Arco 2022: ‘Cerrar para abrir’, cómo coserse la vagina significa ganar libertad
Artista de género no binario, Wynnie Mynerva se encuentra detrás de la obra de la polémica en esta edición de la feria de arte: una instalación de vídeo que documenta su intervención de reasignación de sexo
El arte, cuando sale de sí mismo para explorar el mundo que le rodea, adquiere la capacidad de convertirse en un sinónimo casi perfecto de debate. Los artistas se transmutan así en fabricantes de ideas, en escultores de conceptos que hacen visibles y maleables. Si existe a día de hoy una conversación que acapare el interés del pensamiento creativo esa sería la de la cuestión del género. Artista de género no binario porque, asegura, desconfía “de la norma y el miedo me lleva a la desobediencia”, Wynnie Mynerva (Lima, 1993) ha puesto el cuerpo, en su sentido más literal, para colocar este discurso en el corazón de la plaza pública.
Estos días, esa ágora palpita en los pabellones de Ifema, el recinto ferial madrileño en cuyas naves industriales se concentran bajo el paraguas de Arco galerías, artistas y obras aterrizadas desde de todos los rincones del planeta. La de Mynerva, que bien podría definirse como descarnada, se ha revelado como la pieza polémica que cada año, casi indefectiblemente, copa los titulares de la feria. Con el esclarecedor título de Cerrar para abrir, la obra consiste en una instalación presidida por un vídeo que documenta, en primer plano, parte de la intervención a la que se sometió para coser “unas tres cuartas partes” de la abertura de su vagina.
“El arte es un registro de la humanidad, una manera de documentar en qué piensan las personas y cuáles son sus demandas”, ilustra Mynerva, que participa en Arco con la galería limeña Ginsberg, sobre la base teórica en la que fundamenta su proyecto. Criada en un contexto de violencia e inmersa en lo que define como “el país de la misoginia”, es consciente de que ese marco ha resultado definitorio a la hora de construir su identidad personal y su visión creativa, ambas caras de una misma moneda. Con su obra, que aspira a ser un mensaje de “lucha por nuestros derechos”, Mynerva entiende que apela a “un sector más amplio”: una colectividad global y transversal que la trasciende como persona. “La libertad solo existe cuando se hace uso de ella”, defiende. “Y con este proyecto siento que gano calidad de vida”.
Cerrar para abrir aspira a convertirse también, como explica, un modo de “reconciliarme con mi vagina”, el órgano que la ataba a una femineidad de la que ha querido desprenderse para reapropiarse de su propio cuerpo. El vídeo recoge solo una parte de la operación de lo que denomina como “algo así como una reasignación de sexo”, ya que la intervención fue realizada de manera ilegal. La obra, explícita y a la vez monótona, ya se exhibió en Perú en 2021, si bien la recepción fue diferente, quizá más extrema, de la que está teniendo en Madrid. “En Lima hay gente que piensa de forma muy conservadora, y su reacción es caer en la negación de mi trabajo”, explica Mynerva, que viste una llamativa minifalda metalizada y botas de plataforma, cuya presencia atrae como un imán a todo tipo de curiosos, fotógrafos y periodistas. “Pero en ese tipo de sociedades conservadoras también hay gente cuya idea de salir de ahí es igual de intensa, gente que quiere ganar derechos y libertades y que sí que apoya mi trabajo”.
Como en esta ocasión, todos sus trabajos anteriores están atravesados por los caminos en los que se cruzan y aquellos en los que se bifurcan el género, el sexo y la sexualidad. A través de todo tipo de medios, desde la pintura a la performance, el happening y la escultura, Mynerva ha abordado desde la primera persona cuestiones como la prostitución, el aborto y el placer. En su primer proyecto, El otro sexo, creó “un inventario de órganos sexuales” que quiso llevar (sin éxito) a los institutos limeños, y que acabó cerrando, según cuenta, la galería donde se iba a exponer una semana antes de la inauguración. En Sex machine planteó una reflexión sobre cómo “para generar placer no tienes que recurrir a órganos ni partes biológicas”. En el happening El jardín de las delicias invitó a quien quisiera a practicar sexo dentro de unas bolsas de látex, “generando un paisaje onírico para que la gente disfrutara de su libertad”. Y en la performance Soy un principio y un final se comió los restos de su propio aborto. “Hablar de mí es hablar de personas similares”, aclara sobre la perspectiva desde la que entiende su trabajo. “Creo que se trata de temas importantes y que no estoy sola”.
La idea de “dejar marca de su deseo” cerrando su vagina ya le venía de lejos a Mynerva, que se formó en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Perú, y cuya obra individual se ha expuesto en su país, así como en Nueva York y, ahora, Madrid. “Yo quería hacer esta operación desde hace mucho tiempo, porque no uso la vagina para tener relaciones sexuales ni quiero ser madre”, relata. “Hay un tejido social, político y cultural que nos cruza como seres humanos, y yo quería dejar huella a través del arte”, agrega. Se trata, en fin, “de plasmar las inquietudes de la humanidad y ganar espacios en la realidad”. En un contexto donde “parece que no existen posibilidades más allá del pene y la vagina”, Mynerva, que no se considera ni mujer ni hombre, ha querido proponer y, sobre todo, materializar, una alternativa. “No me quiero morir sin alcanzar los derechos y libertades que deseo para el futuro”, resume. “Cada obra que hecho ha sido como ganar un espacio de libertad para mí”, cuenta sobre sus planes de futuro. “Y cuando piensas que has ganado unas batallas, de repente se van abriendo otras”.
Babelia
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