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La tragedia y la gloria de la apuesta panameña a los Oscar

Con ‘Plaza Catedral’, Abner Benaim opta al premio a mejor película internacional. La cinta retrata la crueldad de la desigualdad latinoamericana, un mal que alcanzó al actor protagonista, un adolescente negro asesinado durante la pandemia

Fotograma de la película 'Plaza Catedral', del director panameño Abner Benaim.
Camila Osorio

Panamá no suele ser epicentro del cine latinoamericano como México o Argentina, y aún así el director Abner Benaim (Ciudad de Panamá, 50 años) ha logrado que el pequeño país centroamericano levante la frente por la región. Su último largometraje, Plaza Catedral, fue una de las dos películas de América Latina preseleccionadas para los premios Oscar este año en la categoría de Mejor Película Internacional (entre los 15 del shortlist solo está acompañado por la mexicana Noche de Fuego). El 8 de febrero se sabrá si una de las dos logran quedar entre las cinco nominadas, y en marzo se conocerán los ganadores.

Plaza Catedral es una película panameña, pero con un tema transversal a todo el continente: la desigualdad y la violencia urbana. Se hubiera podido filmar en las calles de Río de Janeiro o de Bogotá, pero el director puso el foco de su cámara primero en los altísimos rascacielos de Ciudad de Panamá junto al mar donde las familias adineradas ven desde sus torres de marfil barrios pobres como si fueran un cuadro y no una tragedia.

Allí trabaja una arquitecta adinerada y blanca llamada Alicia (interpretada por la actriz mexicana Ilse Salas, que trabajó con Alonso Ruizpalacios en Güeros y Museo), personaje que está en un duelo profundo después de que su hijo murió en un accidente. “Estoy muerta, muerta por dentro, muerta viva”, dice en un monólogo mientras mira la ciudad desde arriba. Pero Alicia vive frente a una pequeña plaza, llamada Catedral, donde un chico afrodescendiente de 13 años apodado Chief cuida su auto por unos pocos pesos y un día le pide ayuda porque alguien (una pandilla, cree ella) quiere matarlo. Alicia, a regañadientes, acepta ayudarlo cuando lo ve herido una noche.

“La película va más allá de las diferencias entre documental y ficción”, dice Benaim a EL PAÍS cuando comenta el trágico destino del chico. Casi un año y medio después de filmar, la ficción se salió de la pantalla. Fernando Xavier De Casta, el actor natural que interpretaba a Chief, fue baleado y asesinado una noche en junio del 2021 en Ciudad de Panamá. El chico no alcanzó a ver la película. En octubre del 2021, ganó el premio a Mejor Actor en el Festival de Cine de Guadalajara. “Él murió como tantos otros niños que mueren a diario en nuestra querida Latinoamérica, y que mueren anónimamente”, dijo el director cuando recibió conmovido el premio.

Las películas anteriores de Benaim habían sido sobre todo documentales y también habían sido presentados por su país para los premios Oscar. Invasión, del 2014, trata sobre la intervención del Gobierno de Estados Unidos en 1989 para derrocar al general Manuel Noriega. Yo no me llamo Rubén Blades, de 2018, es un documental sobre el famoso cantante de salsa, que ahora es productor de Plaza Catedral.

Invasión fue la primera película que mandamos a los Oscar en la historia de Panamá, y esta es la primera que queda shortlisted”, cuenta orgulloso el director pionero sobre su nueva película en esta entrevista.

El director de cine panameño Abner Benaim.
El director de cine panameño Abner Benaim.Apertura Films

Pregunta. ¿Cómo nace la idea de esta película?

Respuesta. La idea nace de un lugar como bien básico, que es que yo vivía en ese apartamento, ese que mira hacia la Plaza Catedral, y tenía conversaciones con un señor que cuidaba carros abajo. Hablábamos 10 o 15 minutos, o una hora, y decidí que ese lugar fuera el punto de partida. De ahí uno va sumando cosas. Un amigo que vivía en el mismo barrio me dijo un día que le llegó sangrando un señor de la calle que cuidaba carros –porque hay muchos que cuidan carros ahí– y lo llevó al hospital. Así, poco a poco se fue armando la historia. Pero yo, realmente, lo que quería era hablar sobre dos personas que se necesitan y que no lo dicen, no lo quieren aceptar. Quería explorar ese tema de no pedir ayuda, o pedirla muy tarde, o no ofrecer ayuda al otro. El tema de la solidaridad.

