ¿Por qué?

R. “¡Oh!, es una L7 de 1952, ¿y le has cambiado las cuerdas?”. Pues claro que sí, joder, las que tenía del 52 ya habían perdido sonoridad. Y las he cambiado porque mis guitarras no son para enseñar, son para tocarlas. Eso sí, le he puesto cuerdas del calibre adecuado, van de puta madre y ahora esta guitarra suena como sonaba en 1952. O mejor, porque puedo procesarla de otras formas, y hay nuevas maneras de hacerle guarrerías a la guitarra.

P. ¿Y con los soldaditos de plomo?

R. Estaba en una coctelería con varios coleccionistas. Yo había conseguido una caja de soldaditos de finales de los años veinte y principios de los treinta. Venían cosidos perfectamente a la caja. Me tomé una copa mientras escuchaba a uno diciéndome que jamás había que descoserlos. Me cago en la hostia. Los descosí todos, los puse en formación perfecta, los moví de aquí para allá; los coleccionistas se echaban las manos a la cabeza. ¿Pero qué te crees que va a pasar con el mundo? Todo se va a descoser. ¿A que los tiro por el váter?

P. ¿Le han echado de muchos sitios?

R. Sí. Y cuando me echan, ya no vuelvo. Y ese sitio se arruina. Es una especie de maldición. La gente que me hace mal, acaba mal, pero además en muy breve tiempo.

P. En diciembre de 2019 Ilegales anunció el robo de sus instrumentos después de un concierto en Barcelona. Casi dos años después, en septiembre de 2021, el grupo comunicó que los habían recuperado casi todos.

R. Claro, ¿a quién se le ocurre robar los instrumentos de Ilegales? Hay que ser tonto del culo.

P. Los recuperaron “de manera poco ortodoxa, pero legal”, dijo. ¿No fue la policía?

R. Con la policía es imposible recuperarlos, así que lo hicimos por nuestra cuenta. Es imposible porque no pueden. Hace falta una orden de registro, por ejemplo, aunque tú sepas dónde están, y los ladrones pueden cambiar los instrumentos de sitio. En fin, yo no tengo paciencia para eso.

P. ¿Qué hicieron?

R. Ellos cometieron muchos errores, como ponerlos en Wallapop y luego retirarlos. Hubo alguien que nos ayudó y que nos dijo que no hiciésemos determinadas cosas porque si no los que acabábamos en la cárcel éramos nosotros. Pero es que un músico sabe que su instrumento es alguien de tu familia. Y cuando alguien pone en peligro ese vínculo, uno no piensa, y eso puede llevar al ladrón a circunstancias muy peligrosas.

P. Buscaron los instrumentos…

R. Un año y medio. En cuanto nos robaron, nos fuimos a por ellos con todo. De forma pacífica, pero no muy pacífica. Los hemos recuperado y ya está. No voy a contar más.

P. ¿Dónde estaban y quiénes los tenían?

R. Estaban en Lérida y eran… Era gente de fuera que no conocía la movida, ni sabía dónde se metía robándonos a nosotros, déjalo ahí.

P. Siempre han sido los malotes…

R. …del lugar. Ya hay una canción del 86 que decía: “Harto de ser el malo del lugar”. Mira que pasé por colegios y por todas partes, y siempre igual.

P. Al menos con un cierto sentido de la justicia.

R. Es que cuando lees el Capitán Trueno, acabas haciendo justicia. Esto se refleja en Nunca lo repitas en voz alta [que canta con Cycle y León Benavente en La lucha por la vida]. “Desde el día en que me bautizaron llevo el diablo muy dentro de mí. Todo el infierno va conmigo porque me he fundido con el mal (…) No existen circunstancias atenuantes. Mi vida es puramente criminal”. Es una canción que se podría aplicar a cualquier político, a cualquier jerarquía eclesiástica o a mí mismo, o probablemente a ti.

El amor no es para todo el mundo. Muy pocos individuos son capaces de amar, y muy pocos son susceptibles de ser amados.

P. Titula La lucha por la vida por Baroja.

R. Mi abuelo era capitán de la marina mercante y en sus largos viajes en barco, leía. Heredé una biblioteca amplia que incluía Baroja, Nietzsche, Valle-Inclán. Absorbí todo y funcionó muy cruelmente con todo el profesorado, porque de ellos sólo aprendía lo que me interesaba. De lo que me interesa, enséñeme todo; de lo otro, nada.

