Las ‘majas’ de Goya dialogan con una venus de Tiziano en la reordenación del Museo del Prado
La nueva disposición añade dos bocetos religiosos del pintor que no habían sido expuestos hasta ahora
“Amigo, llegó el tiempo del mayor empeño en la pintura que se ha ofrecido en Madrid, y es que a competencia ha determinado S. M. que se hagan los cuadros para la iglesia de San Francisco el Grande [de] esta corte, y se ha dignado el nombrarme a mí”.
La carta está fechada el 25 de julio de 1781. El pintor Francisco de Goya escribe a su amigo Martín Zapater una de las tantas misivas de una correspondencia que después se convertiría en libro, y que atestiguan un capítulo de la historia de España, para contarle que tras su polémica y dura salida de Zaragoza ha encontrado un trabajo en Madrid que le convertirá en pintor de la corte por mediación del conde de Floridablanca. Goya tiene que pintar una de las siete capillas de la Real Basílica de San Francisco el Grande de la capital y se medirá con otros grandes pintores del momento, muchos ya consagrados, como Andrés de la Calleja, Antonio González Velázquez, Francisco Bayeu y Mariano Salvador Maella. Pero antes, tendrá que presentar unos bocetos de La predicación de San Bernardino de Siena ante Alfonso V de Aragón, el tema que ha elegido. En sus cartas los llama “borrones” y “borroncitos”. Siglos después, esos bosquejos cuelgan en la reformada sala 36 del Museo del Prado como una prueba histórica de la calidad artística del autor incluso en sus primeras pinceladas de un cuadro. Otra novedad en la pinacoteca es la nueva disposición de las majas, que ahora dialogan con una venus de Tiziano.
Los bocetos que ahora se exponen en la pinacoteca madrileña solo se habían visto en contadas ocasiones. El primero de ellos se mostró en 1900 en Madrid y en 1920 y 1921 en Londres. El segundo, más elaborado, con modificaciones, se presenta por primera vez. No son piezas desconocidas —no solo quedaron registradas en las cartas a su amigo Zapater, sin que existían fotografías en blanco y negro realizadas entre principios y mediados del siglo pasado—, pero en las décadas siguientes se perdió la información sobre su paradero. Además, están documentados en 1867 en la colección del VII marqués de la Torrecilla, antepasado directo de Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, cuya fundación, dedicada a la conservación del patrimonio artístico y educativo, es la responsable de que hoy cuelguen en el Prado en un acuerdo con la institución por el que además se han restaurado los dibujos. “No se sabe cómo llegaron las obras al abuelo de Tatiana, que es casi contemporáneo de Goya”, explica Álvaro Matud, director académico de la Fundación.
“Es su primer gran cuadro de altar”, explica a EL PAÍS Manuela Mena, historiadora del arte y experta en Goya, que fue una de las primeras en ver los bocetos cuando aún pertenecía al Prado. “Son obras religiosas que en la producción de Goya son igual de importantes que el resto. Para él no había diferencias”. Por eso Gudrun Maurer, conservadora actual de Pintura Española del siglo XVIII y Goya del Museo del Prado, los ha colocado al lado de otras piezas de esta temática, como Cristo crucificado de 1780, con el que el artista ingresó en la Real Academia de San Fernando. Esta sala, como las otras tres restantes, son el primer ejemplo de la reordenación de parte de la colección permanente del Prado, que será el eje de la programación de la pinacoteca este año. Se han tirado muros, “del siglo XX, no de Villanueva [en referencia a Juan de Villanueva, arquitecto del edificio original]”, aclara Miguel Falomir, director del Prado, sobre las obras. Hay más espacio, más luz y, por tanto, más aire para que estas obras de gran tamaño respiren.
En esta sala dedicada a la religión hay además otros tres bocetos de cuadros de altar para las catedrales de Sevilla y Toledo y para clientes particulares. En todos los ejemplos, pero sobre todo en los bocetos para la Basílica, como recuerda Mena, se muestra “la capacidad inmensa de Goya de variación dentro de su estilo; su manera de entrar en la personalidad de los representados incluso en un pequeño boceto; la composición renacentista con una figura por encima de los demás, los de abajo escuchando a San Bernardino”. El resultado final se puede ver nada más entrar en la iglesia madrileña, a la izquierda. Una obra que clava los ojos en el visitante en este imponente templo.
Otra manera de mirar las majas
Antes de llegar a los bocetos religiosos, el Prado ha reorientado la mirada del visitante hacia las majas de Goya. La maja desnuda y La maja vestida, una al lado de la otra, cuelgan en una nueva sala y se acompañan del cuadro Venus recreándose con el Amor y la Música, de Tiziano, pintado hacia 1555. Es la manera en la que el museo ha recreado la decoración de uno de los gabinetes del palacio de Manuel Godoy donde las mujeres de Goya se miraban con la Venus en el espejo de Velázquez. “El desnudo tumbado es un subgénero pictórico que nació en el siglo XVI y que nutrió el arte de Goya”, ha explicado Falomir, sobre este nuevo diálogo entre mujeres.
La reordenación de esta parte de la colección permanente se completa con un recorrido por los retratos pintados por Goya a partir de la década de 1780 y hasta la de 1800 mostrando el panorama de clientes que buscaron a este artista convertido pronto en el retratista más importante en la corte de su tiempo.
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