P. ¿Por qué enfocarse entonces en el tema de la violencia contra el chico y no contra los adultos?

R. Me parecía el tema más urgente. Yo escucho muchas conversaciones de gente que tiene la capacidad de hacer un cambio, de gente que está en el lado del privilegio. De los adultos siempre se dicen cosas para culparlos, como ‘se le dieron todas las oportunidades y mira cómo terminó’. Pero cuando ves a un niño involucrado en temas de violencia, es más fácil hacer ver que la que está equivocada es la sociedad. El problema es de todos. No puedes echarle la culpa a un niño por, digamos, que en vez de ir a jugar fútbol, toma un arma. Eso es lo que le dieron en su barrio. Hay que hacer algo para que eso no sea así, pero no es la culpa del niño.

Para el personaje de Chief, yo me senté con una trabajadora social y le dije: ‘Estoy haciendo esta película, tengo este personaje, y me preocupa un poco que esté exagerando. Porque eres un niño de la calle que salió de su casa, está afiliado a una pandilla, el padrastro es policía y abusa de su hermana’. Y la trabajadora social me dice: ‘No es demasiada cosa, te faltó que el vecino está en las drogas y que el papá real está en la cárcel o muerto’. Así es acá, en Colombia, o en México. Son problemas que son tan graves y que en Panamá, como es un país tan pequeño, lo vemos al lado nuestro. Como personas, muchas nos ponemos una venda para no ver, para poder vivir una vida en paz. Pero uno hace un esfuerzo en el cine de enviar un mensaje que, si bien no quiero que sea moralista, puede cambiar la percepción.

P. Usted escogió que el personaje de Chief, en la película, viviera en un barrio icónico de Ciudad de Panamá que se llama El Chorrillo. ¿Qué simboliza esa zona?

R. Es el mismo barrio en el que fue la invasión [de Estados Unidos en 1989]. El Chorrillo es un barrio popular que ha tenido muchos problemas de pobreza y que también ha tenido mucho mal nombre, porque ha salido mucho crimen de ahí. Queda en la costa, al lado de San Felipe que es el barrio que se renovó y que es donde está la presidencia, donde están todos los palacios de gobierno, el Teatro Nacional y todo el centro histórico. Y El Chorrillo está al lado de todo eso, pero está muy mal. Si eres turista caminando de un barrio al otro, son cinco minutos, pero hay policías que te paran y te dicen ‘para allá no pase’. También es muy central para Panamá a nivel cultural, es el barrio de donde salió [el boxeador] Roberto Durán, y [el músico] Rubén Blades canta de ese barrio en varias canciones. Durante la invasión es donde estaba el cuartel del general de Noriega y por eso lo bombardearon, lo arrasaron, y se quemó. Al lado de la entrada del Canal de Panamá está El Chorrillo, en el puro corazón de Panamá. Te pasa por enfrente todos los días y por eso me parecía importante.

P. ¿Quería en la película cruzar esa frontera que los policías no le permiten cruzar a los turistas?

R. Sí, es algo que me gusta hacer no solo en el cine sino en la vida. Trato de no funcionar de acuerdo a esas fronteras que están impuestas por, digamos, convenciones. Cuando uno las cruza, uno dice ¿pero y por qué aquí hay una frontera? ¿Qué pasó? ¿Quién la puso?

P. ¿Cómo conoció al actor que interpreta a Chief, Fernando Xavier De Casta?

R. Era un niño realmente excepcional. En un poco como se ve en cámara, tenía ese carisma, esa inteligencia, esa perspicacia. Me conecté con él de una manera muy natural. Nosotros hicimos casting en el barrio de San Felipe y de Santa Ana, están uno al lado del otro del Chorrillo. Él vivía en Santa Ana, llegó a un casting abierto y me llamó la atención. Tenía justo la edad que yo estaba buscando, que es como un niño que quiere ser grande. Me gustó mucho cómo actuaba, él no cambiaba frente a la cámara y entraba en las situaciones de una manera muy realista. Hicimos una pequeña prueba, como de 2 o 3 minutos, y después pasó un año hasta que se empezó a filmar la película. Vimos otros 200 o 250 niños en total y él sin duda era el mejor. Él bailaba danza contemporánea en una academia que se llama Enlaces, y eso me hacía sentir seguro porque entendía que él tenía una rutina ya establecida y que tenía que ver con artes. Él jugaba fútbol, bailaba, pero nunca había actuado.