P. Estudió Derecho. Y era buen estudiante, aunque no terminó la carrera.

R. Algún instinto me hacía llevar los estudios en la dirección que necesitaba. Extraje hasta la última gota. Había docentes muy predispuestos a echarte una mano y había otros que querían cortarte las alas con ese cuchillo que se llama educación. Venían dispuestos a amoldarte para un futuro. El buen padre de familia que mantiene un empleo estable. Que la Universidad esté al servicio de la empresa y que fabrique empleados obedientes, que estén comprometidos económicamente, vía vivienda, banco, etcétera, con la empresa en cuestión y que sean dóciles y manejables y, sobre todo, que no tengan criterio. Y se acaba queriendo eliminar del plan de estudios la filosofía o el latín.

P. Lo útil y lo inútil, como si se supiese.

R. El latín, además de formarte, tiene la virtud de que desarrolla muchísimo la mente. La sintaxis latina, esa manera en que se ensamblan las palabras, desarrolla muchísimo las capacidades mentales.

P. Usted sabe manejar armas.

R. Con 7 años disparé las primeras. Era muy buen tirador. Tirábamos en las ferias. Y años más tarde salíamos con las escopetas de balín el resto de niños a dispararnos unos a otros, por eso más de uno se quedó tuerto en aquella época.

P. ¿Juegos infantiles de la época?

R. Bueno, ya éramos adolescentes. A un amigo mío le metieron un tiro en la frente y se le quedó un balín incrustado, y el mismo que disparó la carabina cogió un palo del suelo para extraérselo. Cosas que no se olvidan, claro. Lo más peligroso, de todos modos, no eran las carabinas sino las ballestas, que las hacíamos con paraguas. Uno se quedó sin brazo.

P. El éxito.

R. No me importa. Nunca valoré el reconocimiento. Soy un desagradecido.

P. ¿Y el dinero?

R. Lo justo para sobrevivir, a pesar de mi letra de “quiero ser millonario para olvidarme de los amigos”. Pero el sonido sí, joder. Me siento grande. Cuando todo está vibrando en su sitio. Eso es lo que me alimenta, eso me vuelve loco. Pero el dinero no: nos hizo más daño que otra cosa. Miembros más jóvenes del grupo se tiraron a las drogas y a probarlas todas: lo que sea y de la manera que sea. Pero gastábamos mucho en el equipo de sonido. Estábamos locos por el sonido que teníamos sólo nosotros, con un equipo que era carísimo. Teníamos el mejor equipo y las mejores guitarras y todo lo mejor. El público tenía mucha suerte con nosotros porque lo invertido con las entradas y los discos lo recibían de vuelta casi de manera inmediata.

P. La muerte. Alejandro Espina, Jandro, murió en 2016 a los 45 años de un infarto. El histórico bajo de Ilegales.

R. Todavía oigo su voz. Hemos estado juntos 23 años. Corrimos aventuras de todo tipo. Hemos vivido momentos grandes. Un infarto. Alguien que llevaba la vida más sana de todos los que han pasado por el grupo. ¡Si aún me hubiese pasado a mí, que me meto en mil líos!

P. ¿Usted tiene miedo a morir?

R. Yo tengo un problema de déficit de miedo serio. Serio, porque sé que el miedo es necesario. Cuido mi vida. Pero la vida acaba mal. La vida mata. Por eso, mientras estamos vivos hay que pasarlo bien en el baile.

P. Vivir sin novia ni reloj, canta en el último disco con Carlangas, de Novedades Carminha. ¿Cuántas veces estuvo enamorado?

R. Prefiero no hablar de esos temas. Ni tocarlos, porque estallan.

P. Pero escribe, no sé si a su pesar, algunas canciones de amor.

R. El sexo es barato y es fácil, y puedes vivir muchos años con una pareja. Pero el amor no es para todo el mundo. Muy pocos individuos son capaces de amar, y muy pocos son susceptibles de ser amados. El amor no se contempla en muchas culturas. Durante miles de años ni se tenía en cuenta a la hora de hacer una familia. Bien, en algún momento parece ser que alguien descubrió que hay un filón económico fuerte…

P. ¿Y la química?

R. Creo que es algo misterioso. Pero, desde luego, no es para todos los individuos. Parte de la población cree que se ha enamorado. No es así. Otra cosa es que cuando se acaba una relación prolongada se genere afectos y tal. Pero amor... El amor es muy escaso y muy caro. Y las consecuencias pueden ser terribles. La historia lo demuestra.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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