‘Flee’: el drama de la emigración en un excelente documental animado
El director Jonas Poher Rasmussen conquista la verdad de la historia a través de la mentira del dibujo para plasmar la vida de un afgano en Dinamarca
Jonas Poher Rasmussen ha logrado un hito en las recientes nominaciones a los Oscar gracias a Flee: la primera película de la historia en ser candidata a tres premios tan distintos como los de mejor documental, mejor película de animación y mejor película internacional. Y aunque documental y animación parezcan en principio términos dispuestos para conformar un oxímoron, el director danés conquista la verdad de la historia a través de la mentira del dibujo, como ya hicieran antes autores como Ari Folman en Vals con Bashir y Rithy Panh en La imagen perdida. Con delicadeza, dolor y rigor; con brío, pasión y matices. La figura del refugiado, esta vez en la persona de un chaval afgano que recorre distancias y experimenta la crueldad humana con la naturalidad del superviviente, adquiere con la excelente película de Rasmussen un color especial.
Su objetivo es viajar a Suecia, donde al menos tiene familia que le espera para ayudarle en su nueva vida. Pero el recorrido desde Kabul, largo, intermitente y dramático, le hace establecer paradas obligadas en Rusia y Letonia, hasta culminar no en Suecia sino en Dinamarca. La historia, naturalmente, es real: la de un compañero de colegio del director de la película, que acepta muchos años después contar su historia con la condición de que no se revele su identidad. Y ahí entra la animación. Rasmussen decide narrar su documental animado exponiendo en todo momento la tramoya de las entrevistas, su propia presencia y la de las cámaras (dibujadas). Y, con buena parte de los testimonios del protagonista, ir estableciendo flashbacks de apoyo, articulados casi en forma de ficción, pues en esta vertiente no se puede hablar de docudrama. No solo eso: el director añade también, en una de las mejores y más insólitas decisiones de la producción, diversos pasajes documentales procedentes de noticiarios de todo el mundo, en acción real, que completan una obra abierta, libérrima y verídica, en la que los diversos formatos nunca se cruzan ni se chocan. Simplemente se complementan.
Por un lado, la animación ejerce de elemento de distanciamiento en algunos de los episodios más crudos de la odisea. Por otro, la película consigue que el drama que hay detrás no solo se intuya, sino que se palpe. Una fina línea, y aparente contradicción, que contiene matices artísticos de original metodología. Rasmussen compone siempre sus dibujos con un trazo, un colorido y una animación muy sencillos. Sin embargo, opta por la loable decisión de que cuanto más descarnados son los acontecimientos y las vivencias, más grises resultan los colores, y más conceptuales y abstractos los dibujos.
Es normal pensar en Persépolis, de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, como referente de Rasmussen, siendo ambas historias reales de adolescentes que se ven obligados a abandonar su tierra en pos del sueño europeo de los años noventa, y que aparecen en la pantalla con las formas, las texturas y los tintes de la representación animada. Y, en verdad, algo del relato de Satrapi hay en Flee. Pero la película incorpora un elemento más: el de su vida actual en Dinamarca, con el componente homosexual como pieza final de un puzle artístico, social, político y humano. De autodescubrimiento personal, de memoria fragmentada y de singular retrato de la inmigración.
Flee
Dirección: Jonas Poher Rasmussen.
Género: documental de animación. Dinamarca, 2021.
Duración: 90 minutos.
Estreno: 18 de febrero.
Babelia
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