P. ¿ Y cómo falleció?

R. Hace como seis meses lo mataron. Lo que sé es que estaba en otro barrio, que no era el de él, y que era como a la media noche y que lo balearon. ¿La razón? Hay varias teorías pero no sé bien y no quiero entrar en bochinche. Lo que sí sé es que en cierto modo fue como una víctima de la pandemia misma, porque él antes tenía su vida muy estructurada, bailaba e iba a la escuela. Con la pandemia, no pudo hacer ninguna de las dos. Y después de un rato ya su abuela me cuenta que tenía prácticamente que encerrarlo para que no salga a la calle. La calle se puso mucho peor durante la pandemia, porque no había dinero, había más crimen. Y él empezó a salir con gente que no era buena. No sé qué tan involucrado estaba o no, pero sí murió de una manera muy violenta. Lo que yo sí sé, y lo que entendí al haberlo conocido a él, es que antes estaba salvado de ese mundo. Yo creo que la pandemia en cierto modo se lo llevó. La última vez que hablamos estaba feliz porque se había registrado a una escuela técnica donde le iban a enseñar a ser buzo y a ser mecánico subacuático, y que iba a ganar un montón de dinero con eso.

Fotograma de la película ‘Plaza Catedral’.
Fotograma de la película ‘Plaza Catedral’.APERTURA FILMS

P. Es impactante que su destino terminó siendo tan parecido al del chico en la película

R. Es rarísimo y es fuertísimo. Cuando su abuela vio la película me dijo ‘pero eso es como de la vida real, ¿qué pasó ahí?’.

P. Su película también es sobre la opulencia y la riqueza empezando por filmar los rascacielos de lujo de la ciudad que se ven en las primeras escenas.

R. Representan muchas cosas los rascacielos, pero no necesariamente algo negativo, sino que son simplemente impresionantes. Si nosotros como sociedad podemos hacer esto, entonces podríamos hacer muchas cosas más también. Pero sí, sobre el símbolo que mencionas, que yo me monto en el lugar más alto de la ciudad, pues cuando te montas en el lugar más alto también te aíslas de lo que está abajo. No ves bien. En esa primera toma se ve el barrio, El Chorrillo, pero se ve como parte del paisaje. Entonces cuando ves las cosas de lejos y como parte del paisaje, todo se ve lindo, como si fuera una maqueta.

P. ¿En cuál de estos dos lados de Panamá creció usted?

R. Primero con mi familia vivimos en una casa pero luego en uno de estos edificios. Así que yo estaba totalmente del lado de la arquitecta, fue el mundo que yo conocí. La verdad, la gran mayoría de mi infancia era ese mundo, como con las cosas bastante bien y en orden, y siempre viendo que había otro mundo más allá. Mi mamá era psicoanalista y siempre se voluntarizaba en grupos de ayuda a niñas embarazadas, hacían terapia de grupo. Un par de veces fui a verla, a grabar las sesiones como voluntario, y fui entendiendo estos mundos. Luego especialmente haciendo los documentales me he metido en todos lados y hablado con todo tipo de gente en Panamá, desde las peores cárceles hasta los peores barrios y a cualquier hora. La cámara en ese sentido es una buena excusa para llegar y hablar.

Y la película está contada desde el lado del privilegio, el lado de la protagonista que viene del privilegio. Yo no quería contar algo como si yo fuera del barrio. Porque esas cosas a mí como que no, me huelen mal. Yo prefiero contar lo que sé bien, y aunque sea contado desde ese punto de vista, contarlo. Era una opción entrar desde el punto de vista de niño pero no me sentía tan cómodo en el manejo de los detalles.

P. ¿Qué tan difícil es hacer cine en Panamá?

R. La primera película que yo hice, una comedia llamada Chance (2009), fue la primera película que se hizo en 60 años que llegó a cines. Antes no había nada. No había fondo de cine, no había ley de cine, no había un festival, no había nada. Había un pequeño grupo de gente que se llama Asocine, una Fundación, que todavía estamos muy activos y que está como empezando a gestionar leyes y eso. Pero se hizo a pulmón, a lo loco. Y con buena gente, eso sí, desde la primera película lo que yo hice fue rodearme de gente que sí tenía experiencia, con mexicanos y colombianos y también con muchos panameños.

Ya después, yo me quedé haciendo más que todo documentales, pero también muy activo con los gremios. Ahora mismo hay un fondo de cine, hay un festival de cine muy bueno que ya tiene diez años andando. El fondo del cine funciona muy bien, todos los años da fondos para seis películas nuevas y tres de desarrollo. Hoy hay cosas pasando, hay una ley de cine que ahí va mejorando. Y también hay mucha gente ahora interesada. Yo, cuando antes decía que iba a hacer cine, era como una locura mía. Totalmente loco. Pero ahora ya la gente lo ve como una posibilidad. Pues no es fácil, pero lo lindo de un país donde no hay mucho…es que sí hay mucha buena voluntad. Faltan muchas cosas, pero también sobra el deseo de hacer.

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Sobre la firma

Camila Osorio
Corresponsal de cultura en EL PAÍS América y escribe desde Bogotá. Ha trabajado en el diario 'La Silla Vacía' (Bogotá) y la revista 'The New Yorker', y ha sido freelancer en Colombia, Sudáfrica y Estados Unidos.

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